‘Engaño’, de Yuri Felsen

Engaño

Yuri Felsen

Traducción de María García Barris

Gatopardo

Barcelona, 2024

216 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No se sabe si uno vive con pasión, que es la mejor forma de mejorar la vida, o la intensidad de lo que siente se debe a algún malestar, como es la manía de sentir lástima por uno mismo. Con frecuencia confundimos la sensibilidad con lo que afecta a nuestro narcisismo, ese factor que debemos construir bien armado, en su justa dosis, para crear una autoestima en condiciones. Si uno no lo consigue y se encierra en el cuarto oscuro de su cerebro, confundiendo ideas con sentimientos, no hará nada más que darle vueltas a asuntos que solo le conciernen a él, convencido de estar llegando a verdades universales. Para conocerse mejor a uno mismo, que es la apuesta que nos ayuda a asentar la calma y la confianza, lo ideal es preocuparse por los demás. La apuesta del lamento es un fallo a la hora de relacionarse, aunque puede dar lugar a obras fantásticas, como este Engaño, en el que un enamoramiento no hace sino provocar desdicha dentro de la piel de nuestro narrador, que así la va reflejando en un diario.

Casi todo lo que sucede, sucede dentro de su cabeza, generando ideas sobre sí mismo, unas ideas que brotan, como no puede ser de otra manera, de las dudas. Este narrador, de aspecto hipersensible, se maneja con un lenguaje propio de algo que podría llamarse, a pesar del riesgo de oxímoron, como impresionismo psicológico. Enamorarse es una dicha para él, pero también una desgracia; es la expresión máxima de la condición humana, pero es a la vez sublime y pacata. Eso sí, al saberse especial, al sentir algo tan estupendo, se irá cuestionando las costumbres en las que sobrenada, y se rebelará, aunque solo sea interiormente, contra ellas, por considerarlas triviales. En ese sentido, el París de hace un siglo se transforma en el lugar adecuado para desaprobar la farsa social. Nuestro narrador quiere ser puramente romántico, pero su romanticismo es de suspiros: «aunque no tengo mejor manera de hacerme insensible al paso del tiempo que con una ebriedad rápida y aturdidora»; «tras años de soledad he amasado una buena reserva de silenciosa ternura, todavía por gastar, que a menudo está destinada a personas similares a mí, solo que más indefensas»; «me delito en mi ensimismamiento: porque hablo de mí, de cómo me gustaría ser, de cómo me transformo imperceptiblemente».

Toda su melancolía idealizada no sirve como terapia, se limita a dejarle en una sensación de espera constante. «Mi embriaguez es más bien narcisista», reconoce. Pero ese narcisismo, esa embriaguez, se caracteriza por la obsesión por conocer la condición humana, el yo y el ella, el amor y las reacciones al amor, pues se considera un hombre que ama con inseguridad. Es alguien que tiene a la vida como una transición estropeada, pero creyendo que esa situación no se prolongará siempre. Su lucha es por estar emocionalmente bien preparado para cuando llegue eso que él cree que será la vida. Mientras tanto, su consuelo es el deseo, la ilusión de ella. Con apenas actuación, Yuri Felsen (San Petersburgo, 1894 – Auschwitz, 1943) construye una obra sobre lo que imaginamos ser, que hará las delicias de quienes amaron a autores como Proust: «imagino el amor como el desarrollo de una ambición terca, básica y necesariamente conmovedora, que constituye la esencia, el sentido absoluto, la “idea” de una determinada relación amorosa, que se destruye cuando esa misma ambición desaparece: la ambición, la “idea”, el sentido de mi primer amor por Liolia era la firme convicción en su apoyo benévolo, en nuestro refuerzo mutuo, natural en las personas que han sufrido mucho y por ello se comprenden».

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