‘Arena negra’, de Verónica Avilés Calderón

PABLO LLANOS.

Es sabido que viajar es apostar a que volvemos cambiados. En una ciudad que recorremos por primera vez es fácil encontrarse, lo difícil es saber perderse y lo inimaginable es saber perder lo que uno era y encontrar a un nuevo yo.

Lo explica magistralmente Italo Calvino en «Las ciudades invisibles» poniendo en la voz de Marco Polo las siguientes palabras:

«Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más, te espera al paso en los lugares extraños y no poseído.»

Viajar es una apuesta interesante cuando se viaja solo como Marco Polo. Pero es una apuesta arriesgada cuando se viaja en pareja porque lo que se pone en juego no es uno u otro miembro de la pareja, si no la propia relación que los une. Bajo esta premisa comienza «Arena Negra»», con un acto de valentía, de prueba de esfuerzo para el matrimonio de la pareja protagonista. Esta es la primera ola que cabalgamos en la novela y es la promesa de que olas más fuertes e incluso fuertes marejadas llegarán con el movimiento del paso de sus páginas. A partir de la crónica del viaje turístico de un  matrimonio de surfistas a Bali para encontrar nuevas playas, Verónica Avilés construye una novela clásica, ágil, bien estructurada y con un elenco de personajes bien trazados.

En la narrativa clásica los conflictos se narraban a partir de una partida, alguien que sale de viaje hacia lo desconocido, ya sea este viaje físico o emocional (El Quijote, Gulliver, Simbad, etc.), o bien a partir de la llegada de un elemento desconocido a un entorno estable. Los tiempos que corren llevan a la autora a indagar en el viaje turístico y sus consecuencias tanto en quien lo disfruta como en el entorno que recibe a estos visitantes, representado por el guía que los acompaña y su familia.

Me gustaría contar algo sobre el gran acierto de esta novela y de cómo su autora la construye. No hay monserga, no hay discursos grandilocuentes ni moralizantes. Las consecuencias de la Guerra Fría en nuestros días, a veces olvidadas y ya normalizadas, aparecen reflejadas en las acciones del elenco de personajes que componen la novela: La pareja de americanos, el guía balinés y sus hijos, su esposa, un surfista camboyano y un par de surfistas australianos. La novela no nos describe los problemas que podemos suponer: los muestra en unos certeros diálogos que nos embarcan en un viaje inconsciente hacia un sutil humanismo. Desde estas nuevas rutas transitadas por millones de ciudadanos del primer mundo, que son portadoras de imanes para la nevera o de virus pandémicos, a medida que caminemos hundiendo nuestros pies en «Arena Negra» nos encontraremos con una trama social que va más allá del conflicto personal de los turistas. Tanto los personajes del libro como quien esté leyéndolo comenzaran su viaje con un objetivo consciente. Algunos de ellos lo alcanzarán, otros no. Pero todos, incluidos las lectoras y lectores, lograrán, de forma soterrada, un objetivo inconsciente al acabar el viaje. Este será el resultado de su apuesta al inicio del viaje y de la lectura.

Un último apunte sobre la técnica narrativa de «Arena Negra»: El acierto que supone la narración lineal, la proliferación de diálogos y la elección de un narrador objetivo en tercera persona terminan por componer una arquitectura modernista para sostener a la prefección la novela.

Los diálogos definen al personaje. No se puede engañar. Los personajes son lo que dicen. Si un personaje miente al hablar es que ese personaje es un mentiroso. Y los personajes de esta historia dialogan mucho. No hay mejor manera, ni más difícil, de mostrar los conflictos. Quizás por esto es poco habitual ver en la narrativa actual escenas dialogadas y narradores objetivos. Se escribe desde la ficción del yo, mezclando formatos tradicionales, desconectando tramas. Hasta el punto de que leer una novela como «Arena Negra», con su trama, sus diálogos, sus tres actos y su elenco teatral perfectos, resulta vanguardista y reaccionario. Si a todo esto le sumamos que escarba en lo social, que salpica de yeso y aceite de cocinar sus párrafos más allá del discursos nostálgicos de tiempos mejores, tenemos el cóctel perfecto para asegurar que «Arena Negra» es una novela que, al finalizarla, conseguirá que nos volvamos a sentir reconfortados en la comodidad de nuestro hogar, como quienes regresan a casa de un largo viaje.

Con esta novela Verónica Avilés Calderón entra de pleno derecho en el grupo de narradoras latinoamericanas que desarrollan su actividad en España, como Mariana Enríquez, Valeria Correa Fiz, Maria Fernanda Ampuero o Fernanda García, entre otras muchas. Una merecida meta para su viaje como escritora. Un destino que, como Marco Polo, hace tiempo que era en su futuro.

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