'Oeste', de Carys Davies

Oeste

Carys Davies

Traducción de Lorenzo Luengo
Destino
Barcelona, 2018
189 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La rosa de los vientos sigue definiendo la suerte de los viajes. Si mencionamos todos los viajes al sur, sabemos qué tipo de felicidad, aunque sea pasajera, confiamos en hallar. Esto es solo un ejemplo, como lo es el viaje al oeste. La historia ha querido que un continente signifique el viaje al oeste, América, y aun dentro de ese continente, por las reglas del imperio, el viaje al oeste venga marcado por las Montañas Rocosas. Y también por una época, la que se corresponde a la conquista de un territorio de promesas para quienes ya estaban marginados en Washington o Boston. La colonización del norte de América ha dado pie a una mitología que ya forma parte de nuestra cultura con tanto significado como las leyendas griegas. El enfrentamiento entre Path Garreth y Billy el niño es comparable a la historia de Orfeo y Eurídice, que en un momento del libro menciona la propia autora, Carys Davies.

Consciente de las leyendas, Davies construye una fábula que prefiere dejar en los huesos para que alguien, tal vez el lector, tal vez la propia autora, tal vez un cineasta, se permita ampliarla. Fuera de todo ornamento, se nos refleja el periplo de un hombre que se despide de su familia para internarse en el Oeste americano, acompañado por un adolescente indio con quien se entiende por señas, a la búsqueda de algo así como un monstruo. El nombre de la bestia no se menciona, pero las referencias y el bosque nos remiten al Sasquatch, al monstruo mítico de las Rocosas, conocido como Big Foot, primo del Yeti. El joven confía en que el hallazgo de la bestia le suponga la suficiente fama como para pasar a la historia y que a su familia, a su mujer y a su hija púber, no les vuelva a faltar nada.

Nos enfrentamos a una novela de pocos personajes y sin apenas diálogos, con acciones paralelas en las que se sucede la supervivencia y el crecimiento de la hija. De esta segunda situación apenas cabe comentar todo lo que significa el trance de la edad y un costumbrismo rural que ya nos resulta familiar gracias al cine. Más interesante resulta el realismo de la supervivencia, lejos de cualquier manera de romanticismo, tan desnudo que deja al personaje que interpreta Leonardo di Caprio en El renacido en una caricatura. Con apenas unos botones y unos retales para intercambiar con los indios, resulta que la región en la que se interna está deshabitada y los inviernos suponen la muerte. A no ser que uno sepa mantenerse inerte, algo ajeno a los humanos. El empeño en su empresa no le permite estarse quieto y el protagonista va perdiendo vigor, pero no voluntad. Su vínculo con el exterior pasa por un comerciante, última forma de civilización, que debería enviar las cartas que escribe a la familia. Pero en el mundo de los solitarios, donde no llegan las leyes, se impone el egoísmo como forma real de sobrevivir. Los demás son obstáculos si suponen esfuerzos sin recompensa. Entre este Oeste y Las aventuras de Jeremiah Johnson, la película protagonizada por Robert Redford (de nuevo intervienen las referencias al cine), deberían existir puntos en común. Sin embargo, Oeste es el esqueleto de un drama. Narrado con una pulcritud que da envidia, nos reconcilia con la idea de que la narrativa todavía tiene mucho que aportar a una mitología que sigue en marcha.

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