Carlos Badosa y las palabras

Formas de regreso

Carlos Badosa Moriyama

Editorial Cuadranta

Madrid 2024     90 páginas

 

ENSAYO SOBRE EL QUEHACER DE LAS PALABRAS

 

Por Rafa Millán

 

Este libro va de palabras. Pero no de todas las palabras, sino de aquellas que además de decir, hacen. De palabras que son actos, máquinas de mover el mundo.

Por eso, estar “en el uso de la palabra” resulta tan fascinante como ambivalente. Lo deseamos y lo tememos al mismo tiempo, porque la palabra es un ser vivo, bello y terrible, capaz de transformarlo todo.

Nada de lo que decimos es solo “un decir”. Siempre hay una intención de fondo, las palabras tienen un surplús de significación, se desbordan más allá de sí mismas, provocando un efecto irrevocable sobre las cosas. Del lenguaje no podemos salir indemnes. Del dicho al hecho no hay ningún trecho. Esto es algo que como psicólogo y terapeuta sé muy bien.

Pero, ¿qué es el lenguaje? En una analogía que parece de Joaquín Sabina, podríamos decir que el lenguaje es ese animal mitológico y metafórico (y probablemente anfibio) que genera el mundo. O que, al menos, le da su perfil definitivo, la última mano de realidad.

Es un animal porque está vivo y mutando, sometido a un metabolismo autopoético (que tal vez sea la mejor definición de la vida). Es mitológico porque habita el espacio intermedio de los mitos, los símbolos y las leyendas que configuran el alma, el interregno entre las ideas y las cosas (toda palabra tiene un aspecto sígnico, material). La palabra es el demiurgo que informa lo que no tiene forma.

Por tanto es anfibio (o anfibólico) porque es a la vez, signo y significado, cosa e idea, cuerda que une los contrarios. La palabra espiritualiza la materia y materializa el espíritu, es la escalera de Jacob que armoniza el cielo con la tierra, lo relativo con lo absoluto, el todo con la parte.

Y es que cada palabra, cada signo, cada símbolo, para poder significar tiene que aludir a la totalidad del lenguaje. Cada parte es cifra de la totalidad, es un ángulo, una puerta de entrada a todo el universo semántico, de la misma manera que cada perspectiva contiene el objeto completo. O como cada nota necesita insertarse armónicamente en su melodía para tener sentido. Por eso la primera vez que escuchamos una canción no nos dice nada, porque no tenemos una idea del todo que haga inteligibles cada una de las partes. Nada es nada si no es en función del todo.

El significado es el lenguaje mismo, entero y verdadero, visto desde una de sus caras, como la nota es la melodía oída en uno de sus momentos. En otra metáfora, el sentido es el click que hace la pieza al encajar en el puzle, la palabra en la constelación del significado. Una vez más, la parte está en el todo y el todo está en la parte, holográficamente, fractalmente.

Por eso, como dice el libro, cada palabra es una forma de regreso, porque enhebra lo relativo con lo absoluto y señala el camino de vuelta a casa, la totalidad que habita en el fondo de todas las cosas. Y como, en cierto sentido, es el lenguaje el que genera el mundo, contemplar el lenguaje es casi como contemplar a Dios.

Al leer el libro se tiene la sensación de estar hackeando la placa base del universo, el código fuente, echando un vistazo debajo de las faldas de la realidad. Porque no es posible acceder a Lo Real sin unas gafas, sin una escafandra hermenéutica (al menos de la experiencia mística para abajo). Ver la realidad en sí, sin la mediación de los símbolos, sería, ya desde Platón, como mirar directamente al sol. Nos quemaría las retinas del alma.

En el sufismo es Dios mismo el que enseña a Adán (el arquetipo humano) el sagrado nombre de las cosas. Y eso intenta también Carlos con la paciencia de un orfebre, delimitar el contorno de las palabras, una labor, insisto, digna de los dioses.

Como obra literaria, Formas de Regreso está escrita con una ternura y una sensibilidad extraordinarias. El texto es una apertura íntima en forma de filosofía poética, que no parece poesía ni filosofía. Está tan bien escrito que el estilo se vuelve completamente transparente, siendo a la vez, todo el libro, un bello ejercicio de estilo.

En mi opinión, aquí aparece la parte japonesa de Carlos Badosa Moriyama, que teje un mundo tan sutil, tan delicado, que me daba miedo profanarlo. Leerlo ha sido como internarse en un lugar sagrado, un templo zen o un jardín de musgo. Tenía que pedir permiso para entrar. Y pedir permiso es ya una palabra que no solo dice sino que hace, una forma de regreso.

*

No quiero dejar de mencionar (otra forma de regreso) a uno de los mejores profesores que tuve en la facultad. Se trata de Carmelo Monedero, médico, psicólogo y filósofo fenomenólogo, que decía que somos como dioses que, en cada acto de habla, sacamos el mundo de la nada para constituir, cada vez, las fronteras móviles de lo que él llamaba la “humanísima trinidad”: el yo, el otro y el mundo.

Por eso, el proceso de terapia, la aventura fenomenológica, consiste en desactivar los prejuicios y mentiras que intoxican nuestro lenguaje (“la palabra del otro”) para abrirnos paso a la verdadera y propia “experiencia juiciosa”. Atrevernos a decir “la palabra inquietante ante el otro inquietante”. Poner en su lugar al yo, al otro y al mundo.

De este planteamiento, Carmelo deducía una definición de salud mental extraordinaria, tal vez la mejor que he escuchado nunca, tan exacta y refinada que al principio no la entendí, pero de la que, desde entonces, nunca he dejado de alimentarme. Una definición que es, claro, una forma de regreso.

Decía Monedero que la salud mental es… ¡estar en el uso de la palabra!

De la palabra verdadera, por supuesto, del sagrado nombre de todas las cosas que Dios enseñó a Adán; del signo que no es solo un decir sino un hacer; de la voz que constituye el ser desde la nada y establece la frontera sana entre el yo, el otro y el mundo; de la palabra que es una cuerda que, como la escalera de Jacob, une el cielo con la tierra, lo relativo con lo absoluto; y que es, en fin, una forma de regreso a casa.

Animarte a leer este libro es, por tanto, una invitación a la salud mental y, casi diría que, espiritual.

Y cierro con otra forma de regreso, dando las gracias —qué interesante que las gracias “se den”— a mi querido amigo Carlos Badosa Moriyama, por habernos regalado estas Formas de regreso, a las que estoy seguro que regresaré una y otra vez.

¡Gracias!

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