Conocimiento y sabiduría

Por Ignacio G. Barbero.

-“Cuanto más conoces, menos comprendes”(Laozi)

Estamos acostumbrados a pensar que el método de investigación de la realidad llevado a cabo por la filosofía y la ciencia occidentales, y el lenguaje en el cual se expresan sus resultados, es el más satisfactorio de cara a la comprensión del mundo que habitamos. Nuestra experiencia del mundo y las categorías con las que la explicamos nos resultan claras, inevitables y verosímiles o, por lo menos, útiles.

El conocimiento humano de este tipo es considerado en el pensamiento oriental como un “conocimiento convencional”, porque no creemos saber nada si no podemos representárnoslo por medio de palabras o algún otro sistema de signos y símbolos. Necesitamos, previamente, de un acuerdo social acerca de los códigos de comunicación, de la clasificación y valoración de los actos y cosas. El acuerdo implica que los hechos y sucesos quedan reducidos a esquemas generales comunicables y, por tanto, no son más que recortes de la realidad llevados a cabo por y para la descripción humana; así, la forma en que realizamos este pacto es relativa a los culturalmente variables puntos de vista. Esta relatividad y convencionalidad del conocimiento se puede ejemplificar con la siguiente pregunta: “¿Qué ocurre con mi puño –objeto sustantivo– cuando abro la mano?”. La entidad “puño” desaparece milagrosamente, porque está marcada con claridad en nuestra convención lingüística (y gnoseológica) la diferencia entre acciones y cosas. Sin embargo, si atendemos al lenguaje chino vemos cómo numerosos caracteres hacen tanto de verbo como de sustantivo, lo que permite comprender que los objetos también son sucesos en constante cambio, que el puño no desaparece porque nunca ha sido algo hecho y terminado y que nuestro mundo es, como afirmaba Alan Watts, “una colección de procesos más que de entidades”.

 De todo esto podemos deducir porqué la realidad resulta tan enigmática y compleja a nuestros ojos. Tratamos de comprenderla en base a un método lineal, con palabras y conceptos estáticos, agrupando y clasificando en categorías; buscamos distinguir los detalles de una gran sala iluminándola sólo con un rayo brillante. La complejidad no está tanto en la realidad como en nuestra manera de abordarla.

Es más, esta complejidad aparente nos lleva también a una carencia: al yuxtaponer y acumular instantáneas cerradas en un universo en que las cosas ocurren conjunta y simultáneamente, nos volvemos incapaces por definición de comprender la vida más allá de lo que no está contenido en esas imágenes estáticas; nos quedamos inevitablemente con el dedo que señala la luna antes que con la luna, con la convención antes que con el mundo. Zhuangzi, maestro taoísta,  expresaba así esta deficiencia:

“En torno a nosotros se producen cosas, pero nadie sabe de dónde. Salen, pero nadie ve la puerta. Todos los hombres estiman la parte del saber conocido. Ignoran cómo servirse de lo Desconocido para alcanzar el saber. ¿No es esto un extravío?”.

 

-“Los cinco colores cegarán la vista del hombre. Los cinco sonidos apagarán el oído del hombre” (Laozi)

La relación –convencional- entre el conocedor y lo conocido en la cultura occidental es la del que controla y lo controlado, la del amo y el esclavo. El conocimiento es una cacería cuyo objetivo es capturar presas y dominarlas. Tratamos, en definitiva, de sujetarlas al orden de la razón consciente. Olvidamos, al hacerlo, que confiar en la razón es confiar en el cerebro y confiar en la naturaleza orgánica humana, que es fruto de un crecimiento espontáneo e inconsciente a lo largo de la historia, de un proceso sin plan previo inmerso en una realidad interrelacionada.

La mente racional que busca, que ingenia métodos de investigación y “planes previos”, no puede entender la raíz tranquila y natural de su propia realidad, porque implicaría anular la idea de que somos egos racionales separados, individuales, que han de detener y controlar “la naturaleza”, la cual es “lo otro”, “lo que gusta de ocultarse” y tenemos que capturar. El reducto de conocimientos, valores, significados y sistemas que generamos son los que garantizan la persistencia de esta dominación. Así, nos convertimos en ciegos adoradores de categorías (los “cinco colores” y los “cinco sonidos” del título de este apartado), ideas o ideales a las que situamos incorruptas e inmutables por encima de lo natural. Llegamos a ser enemigos de la vida.

Confucio expuso con claridad que es el hombre quien hace que la verdad sea grande, no la verdad la que engrandece al hombre”, esto es, el hombre es más digno que cualquier idea que pueda concebir, acuñar o desarrollar. El sabio chino considera opuesto a la sabiduría pelearse por principios encontrados, ideas o verdades dispares; importa más el hombre, entendido como parte de un todo natural, que lo que la mera convención le haga decir.

Es, por tanto, la espontaneidad que imita el proceso natural la clave de la sabiduría, porque la vida siempre se despliega aquí y ahora sin esfuerzo ni fin. Es previa al intelecto y emerge y se desarrolla espontáneamente sin su intervención. Está más allá de él. Sólo hay que dejar que se dé sin interrumpirla ni acotarla. La realidad es muy sencilla, muy evidente y muy presente.

 

-“El hombre perfecto usa su mente como un espejo. No aferra nada, no rechaza nada. Recibe, pero no conserva” (Zhuangzi)

El sabio es un estúpido: ha extraviado su camino, y ha dejado de intentar capturar, sujetar y amoldar la vida a sus categorías rígidas. Ha abandonado la mente a sí misma, confiándole la tarea de actuar libremente y sin esfuerzo para, así, permitir que la realidad se muestre tal como es. Así como el lago refleja el vuelo del ave que recorre el cielo encima suyo, la mente refleja el mundo en su proceso natural sin intervenir en él. Sin aspirar, sin expectativas, está completamente presente y a todo le da la bienvenida. Como si fuera un niño, el sabio no tiene reglas ni preferencias interpretativas; no hay “cosas” ya:

“El niño mira las cosas todo el día sin pestañear; ello es así porque sus ojos no están enfocados en ningún objeto. Anda sin saber adónde va, y se detiene sin saber que está haciendo. Se confunde con lo que le rodea y se mueve llevándolo consigo. Estos son los principios de la higiene mental»  (Zhuangzi).

Este dejar que la mente funcione de manera integral y espontánea, la que le es natural, es una virtud sin afectación, que no puede ser cultivada o imitada por ningún plan o método deliberado. Una suerte de inconsciencia, de aparente despiste, que no implica nada más que la ausencia de un ego controlador y cazador y el no reconocimiento de individuos, “otros” o “yo”. El sabio comprende la transparente claridad de lo que el mundo es sin necesidad de pensar en él, sin necesidad de decir nada en él, sin tomar partido. Su vida/enseñanza , por tanto, no se ajusta a la convención: no es necesariamente verbal ni sigue las reglas de la lógica; «enseña sin decir» y «hace sin hacer», como la naturaleza misma. Es pura y tranquila sencillez: “Por la mañana, oír la vía (tao; curso de la naturaleza); al anochecer, morir, ya va bien” (Confucio).

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