Entre 1988 y 1989 Gilles Deleuze aceptó participar en un curioso experimento televisivo titulado L’Abécédaire, donde conversaría durante 8 horas y 25 capítulos (uno por cada letra del alfabeto) sobre algunos de sus conceptos filosóficos más relevantes, así como sobre algunos fragmentos de su propia vida. Deleuze, quien siempre se mostró reticente a ser entrevistado o aparecer en televisión, puso dos condiciones para la realización: que su interlocutora fuera su querida amiga Claire Parnet y que el material saliera al aire solamente después de su muerte.

En el apartado “J comme joie” (alegría), Parnet interroga a Deleuze no sólo sobre el concepto de alegría en la obra de Spinoza, sino también en la suya propia. Según Spinoza, la alegría es un concepto de resistencia que nos permite evitar las “pasiones tristes”, de modo que vivamos al máximo de nuestras fuerzas, lo que implica evitar “la resignación, la mala conciencia, la culpa”, etc. Deleuze afirma que en esos textos de Spinoza podemos encontrar una enorme carga afectiva, y define brevemente la alegría como “todo aquello que consista en satisfacer una capacidad”. El concepto mismo de capacidad (puissance) puede tener también el significado de poder, potencia, o fuerza, pero en este contexto spinoziano se refiere a la potencialidad de hacer algo —o en términos más modernos, de realizar una de nuestras capacidades.

Según Deleuze, “experimentas alegría cuando satisfaces, cuando efectúas una de tus capacidades”; por ejemplo, si se tratara de un pintor, la alegría consiste en conquistar “aunque sea mínimamente, una pequeña pieza de color”. Al llevar a efecto la potencia del color, el pintor experimenta alegría. ¿Y cómo definir la tristeza en contraposición a dicha potencia? Para Deleuze, esta aparece:

cuando me veo separado de una capacidad de la que yo me creí capaz, correcta o incorrectamente: Ah, pude haber hecho esto, pero las circunstancias me lo impidieron, o estaba prohibido, etc. Eso es la tristeza, uno podría decir: toda tristeza es el efecto de un poder sobre mí.

Dentro de la filosofía spinoziana, y por extensión en el pensamiento de Deleuze, “efectuar una de las propias capacidades siempre es algo bueno”, pues no existen “capacidades negativas”. Esto nos lleva al problema de lo malo, es decir, del poder, el cual, según Deleuze, se define como “el grado más bajo de capacidad. Quiero decir, ¿qué es el mal? Es evitar que alguien haga lo que puede. El mal es evitar que alguien actúe, encarne su capacidad”.

Hay que recordar que la filosofía de Spinoza parte de una investigación sobre el ejercicio del poder, y en ese sentido podemos notar la diferencia entre poder y capacidad. De este modo, Deleuze retoma un comentario previo de su entrevistadora: “tú dijiste que la tristeza está ligada a los sacerdotes, a los tiranos, a los jueces, y estos son perpetuamente quienes separan a sus súbditos de aquello que son capaces de hacer, quienes les prohíben llevar al acto sus capacidades”.

En ese sentido, Deleuze piensa que “todo poder es triste”, incluso si “aquellos que tienen el poder están encantados de tenerlo”, y llama al poder “una triste alegría”. Y bien, si la alegría es la puesta en acto de una capacidad o de una potencia, ninguna puesta en acto puede ser estrictamente malvada:

El tifón es una capacidad, debe regocijarse en su alma. Pero no se regocija en tumbar casas, sino en existir. Regocijarse es regocijarse en ser lo que uno es, esto es, en haber alcanzado el punto donde uno es. No se trata de autosatisfacción, la alegría no es estar conforme con uno mismo, en absoluto, no es el placer de estar conforme con uno mismo. Más bien, es el placer de conquistar, como dijo Nietzsche, pero la conquista no consiste en someter a otras personas, la conquista es, por ejemplo, para un pintor, la conquista del color. Sí, esa es una conquista, eso es alegría, incluso si todo sale mal, porque en estos asuntos de capacidades cuando uno conquista una capacidad o conquista algo en una capacidad, existe el riesgo de que sea demasiado poderosa para la persona que la conquista. Entonces se quiebran, como Van Gogh.

El riesgo de ejercer nuestras propias capacidades es, pues, el riesgo mismo de estar vivos, de llevar a cabo nuestras capacidades o potencialidades, pues lo inadmisible sería que viviéramos una vida en conformidad con quienes creemos ser, sin darnos la oportunidad de conocernos a fondo y de llevarnos a un límite nuevo y desconocido.