Los kudurru: documentos jurídicos de la antigüedad

Por: Tamara Iglesias
Actualmente cuando queremos legalizar una donación o herencia acudimos a un notario para que proporcione seguridad jurídica con su firma a nuestros deseos. Pero ¿qué ocurría en la antigüedad? ¿Cómo se aseguraba la validez de una herencia o de un registro de la propiedad? La respuesta la encontramos en los kudurru, estelas de piedra grabada que eran usadas como registro legal y cuya validez resultaba inquebrantable.
Los comienzos de esta práctica se remontan a la dinastía cassita en Babilonia, siendo empleados especialmente para la transcripción de dádivas de propiedades y herencias, la concesión de privilegios y la resolución de disputas judiciales, cuya violación suponía la caída en desgracia frente a los dioses, cuyas efigies habían sido grabadas en la misma piedra como garantes de su legitimidad. La implicación de la divinidad en la legalidad del documento era tal que se realizaban dos copias del mismo, una para el interpelado y otra que se guardaba en el templo bajo la atenta mirada de las pétreas deidades.
Por lo general, las inscripciones de los kudurru se realizaron en dos partes: la primera determinaba el tipo de dación, disputa o privilegio así como las cláusulas atribuidas a la misma (normalmente continuada por una imprecación a la maldición divina para quien se opusiera a dicha donación), la segunda se conformaba por el emblema de cada dios (dispuesto siguiendo el orden de las constelaciones celestes), siendo éstos la versión primitiva de la firma curial y quedando las deidades transformadas en protectores de cuanto había escrito en el dorso. Para ilustrarte sobre esta curiosa fragmentación, querido lector, ejemplificaré mis palabras con uno de los kudurru más destacados de la Historia, el del rey Melishipak II.
Llevado a Susa como botín de guerra en el siglo XII a. C y realizado en el periodo paleo-babilónico (siglo XIV a.C) con una dimensión de 68cm y una ornamentación a base de relieves tallados en la piedra caliza, esta estela se encuentra dividida en cinco fajas que acogen los símbolos de veinticuatro divinidades asociadas a la concesión realizada por el rey a su hijo el príncipe Marduk-aplaiddina (ya ves que ni tan siquiera la realeza se libraba de los trámites burocráticos, pues toda propiedad era libre de ser colonizada).

Kudurru del rey Melishipak II

En el anverso de la pieza hallamos una consistente narración en forma de escritura cuneiforme que hace constante referencia al daño y maldiciones que las deidades (reflejadas en el dorso) verterían en quien pretendiese alterar aquella cesión de grandes extensiones de tierra en la región de Akkadé. Mientras que en el envés se encontraban los símbolos de las divinidades mencionadas, que describiré a continuación de abajo a arriba (empezando por la zona base del kudurru y concluyendo en la ubicada en la área cóncava superior): en la primera figuran las divinidades astrales Sin (Nanna para los sumerios) representación de la luna, Samash (el Utu acadio) dios de la justicia y el sol, y la estrella de Isthar (Inanna en la cultura sumeria) comparada con el planeta Venus. La segunda fila despunta por las tiaras de los dioses Anu y Enlil, la cabeza de carnero-pez de Ea/Enki, y el útero u omega (emblema de la diosa de la tierra Ninhursag) situado sobre un altar. La faja intermedia se compone de un león alado que porta el cetro de doble cráneo de felino del dios del inframundo Nergal, el báculo con cabeza de ave del dios de la guerra Zababa y el cayado con testuz de pantera del dios Ninurta. En la cuarta fila localizamos la lanza-azada del dios de Babilonia Marduk sobre un altar (situado éste a su vez sobre un dragón mušḫuššu), un dragón que porta el estilete de Nabu (dios de la sabiduría e hijo de Marduk) y el perro (mensajero y sanador) de la diosa de la salud Gula. Finalmente en la última tira tropezamos con la representación de un rayo sobre el toro del dios de la tempestad Adad (Ishkur), el estilete de Nabu, la lámpara del dios del fuego Nusku, el arado de Ningirsu, el ave posada del dios mensajero Papsukkal y el pájaro sobre trípode de la pareja divina casita Shuqamuna y Shumalia.
Tras este majestuoso registro del panteón babilónico estoy segura de que no será complejo para ti, querido lector, imaginar el pánico al castigo que debía suscitar la visión de tantos y tantos dioses preparados para atacar a quien infringiera su sagrado código de pertenencia.
Y si bien es cierto que normalmente los kudurru servían como acta notarial, debemos destacar que a principios de la llegada de los cassitas al trono babilónico, su función fue meramente la de marcar las zonas limítrofes del imperio; de ahí que “kudurru” signifique en realidad “frontera o límite” y que tengan una forma cónica tan característica que oscila entre los cincuenta y sesenta centímetros de alto. Es interesante enfatizar en cómo los cassitas crearon una red de provincias para administrar el reino (generalmente gobernadas por personajes locales) basando los precios de la tierra en un patrón de oro que benefició la compraventa de la misma para el cultivo y una consecuente seguridad (debida a la creación de estos documentos jurídicos) que permitía establecerse fuera de la protección de las murallas de las ciudades.
Precisamente esta bonanza reglamentaria facilitó la quiebra de las discordancias dogmáticas cuando los cassitas aunaron la pluralidad del culto babilónico en un nuevo panteón (reflejado en los kudurru): adoptaron a los dioses astrales (antes mencionados) Sin, Ishtar y Shamash que habían sido los creadores supremos del credo semita, y admitieron a la tríada sumeria de Anu (dios de los cielos), Enlil (dios del aire) y Ea (dios de las aguas) como ídolos propios, situando a Enlil como deidad suprema en la mayor parte de Mesopotamia hasta la llegada del II milenio a.C., momento en que quedó relegado frente a Marduk y Asur (hasta entonces dioses locales de Babilonia).
“Una piedra puede marcar la diferencia entre el caos o la paz” decía Ishbi-Erra (primer rey de la Dinastía de Isín y gobernador de la ciudad asiria de Mari, sobre la que puedes ampliar información el siguiente artículo) y como podemos consensuar por lo apuntado en referencia a los kudurru, esta frase nunca fue tan cierta como en el periodo comprendido entre el año 1531 a.C. al 1155 a.C.

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