Un exterrorista confiesa no ser capaz de perdonarse “Ni con tres vidas que tuviera”

Por Horacio Otheguy Riveira

No sabe cómo sucedió, con qué facilidad pasó de ser un chaval a la bartola, deambulando entre colegas con los que compartía poco y nada, arrojando piedras a una que otra farola y poco más, y de repente, de pronto una noche, la posibilidad de ser un héroe, de luchar por una causa. Lavado de cerebro fácil, de cerebro aún incompleto: le pusieron un plano con mala letra para armar bombas junto a otros de la misma edad. La diversión a punto de caramelo. La muerte de los otros, un videojuego todo lo más, artificial y sin importancia…

La dramatización de estas declaraciones está planteada en un punto justo de tensión psicológica, intriga policiaca y sentimientos a flor de piel. Mucho en vasija artesana donde nada falta ni sobra en una modélica representación.

La cercanía de los personajes entre sí se extiende a los espectadores, logrando un encuentro mucho más íntimo, más severo con una realidad que a todos nos alcanza porque, aquí y ahora, todos somos proclives a convertirnos en víctimas de un acto terrorista contra la población civil. Al margen de la actualidad, Ni con tres vidas que tuviera se desarrolla en torno a un exterrorista de ETA. No se menciona al personaje ni a la organización, pero todos sabemos de qué pie cojea. Y es un gran acierto del autor, José Pascual Abellán, omitir esos datos. Así internacionaliza un fenómeno que transcurrió en los 70-80 del pasado siglo y que hoy se ha generalizado de una manera brutal, tanto por parte de gobiernos presuntamente democráticos como de organizaciones terroristas, ambos sectores apuntando a la masa anónima de la gente de a pie que pasea, veranea o va al trabajo o asiste a un evento religioso. Un desgarrador asunto al que nadie puede permanecer ajeno por mucho que se empeñe (“A mí la política no me interesa; yo ya no voto más ni leo las noticias…”) porque cualquiera, en cualquier país del mundo puede ser víctima de un apuñalamiento lanzado al azar, de una bomba o un tiroteo masivo, “nada personal”, sin enemistad ni conflicto pasional, en la tormenta iniciada hace ya muchos años por movimientos políticos de distinto signo como acto de rebelión hacia democracias corruptas, y en ellas mismas circulando cada vez más violencias de distinto signo: desde la que genera el aumento del empobrecimiento de la población a la más obvia de la corrupción a la orden del día.

En aquel conflicto, al principio los enfrentamientos iban hacia figuras militares o con cargos gubernamentales en medio de detenciones, ejecuciones sumariales y torturas institucionales. Pero, a medida que se fue fortaleciendo el aparato de seguridad de las autoridades los crímenes se torcieron por ambos bandos hacia la población… algo que hoy ya es moneda corriente, lo mismo en bombardeos de Estados Unidos, Siria, Israel o Rusia, que en acciones por bandas paramilitares o grupos  marginales, atrapados todos en una aplastante ambición de poder.

“Era un crío que no sabía lo que hacía…”  

A la izquierda del escenario, un joven periodista entrevista a un hombre que pasó más de 20 años en la cárcel, condenado por matar a cuatro personas “que pasaban por ahí” como efecto colateral de un atentado mal hecho, aunque si lo hubieran hecho bien posiblemente hubiera muerto mucha más gente. “Era muy joven, y aunque un adolescente sabe lo que hace, y yo creía que era correcto, es fácil que, perdido sin rumbo me convencieran de cualquier cosa, pero la verdad es que era un crío que no sabía lo que hacía…”.

Mientras sucede la conversación, fría, sin entrecomillados ni acentuadas emociones, a la derecha todo es cascada emocional que se esfuerza en contenerse por parte de una mujer, ya casada y con hijos, que cuando se produjo aquel atentado era una niña que con su hermana perdió a sus padres. Estaban jugando en casa cuando una vecina las llevó consigo, y nunca más se volvió a vivir la vida placentera que habían conocido.

La tragedia se confronta y ambos seres buscan redención, paz. La superviviente porque desespera ante la barbarie irracional y el inevitable sentimiento de culpa de quien sobrevive, pudiendo haber estado allí con ellos, paseando como tantas otras veces. Y el criminal (“sí, soy un asesino, no es que lo haya sido, eso se queda, sí, soy un asesino, y no encuentro manera de arrepentirme ni con tres vidas que tuviera”), ahora él mismo padre de familia, felizmente casado, autor de una autobiografía, reprime un llanto al enfrentarse a la hija de sus víctimas, y busca su perdón.

La discusión está servida, el conflicto nunca mejor planteado, los extremos se miran y necesitan tocarse para encontrar alguna clase de serenidad en un horror que muchas veces en España —país en el que transcurre la acción— destrozó vidas de inocentes en actos que no pueden tener la menor justificación, tanto del impresionante de Hipercor en 1987, con más de 20 muertos y 45 heridos entre gente que estaba haciendo la compra o circulaba por los alrededores,  como del no menos bárbaro del 11M [11 de marzo de 2004] entre trabajadores que viajaban en tren de cercanías (193 muertos, múltiples heridos de diversa consideración). Todo esto y mucho más permanece detrás de la representación, en la memoria del espectador, pues en escena asistimos a la entrevista y las experiencias y sensaciones paralelas de la mujer que crece arrastrando las muertes incomprensibles de sus padres.

Una función muy interesante con tres estupendas interpretaciones en una puesta en escena siempre acorde con la intención ideológica de mostrarnos una realidad para que en nuestra emoción, nuestra empatía, dejemos lugar a la reflexión ante un mundo en violento desorden en cuyo caos brotan como hongos jóvenes adiestrados a ciegas para armar bombas como un juego de Lego o disparar como si formaran parte de una serie de televisión, sumamente divertidos…

Y como mar de fondo, nuevas preguntas: ¿hasta qué punto no somos todos responsables, con nuestra acción política o nuestra indiferencia? ¿Por qué algunas violencias nos parecen justas y otras no? ¿Por qué todo cambia cuando nos toca cerca?…

Esta función se estrenó en 2018. Ha tenido muchas representaciones en gira y en Madrid estuvo en varias salas. Ahora coincide con Maixabel, la interesante película de Iciar Bollaín. Comparten tema similar pero, sin duda, esta función es muy superior en el alcance emocional y político del conflicto, ya que la película, muy larga, pone el acento exclusivamente en lo sentimental, dejándonos con muy pocos datos fehacientes.

José Pascual Abellán, dramaturgo con decidido interés en un teatro social comprometido y controvertido. Ha escrito los siguientes textos:

LOCAS, sobre la enfermedad mental.

CENIZA, sobre la desestructuración de las familias.

VERSUS, sobre la vida en la cárcel, la libertad y el cautiverio.

LAS COSAS QUE FALTAN, sobre la paternidad en parejas homoparentales y la gestación subrogada.

DOS FAMILIAS, sobre el acogimiento familiar.

¿DÓNDE VAS, CORAZÓN?, sobre los trasplantes de órganos.

LA FOTO DE LA VERGÜENZA, que revive un episodio de segregación racial en los EEUU de los años 50.

Es además autor de la versión teatral de la novela de Miguel de Unamuno LA TÍA TULA.

DRAMATURGIA
José Pascual Abellán

(Basada en la entrevista de Jordi Évole a un exterrorista arrepentido)

DIRECCIÓN
Zara Sobral y Sergio Arróspide

EXTERRORISTA Jorge Cabrera

VÍCTIMA Lucía Esteso

PERIODISTA Nacho Hevia

 

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