‘Azorín’, de Ramón Gómez de la Serna

GASPAR JOVER POLO.

Tal es el fuerte efecto que me está causando el libro que lleva por título Azorín y que está dedicado al estudio del famoso novelista de Monóvar, que aún no lo he terminado de leer y ya ardo en deseos de dar a conocer mi descubrimiento, de recomendar su lectura a todo el mundo y en todas direcciones. Pienso que aquí está casi todo lo que se puede buscar en un libro: la erudición, el lirismo –el texto está sembrado de greguerías–, los datos biográficos curiosos, la certera crítica literaria, el detallado análisis de la época, más alguna otra cosa que normalmente no se busca y que sorprende. Siempre he pensado que los escritores creadores –los narradores, los poetas, los dramaturgos– son también los más capacitados para comentar sus propios textos o los de sus colegas de actividad, para ejercer el oficio de la crítica literaria, y me parece que, entre las muchas cualidades que presenta este libro, el titulado Azorín, está también la de confirmar la categoría como crítico de un narrador famoso, de Gómez Serna.

Algunos estudiosos de la literatura sostienen todavía el tópico de que el autor es incapaz de comprender el verdadero alcance de sus textos y de ponerse, por tanto, a explicarlos con el rigor y la eficacia debidos, y que los lectores y los críticos profesionales son, en consecuencia, los mejores analistas. Estas personas parecen creer que el autor artista es una especie de enajenado que no sabe a dónde se dirige cuando se pone a escribir, que trabaja agitado, traído y llevado, convulso casi, por una especie de onda sísmica interior. Es lógico suponer que los artistas ya tienen bastante con crear, con componer novelas, poemas, dramas, si nos centramos en el mundillo de la literatura, y que por tanto no les puede quedar demasiado tiempo para dedicarse al comentario; pero de esta limitación temporal no se puede deducir que no sepan analizar sus textos con acierto, que estén incapacitados por una cuestión genética o algo parecido para las funciones de comentarista.

Es más, si los artistas se dedicaran también a la crítica, estoy seguro de que formarían un grupo estupendamente preparado para analizar el proceso de creación, el suyo y el de sus compañeros, constituirían el grupo más apto para sacar a la luz los procedimientos, los trucos se puede decir también, que se suelen utilizar en su profesión, para descubrir también las deficiencias de un texto en el caso de que las haya. Los escritores artistas son los únicos que se han sentido naufragar en tan peligroso trance y los que, en el mejor de los casos, han conseguido salir a flote; los únicos que han afrontado las delicias y los sinsabores que suele llevar aparejada la labor de creación.

Una prueba incuestionable reside en el hecho de que Ramón Gómez de la Serna se tomó con mucho interés, como reconoce en el prólogo de este libro sobre Azorín, la tarea de analizar la figura del escritor alicantino, al que además conocía personalmente, y en el hecho de que, en esta tarea, se revela como un crítico sobresaliente a pesar de ser don Ramón también un artista, un escritor exquisito, un paladín de la prosa poética y humorística. Si no hubiera sido así, resulta improbable, por no decir imposible, que se le hubiera ocurrido organizar este libro ensayo con arreglo a una estructura tan libre y descatalogada.

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