Desde Londres: la coreógrafa Alexandra Waierstall debuta en Sadler’s Wells

Por Eloy Palazón
 

Y aquí nos encontramos, ese es el título de la obra que la coreógrafa Alexandra Waierstall trajo a Londres para su estreno en las salas del Sadler’s Wells. Una pieza que trata sobre los temas urgentes que últimamente azotan el mundo del arte y la performance: el cambio climático, el antropoceno, nuestra dimensión temporal…


 

¿Cómo se movía un dinosaurio? Imagínalo. Es hasta donde puedes llegar. No es ni siquiera un ejercicio de arqueología del movimiento, al menos no del movimiento que le interesa  la danza. La coreógrafa, en la voz en off, dice “Los dinosaurios estuvieron en la Tierra durante 135 millones de años. El homo sapiens solo 200 mil años. ¿Puedes visualizar la discrepancia entre esos dos números?”. Los humanos, no obstante, hemos sido agentes geológicos más potentes que ninguno de los habitantes de la Tierra. Móviles, clips, aviones, bolígrafos, ordenadores… todo eso conformará los estratos de nuestra era y los arqueólogos del futuro imaginarán nuestro tiempo a partir de esos resíduos. ¿Serán capaces? ¿Es posible que una ciencia imagine, sin embargo, todo lo que rodea, todo lo que ha supuesto los materiales con los que creamos esos residuos? La geología de nuestro planeta se mueve de forma acelerada debido a nuestras acciones. Y es en ese lapso de tiempo, acelerado y mutante, donde los movimientos de los bailarines pretenden insertarse. Una danza sobre el tiempo, sobre el tiempo geológico, un hiperobjeto, tal y como lo llamó Timothy Morton, es decir, de magnitudes tan inconmensurables que es imposible aprehenderlo. Las danzas del hiperobjeto que, no obstante, se danzan en una hora. Una metáfora en movimiento.

Los movimientos están bien pensados para la música de Hauschka, la identidad tras la cual se esconde el célebre pianista y compositor alemán Volker Bertelmann, muy conocido por sus composiciones para piano preparado, pero las intérpretes no siempre acaban de convencer en su ejecución. «La desnudez de las bailarinas ayuda a reforzar la pequeñez de nuestra existencia en relación con otros grandes números que conforman la historia geológica y biológica de nuestro planeta. Esa desnudez, casi siempre representando la fragilidad de nuestro cuerpo, nuestra indefensión ante grandes amenazas, aquí se torna, además, una desprotección frente a nosotros mismos como agentes agresores de la Tierra. Nada es afectado más inmediatamente por nuestros excesos que nosotros mismos. Interesantes los juegos de luces y ciertas partes del texto con la voz en off, pero la coreografía no aterriza muy bien muchos de los asuntos, y la metáfora la deja a medias.


 

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