Amoroso reencuentro de Nuria Espert con García Lorca en La Abadía

Por Horacio Otheguy Riveira

Surge del fondo del escenario con la mirada del asombro perpetuo, con la cálida sonrisa de quien abre su corazón a los amigos. Nuria Espert avanza a paso lento en baño de aplausos y nos hace cómplices de su feliz reencuentro con Federico García Lorca. Renovada energía de la mano de un hombre de teatro como Lluís Pasqual, que ya la dirigiera en otras ocasiones. Fértil reunión de creadores que se percibe en todo momento: en el aroma de los textos, en el delicado abanico de la iluminación, en la plena concepción de un mundo que les sorprende a ellos mismos en cada celebración.

Foto: Carlos Melchor.

Foto: Sergio Parra.

No pudimos verla en el Rey Lear, que sólo la representó en catalán, pero la tuvimos en Incendios —dos veces en esta misma sala— y ahora aquí, sola en escena en sesenta minutos de teatro en que el tiempo se transforma mágicamente, se disuelve al compás cadencioso de su voz, en el vaivén de sus tonalidades, en registros que dulcifican la soledad o parecen fascinar al amor hasta tornarlo impávido duende, y embravecer la resistencia ante imperdonables injusticias.

Como el título indica, el Romancero gitano es el eje, pero también se esgrimen otros textos, anécdotas, una canción en la voz de Paco Ibáñez… y de pronto, surge un memorial de las bravías y desoladas mujeres de su teatro: Mariana Pineda, Yerma, la madre de Bodas de sangre…

Foto: Carlos Melchor.

… con un cuchillo,
con un cuchillito,
en un día señalado, entre las dos y las tres,
se mataron los dos hombres del amor.
Con un cuchillo.
con un cuchillito
que apenas cabe en la mano,
pero que penetra fino
por las carnes asombradas
y que se para en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.

 

Siete butacas en el amplio escenario de La Abadía y una mujer que se rinde al amor del poeta y consagra su talento a recordarle en humanos paisajes de vértigo y ensueño.. (Foto: Carlos Melchor).

El ángel del poeta asesinado sobrevuela dichoso en la ternura de la actriz que fue intrépida Yerma en los años 70 recorriendo mundo, llenando salas con miles de espectadores que la veían por vez primera (Buenos Aires, Bogotá, México…) y la descubrían intensa, desnudos sus pechos, vibrante su cuerpo entero ante el drama de la mujer marginada; muchos años después, con Doña Rosita la Soltera tuvo un reconocimiento extraordinario como extraordinaria fue su manera de andar por el escenario con el desarraigo de la muchacha que se hace mujer madura en la terrible espera de quien nunca vendrá a buscarla:

Todo está acabado… y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto, y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía (¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad?). Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez.

El veterano espectador asiste al recuerdo de su propia experiencia y la amplia trayectoria de la intérprete, hasta que deja de recordar y se entrega al presente; se resiste a seguir abasteciéndose de memoria, así que nada de fechas, lugares, tiempos, entrevistas en camerinos y casa, ovaciones largas, emociones fabulosas.

Nada de registrar datos, sólo el placer absoluto de la palabra viva del poeta cuya eternidad se consolida con 120 años ya desde su nacimiento. Desfilan los personajes del Romancero gitano como homenaje a toda Andalucía, el empeño de lo que unifica la esencia de una tierra, de una comunidad y la luna como un símbolo, una y otra vez a la vera vera del caminante que vive su pena como misterio indescifrable, pues «no es melancólica ni es amarga», ni se aturde ni se niega al padecimiento ni mucho menos a la alegría del redescubrimiento del poema que brota, día a día, noche a noche, como si sólo con pensarlo se escribiera…

Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar 
y el caballo en la montaña. 
Con la sombra en la cintura 
ella sueña en su baranda, 
verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata. 
Verde que te quiero verde. 
Bajo la luna gitana, 
las cosas le están mirando 
y ella no puede mirarlas. (Romance sonámbulo, parcial)

Todo el guión y el texto de Lluís Pasqual se caracteriza por un bellísimo dominio de síntesis dramática. Así, con el medido movimiento del cuerpo de la gran actriz todo se hace pequeño, todo se susurra o se eleva de pronto con la misma ira que el escritor granadino expuso en varias páginas de su Poeta en Nueva York, de cuyo poema Grito a Roma aquí se hace una referencia que nos deja conmocionados. Tanto que aplaudimos en silencio, pero poco a poco emergen ovaciones, y lentamente se pone de pie la sala entera y se ilumina la sonrisa de la Espert, más Nuria que nunca, tan agradecida junto a Federico, una presencia muy fuerte a lo largo de toda la noche sin necesidad de fotografías ni otras referencias, con su palabra dulcísima o finalmente airada en aquella España negra donde mil veces le hubieran matado:

(…) Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

Foto: Carlos Melchor.

Texto Federico García Lorca y Lluís Pasqual
Dirección Lluís Pasqual
Diseño de iluminación  Pascal Mérat
Diseño de sonido   Roc Mateu
Producción ejecutiva   Alicia Moreno
Fotografías   Sergio Parra
Ayudante de dirección   Catalina Pretelt
Teatro de La Abadía. Del 17 de octubre al 11 de noviembre de 2018

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