'Pornogramas', de Alejandro Jiménez Cid

Pornogramas

Alejandro Jiménez Cid

Melusina
2018
225 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca / Fuente: Tan alto el silencio

De los vínculos entre las leyendas y los deseos profundos, sobre todo el sexo, han corrido ríos de tinta en uno y otro sentido. Desde la represión de los sentidos en plan tortura a la que obligan tantas religiones, hasta la maldición de los herederos de Freud que veían un útero hasta en las flores de las que beben los colibríes. En realidad, a la hora de fermentar asociaciones a partir de textos, o imágenes, de frases o de gestos, de ideas o sentimientos, la libertad es la suma de las asociaciones que libremente puede ejercer cada individuo, con independencia del grado de represión a que las sometan. La diferencia con otros libros que presenta este Pornogramas es que no nos encontramos ante nada psicoanalítico o religioso. Estamos frente a un libro en el que el erotismo se ejerce a modo de activismo intelectual para desangrar las últimas décadas de la sociedad occidental y revelarnos en lo que nos hemos convertido. El libro goza de un humor que traspasa los límites de las tradiciones españolas, pero es un trabajo muy serio, porque este oficio de la existencia es una cosa muy seria. De ahí que se agradezca el desenfado, la sonrisa y el atrevimiento de Alejandro Jiménez Cid (Madrid, 1978), que no oculta la primera persona desde la que habla. Se trata de una obra de opinión y como consecuencia se expresa con frescura, no intentando hacer de su parecer un hecho universal. En un momento en que todo se reduce a un ‘me gusta’ o un emoticono, una serie de artículos en las que se exprese por qué me gusta o el motivo del emoticono, se transforma en un ensayo social.

Jiménez Cid presenta toda suerte de estereotipos, es decir, de ideas heredadas, sin cortapisas, que damos por válidas sin análisis, pero también de arquetipos creados a lo largo del último siglo, desde el cómic al cine, y que ya pueden catalogarse como nuevos estereotipos. Su incorporación a la categoría fatal es la que le facilita meter el escalpelo y sacar a flor de lenguaje una serie de componentes que están integrados y que forman un todo definido por cuatro esquinas: cuerpo, parodia, prótesis y verdad. Con todos los cruces que entre ellas puedan fijarse. Tal vez entre en un mundo algo minoritario, pues muchos de los nombres que aparecen los leeremos por primera vez, pero no puede negarse que forman parte de los pornogramas, un término que toma prestado a Roland Barthes y que hace referencia a la abolición de las fronteras entre el discurso y el cuerpo, una fantasía semiótica en toda regla.

Concebidos como artículos de periódico, el libro se puede leer de un tirón dado que no cae en repeticiones. Siempre nos sorprende con sus filias y los cuentos de hadas, con los documentales y novelas religiosas, con el fetichismo y la ley, con los marginales, los marginados, el lumpen y los artistas clásicos, o con la interrupción de las estructuras de dominación. Llamamos monstruos a sueños que muchas veces no lo son, o que al menos rebajan la medida en la que nos asustan al pasar por las manos de Jiménez Cid. Su especialidad, desde luego, consiste en desdramatizar tabúes. Para ello se vale de cualquier género concomitante con el erotismo y la pornografía, como la ciencia ficción o el punk, oriente o la espada y brujería. En todos ellos, su distancia respecto a lo que llamamos falsamente como realidad, ha permitido la presencia de comportamientos sexuales no normativos. Desde la literalidad al simbolismo, caben miles de estratos en los que el porno es exclusivo y no hace daño. De hecho, pueden verse, ocasionalmente como estimulantes con un toque exacto de ridículo como para permitirnos convivir con las peores fantasías, o las fantasías reprimidas.

Para escribir un libro como este, hace falta cierto instinto de transgresión. A la hora de la verdad, tal y como afronta los pornogramas Jiménez Cid, no tenemos la sensación de que esté haciendo daño, de que urge en lo peor de nosotros mismos, de que intente separar la inocencia de la culpa, que es una tentación enorme. No. Se trata de que ese espíritu sea el caldo sobre el que cocina una sopa en la que define, con un acierto mayor que el de muchos filósofos y sociólogos, en qué nos hemos convertido en tanto que seres sociales. La respuesta, dentro de las páginas. Pornogramas es un libro para todas las edades.

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