'Irse', de Esmeralda Berbel

Irse

Esmeralda Berbel

Comba
Santander, 2018
185 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

El miedo a la soledad tal vez sea el factor común a los diarios. Más o menos escondido, más o menos expresado con más o menos intensidad, está latente, pues quien vive sabiendo que va a disfrutar siempre de la amistad, quien vive ocupado a través de los seres queridos, en raras ocasiones se propone escribir un diario. Diarios de seres felices son una rara avis. Irse no es una excepción y cuenta con la ventaja de la confesión por parte de Esmeralda Berbel (Badalona, 1961) de esas intenciones, de la escritura concebida aquí como terapia: “Tocar la dimensión de las dos partes, que la que escribe se encuentre con la que no escribe”, toma la iniciativa para expresarlo. Pero también lo enuncia a través de otros autores: “Como dice Clarice Lispector, ocurre que estoy cansada. Y así cierra el cuento”. En incluso algo de ello se puede reconocer en las escasas ocasiones en que nos refleja de una forma algo objetiva lo que está viviendo:

“¿Es ficción la poesía?, me pregunta una alumna.

“Sí.

“No lo creo, dice”.

¿Se puede resumir mejor la ambigua incertidumbre de la escritura como terapia? Si la poesía no sabemos si sirve para reflejar realidad o ficción, entonces nada que escribamos posee el don de la certeza. Todo es un reflejo de la incomodidad de vivir, expresado de forma más o menos lírica o más o menos narrativa. En Irse, que expresa el deseo profundo de hallar una vida mejor lejos de uno mismo, esa incomodidad participa tanto del deseo de un yo más consistente como del de unos otros que la anclen a una existencia grata. La gente no cesa de entrar y salir en este diario sobre “lo que quiero decir, lo que conozco y lo que descubro”. Sobre esos hermanos siameses que son los pensamientos y los sentimientos, hasta el punto de que en ocasiones parece escrito con la inteligencia de las entrañas. A ese efecto solemos llamarle sensibilidad. Berbel posee una buena dosis y sabe expresarla, sabe hablar de la tristeza del yo sin caer en el patetismo. Hay pérdidas sin el narcisismo del duelo.

Sobre todo si consideramos las versiones de la soledad como un formato más de las pérdidas que padecemos. Cansada de verse triste, Berbel se refugia en la literatura, en la escritura y en los libros de los otros. El diario, nada autocompasivo, habla sobre el desconsuelo y lo define de muchas maneras, porque no es posible generalizar, ni siquiera cuando el sujeto sobre el que trata el texto es uno mismo. Existe, eso sí, una serie de refugios: la hija, las amigas y la noche. Gracias a ellos podemos leer este diario sin sentir el peso del mundo encima. Hay un amante que llama X, cuya presencia es una ecuación y se queda, pues, en el mundo de las matemáticas. Pero será el ser una con las personas queridas, el estar cerca de ellas, lo que nos dicte que, al fin y al cabo, una vez asumido que no se puede ser feliz sin interrupción, haber vivido ha merecido la pena.

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