García Márquez llega al teatro e Imanol Arias y Cristina de Inza tienen quien le aplauda

Por Horacio Otheguy Riveira

El teatro intimista, seco, que ha montado Carlos Saura para poner en escena la obra maestra de García Márquez, su primera novela, El coronel no tiene quien le escriba, cuenta con una pareja que transmite con mucho talento la tristeza enamorada de sus personajes: Imanol Arias y Cristina de Inza.

Si la propuesta escénica, en exceso minimalista, no tiene la fuerza del lenguaje literario del escritor, sí la consiguen los actores, inmersos en la atmósfera de mortandad de un pueblo perdido, de un hombre abatido pero que nunca se da por vencido, un soñador en tiempos difíciles, metáfora perfecta del autoritarismo que expande miseria en una de tantas dictaduras o falsas democracias hispanoamericanas.

La penuria hiere a un matrimonio que, sin embargo, nunca deja de amarse, ni siquiera en las monótonas discusiones y mucho menos en el mayor desamparo. Él, en defensa de su dignidad, amando con infinita dedicación a la mujer de su vida, mortalmente enferma, dialogando con la muerte como una amiga constante que recorre día a día calles, casas, paisajes y escondrijos.

Un éxito teatral a cargo de dos protagonistas que hilan muy fino la inmensa ternura de la obra original publicada por primera vez en 1961, «Creo que es mi mejor libro, sin lugar a dudas el más sencillo en aquel momento, cuando nadie le dio importancia. Así que tuve que escribir Cien años de soledad para que leyeran El coronel no tiene quien le escriba: del barroquismo autóctono a la síntesis más pura de lo cotidiano». El genio literario se aplicó el axioma de Quien puede lo menos puede lo más y muy pronto alcanzó el Premio Nobel, ahondando en formidables obras muy barrocas o tan sencillas como esta: El amor en tiempos del cólera, Memoria de mis putas tristes, Crónica de una muerte anunciada, El otoño del patriarca…

Y si en el caudaloso Macondo de los Cien años de soledad hay guerras y protagoniza el Coronel Aureliano Buendía, uno de los más grandes personajes de la literatura del siglo XX, este otro coronel miserable que no tiene quien le escriba para autorizar el cobro de su pensión, vivió también aquellos conflictos tan duros, realidad delirante, delirios de poeta y de poderosos siempre insatisfechos. Una novela de 92 páginas con una carga infinita de peculiaridades sociopolíticas de muy difícil traslación escénica, como se resistió en su momento a la película de 1999, también salvada por las interpretaciones del colombiano Fernando Luján y la española Marisa Paredes.

En las incidencias que se relatan con un lenguaje fascinante, se visualiza un pequeño hábitat cargado de injusticias, con unos pocos seres rebeldes, inconformistas luchadores de mal dormir, pero consecuentes, aunque tengan que mantenerse en pie hirviendo piedras para que no piensen los vecinos que ya ni tienen para un buen caldo…

 

-Estoy cansada -dijo la mujer-. Los hombres no se dan cuenta de los problemas de la casa. Varias veces he puesto a hervir piedras para que los vecinos no sepan que tenemos muchos días de no poner la olla.
El coronel se sintió ofendido.
-Eso es una verdadera humillación -dijo.
La mujer abandonó el mosquitero y se dirigió a la hamaca. «Estoy dispuesta a acabar con los remilgos y las contemplaciones en esta casa», dijo. Su voz empezó a oscurecerse de cólera. «Estoy hasta la coronilla de resignación y dignidad.»
El coronel no movió un músculo.
-Veinte años esperando los pajaritos de colores que te prometieron después de cada elección y de todo eso nos queda un hijo -prosiguió ella-. Nada más que un hijo muerto.
El coronel estaba acostumbrado a esa clase de recriminaciones.
-Cumplimos con nuestro deber -dijo.
Y ellos cumplieron con ganarse mil pesos mensuales en el senado durante veinte años -replicó la mujer-. Ahí tienes a mi compadre Sabas con una casa de dos pisos que no le alcanza para meter la plata, un hombre que llegó al pueblo vendiendo medicinas con una culebra enrollada en el pescuezo.
-Pero se está muriendo de diabetes -dijo el coronel.
-Y tú te estás muriendo de hambre -dijo la mujer-. Para que te convenzas que la dignidad no se come.

La interrumpió el relámpago. El trueno se despedazó en la calle, entró al dormitorio y pasó rodando por debajo de la cama como un tropel de piedras. La mujer saltó hacia el mosquitero en busca del rosario.
El coronel sonrió.
-Esto te pasa por no frenar la lengua –dijo-. Siempre te he dicho que Dios es mi copartidario.

Pero en realidad se sentía amargado. Un momento después apagó la lámpara y se hundió a pensar en una oscuridad cuarteada por los relámpagos. Se acordó de Macondo. El coronel esperó diez años a que se cumplieran las promesas de Neerlandia. En el sopor de la siesta vio llegar un tren amarillo y polvoriento con hombres y mujeres y animales asfixiándose de calor, amontonados hasta en el techo de los vagones. Era la fiebre del banano. En veinticuatro horas transformaron el pueblo. «Me voy», dijo entonces el coronel. «El olor del banano me descompone los intestinos.» Y
abandonó a Macondo en el tren de regreso, el miércoles veintisiete de junio de mil novecientos seis a las dos y dieciocho minutos de la tarde. Necesitó medio siglo para darse cuenta de que no había tenido un minuto de sosiego después de la rendición de Neerlandia.
Abrió los ojos.
-Entonces no hay que pensarlo más -dijo.
-Qué.
-La cuestión del gallo -dijo el coronel-. Mañana mismo se lo vendo a mi compadre Sabas por novecientos pesos.

Jorge Basanta, Cristina de Inza, Imanol Arias, Fran Calvo, Marta Molina. Delante del escaso mobiliario y de una de las ilustraciones que se proyectan sobre una pantalla, bosquejos de una realidad que oprime.

Jorge Basanta y Marta Molina cubren varios personajes y Fran Calvo es el hombre bueno, médico entregado a curar heridas más graves que leves en un pueblo que agoniza. Los tres intérpretes aportan la imprescindible disciplina profesional para que sus breves escenas resulten comparecencias de peso, imprescindibles, en un escenario escaso de distracciones y con unos diálogos muy precisos, especialmente en el caso de Basanta, el hombre rico cuya enfermedad crónica no le permite comer casi nada, acompañado por una esposa que está enloqueciendo. Un hombre duro al que nada le debilita su pasión por abusar del poder que le da ser el único influyente del lugar, un tipo inflexible que frota sus manos ante la riña de gallos con el animal del coronel, el mejor de la comarca.

Es este reparto modélico el que mantiene en pie la dolorosa travesía, y consigue traernos nuevamente la extraordinaria novela, invitando a releerla, ya abocados al pleno disfrute del lenguaje magistral del novelista con sus nuevos personajes, ahora bien ataviados con los perfiles de estos intérpretes que al final de la función son aplaudidos con entusiasmo.

Adaptación: Natalio Grueso

Dirección: Carlos Saura

Ayudante de dirección: Gabriel Garbisu

Diseño de iluminación: Paco Belda, Mario Martínez

Iluminación: Mario Martínez, Daniel Martínez

Diseño de escenografía y Vestuario: Carlos Saura

Maquillaje y Peluquería: Chema Noci

TEATRO INFANTA ISABEL, MADRID.

 

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