‘Aventura en el Ártico. Mi vida en los hielos del norte’

Aventura en el Ártico. Mi vida en los hielos del norte

Peter Freuchen

Traducción Teresa García Martín

Interfolio

Madrid, 2014

672 páginas

aventura en el artico

Paul Auster leyó AVENTURA EN EL ARTICO, de Freuchen. Tanto le impresionó que escribió esto en uno de sus libros:

«Una vez leí un libro de Peter Freuchen en el que el famoso explorador ártico describe cómo quedó atrapado por una ventisca en el norte de Groenlandia. Solo, consciente de que se le agotaban las provisiones, decidió construir un iglú y esperar a que la tormenta amainara. Fueron pasando días. Temeroso, ante todo, de que le atacaran los lobos –pues podía oírlos merodear hambrientos por el techo del iglú-, tomó la decisión de salir periódicamente al exterior y cantar con todas sus fuerzas a fin de ahuyentarlos. Pero el viento soplaba ferozmente y, por muy alto o fuerte que cantara, sólo era capaz de oír el sonido del aire. Sin embargo, si éste era un problema serio, no menos grave era el problema planteado por el iglú. Pues Freuchen empezó a notar que los muros de su pequeño refugio se cerraba sobre él. Debido a las particulares condiciones climáticas que reinaban en el exterior, su aliento se congelaba literalmente en los muros, y con cada nuevo soplo los muros engordaban y el iglú empequeñecía, hasta que en cierto momento apenas quedó espacio para su cuerpo. No deja de ser aterrador imaginar que nuestro propio aliento puede enterrarnos en un ataúd de hielo. Aterradora situación, sí, y a mi juicio, más convincente que «El pozo y el péndulo» de Poe, por poner un ejemplo. Pues en este caso el hombre es el agente de su propia destrucción; más aún, el instrumento de su destrucción es precisamente aquello que necesita para mantenerse con vida. Pues es indudable que un hombre no puede vivir si no respira. Aunque, a la vez, si respira no vive. Curiosamente, no recuerdo cómo logró Freuchen escapar de aquella trampa. Pero, sobra decirlo, escapó. El título del libro es, si recuerdo bien, «Aventura en el Ártico».

Freuchen, sin desmerecer a otros, es el explorador total, explorador del alma inuit, explorador de los límites de la resistencia humana (sin dejar en ello la vida) y explorador de sí mismo. Y, sin embargo, su mente limpia de todo prejuicio crea un relato donde todo es ternura e inocencia, lo que contribuye aún más a la grandeza épica de sus vivencias.

Su matrimonio con Navarana lo sumergió en un lugar privilegiado de una cultura y una época donde muy pocos hombres blancos han podido estar.

No querríamos asustar al lector, pero le advertimos que debe tener un estómago robusto para superar algunos pasajes, tanto culinarios como de tratamientos médicos.

Cualquier biógrafo tendría muchas dificultades en hacer creíbles muchos momentos de la vida de Freuchen.

Verán que tras la lectura de esta narración, la realidad supera la ficción dejará de ser una frase hecha.

Peter Freuchen abandonó la profesión médica y una vida segura y regalada en la sociedad danesa a cambio del súmmum de la inestabilidad: no saber si estaría con vida las siguientes veinticuatro horas.

Su talento para sobrevivir en condiciones extremas y para integrarse en la vida y costumbres de los inuit le hizo muy valioso para Hollywood, que filmó la oscarizada Eskimo basada en sus obras. Freuchen participó como guionista, actor y experto en temas árticos. La película fue la primera de la Historia en rodarse en inupiat.

Su vida, después de esta Aventura en el Ártico, continuó siendo una trepidante sucesión de experiencias. Durante la ocupación nazi fue condenado a muerte por su actividad en la resistencia, pero consiguió huir a Suecia.
En 1938 fundó el Eventyrernes Klub donde gracias a su apoyo personal, Thor Heyerdahl consiguió financiación para su arriesgada y famosa Expedición Kon-Tiki.

“Había pasado todo el día arreglando los arneses y cuando ya no me quedaba nada que hacer pensé que podía dar un paseo sin más preocupación que echar un pie delante del otro. El hambre voraz parece avivar los demás sentidos y, a la vez que mis movimientos eran casi automáticos y estaba demasiado cansado para sentarme y descansar, mi mente se mantenía extraordinariamente alerta”. Esa es la palabra: alerta. Si ese sentido bien puesto a punto uno no puede sobrevivir en ningún tipo de desierto. Y mucho menos en el desierto blanco. Donde a pesar de la desnudez, el peligro se esconde, como indica Paul Auster, hasta en el propio aliento. Por eso merece la pena tanto leer las memorias del explorador danés Peter Freuchen (1886 – 1957) durante sus años de vida en Thule, Groenlandia, donde fundó una familia.

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