'Y llovieron pájaros', de Jocelyn Saucier

Y llovieron pájaros

Jocelyne Saucier

Traducción De Luisa Luciux Venegas
Minúscula
Barcelona, 2018
187 páginas
 
Por Ricardo Martínez LLorca / @rimllorca / Fuente: Tan alto el silencio

¿Qué harías si a los ochenta se repitiera la crisis de la mediana edad y tuvieras que tomar una decisión junto a tus dos mejores amigos? Entre los tres casi sumas la salud suficiente como para apartarte del mundanal ruido y formar una sociedad que apenas precise de lo externo para sustentarse. Un poco de trabajo propio, el dinero de las pensiones y lo que se consigue gracias a una plantación de marihuana, les bastaría a estos individuos, que habitan en un lugar por donde no pasa ninguna carretera, en mitad de un lago. Eligen ser desconocidos para huir, esconderse y saberse algo imprescindible como para sentirse libre, que es valerse por sí mismo. Pero la edad no perdona y uno de ellos ha fallecido. Como tampoco perdona la superpoblación, y hasta donde ellos habitan, tras un hotel fracasado y las lanzas del bosque, también arriban otras personas. Una chica que se dedica a la fotografía o una anciana que presume de haber superado los cien años, una arrogancia que sustituye a la juventud, transformarán ese retiro, esa forma de retiro que ha sido tratada por varios autores. Dado que los primeros capítulos están narrados desde el punto de vista de alguno de los personajes, las voces se alternan y nos pueden recordar a Faulkner o a Mac Carthy, pero también a Svevo o a Musil. De todos ellos bebe este tratado sobre la soledad, la vejez, la muerte y el crepúsculo.

Conocemos parcialmente a estos personajes, de forma fragmentada. La estructura sirve para crear leyendas, dado que nos tenemos que imaginar lo que no ven los otros, pero también para crear confusión e intriga, pues al último momento de una vida, que es el que se supone que ellos están padeciendo, se le atribuye la calidad de la congelación. Y, sin embargo, hay movimiento. Sirva como ejemplo los fenómenos atmosféricos que les obligan a tomar decisiones, pues son extremos: las heladas del invierno, las tormentas y aguaceros, y, aunque no se trate de un fenómeno atmosférico, el fuego que consume el bosque. Y también está el amor o el desamor, o lo que sea que sustituye al amor. Cuando llegamos a estos capítulos, el narrador ya no participa de la acción. Es un observador de la pequeña comunidad en la que participan dos ancianos y dos mujeres que rompen la serena e inútil estabilidad en la que pusieron la fe los protagonistas. Una alejada de ellos por varias generaciones, la otra, al parecer, procedente de un manicomio.

Hay más habitantes en este remoto rincón del mundo. Hay algún fantasma de algún antiguo morador, superviviente de la catástrofe de los fuegos, y sus hijas gemelas. Y todo con una intriga que basta para que la fotógrafa se empeñe en hacer de sus disparos un museo, como si lo que nos describiera no es algo que es posible que suceda en la actualidad, sino que haya existido en el pasado, y de lo que apenas podamos ver reflejada alguna estampa. Un conocimiento parcial en el que no sabemos qué es lo que existe y qué es lo que pudo haber sido. Una novela en la que, en definitiva participará la imaginación del lector.

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