Apocalipsis Trier

Por José Luis Muñoz.

 

El segundo acontecimiento del año cinematográfico, tras la esperada película metafísica de Terrence Malick El árbol de la vida (2011), nos llega de la mano de Lars von Trier. Ese cineasta original, genialoide, caprichoso y egocéntrico que nada con soltura en las aguas del escándalo (aunque se pasó con sus declaraciones chistosas sobre el Tercer Reich en el último festival de Cannes y fue declarado persona non grata) confecciona de nuevo una película notable y original para que corran ríos de opinión sobre ella.

 

El astuto danés que inventó el dogma, (la vuelta a la pureza del cine rehuyendo todos sus artificios de montaje, música, planificación, para ir a su esencia) tiene tantos admiradores como detractores, críticos que lo señalan como creador original y absoluto y otros que piensan que su cine es un fraude revestido de intelectualidad impostada. Ante sus películas no hay medias tintas. Se le ama o se le odia.

 

 

Después de Anticristo (2009), un ensayo cinematográfico sobre la naturaleza y el hombre con envoltorio de cine de terror, cuya parte final desbarraba por una explicitación extrema de la violencia que no venía a cuento, aborda el tema del Apocalipsis del mundo en una cinta mucho más mesurada que nos llega con el nombre de Melancolía (2011), el satélite que está a punto de impactar contra la tierra, y arropado por un reparto de lujo que encabeza Kirsten Dunst, y sigue con  Charlotte Gainsbourg, intérprete de Anticristo (2009), Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt, Alexander SkarsgårdUdo Kier y Stellan Skarsgård.

 

¿Qué haríamos ante el fin del mundo? ¿Cómo reaccionaríamos ante la certeza de que todo se acaba? ¿Qué mano cogeríamos ante ese último destello que precede a la explosión final? Lars von Trier opta por el intimismo ante esa hipótesis y por la reacción reflexiva/filosófica alejándose de la histeria del cine de catástrofes.

 

 

Hay en este film tanto dogma como cine clásico, como si el director de Rompiendo olas (1996) se viera en la necesidad de ser más canónico que nadie cuando quiere. El preludio, porque Melancolía (2011) bien podría verse como una obra sinfónica (y el tema de Tristán e Isolda de Richard Wagner es fundamental para su gradación dramática), con la descomposición de los movimientos de las imágenes, y el segundo movimiento apocalíptico son piezas de un clasicismo ortodoxo repletas de bellas secuencias como la de los largos travelings cenitales de los caballos galopando bajo la niebla o el gigantesco planeta Melancolía asomando al jardín del palacete en donde los protagonistas esperan el final. Y el primer movimiento, con esa boda psicodrama (que bebe directamente del cine de Bergman y que, por su duración, recuerda a otra extraordinaria boda cinematográfica, la de El cazador (1978) de Michael Cimino, aunque por concepto su proximidad a Celebración (1998), la película del dogmático Thomas Vintengerg es evidente), es puro dogma con cámara enloquecida y planos y contraplanos sincopados que empiezan con esa larga y exasperante secuencia de la limusina nupcial tratando de tomar la curva de una pista forestal.

 

Lars von Trier, cineasta que siempre camina por veredas peligrosas, al límite y fuera de convenciones, va apuntalando, de momento, una filmografía coherente con sus principios puristas de amor al cine, y de sus manos han salido obras tan extraordinarias como la hipnótica Europa (1991), que sigue figurando entre mis preferidas; la dolorosa Bailar en la oscuridad (2000), una vuelta de tuerca al musical americano que convierte en alegato furibundo contra la pena de muerte; o la durísima Dogville (2003), sin olvidarnos de Los idiotas (1998), la más dogmática de todas ellas.

 

 

Pese a esta filmografía tan deslumbrante desde el punto de vista imaginativo y creador, y contra toda previsión, Lars von Trier es un director que ni siquiera se le puede encasillar en la telaraña de su vanguardismo, porque cada película suya es diferente, en cada una de ellas explora nuevos territorios y lo hace con medios estéticos que revolucionan el concepto fílmico. Su cine está en perpetúa progresión y eso, como espectador, se agradece. Von Trier es tan francotirador como lo fue Jean Luc Godard en su momento. Pero se distancia del francés, el único superviviente de la nouvelle vague, en que previamente se ha labrado un círculo de admiradores de su filmografía a los que nunca decepciona y va ampliando mientras el director de Al final de la escapada (1960) hace exactamente lo contrario.

 

 ¿Genio o impostor? Seguramente ambas cosas van juntas, pero creo que estamos ante uno de los más grandes directores de los últimos cincuenta años aunque eso no le libre de tener sus feroces detractores a los que él mismo alimenta con sus declaraciones, sus salidas de tono y su divismo.

 
 
 

* José Luis Muñoz es escritor. Sus últimas novelas son La Frontera Sur (Almuzara, 2010), Marea de sangre (Erein, 2010), Tu corazón, Idoia (Coronal Borealis, 2011), Llueve sobre La Habana (La Página Ediciones, 2011) y Muerte por muerte (Bicho Ediciones, 2011)

 
 

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