Espíritu sagrado (2021), de Chema García Ibarra – Crítica

Por Alejandro Peña.

CINE CON MAYÚSCULAS AL MARGEN DE LA INDUSTRIA.

Hace poco escribí un artículo acerca del estancamiento estético en el cine español reciente. En él mencionaba cómo la industria más mainstream, dominada por medios e instituciones politizadas (en el mal sentido), se dedica a producir, difundir y premiar películas que, lejos de innovar y experimentar con el lenguaje narrativo, resultan una imitación actualizada del cine social y neorrealista. Por suerte, al margen de la industria existe un cine independiente, de bajo presupuesto, que no goza de repercusión en los medios de comunicación, pero que es capaz de proponer creaciones artísticas subversivas e innovadoras.

Chema García Ibarra, director y guionista ilicitano, lleva años cosechando éxitos en los festivales de cine independiente más prestigiosos de todo el mundo gracias a sus cortometrajes El ataque de los robots de nebulosa-5, Protopartículas o Misterio, entre otros. Sus creaciones breves han sido premiadas en el Festival de Sundance, el Festival de Berlín o el Festival de San Sebastián, por nombrar sólo algunos de los casi 200 galardones que hasta ahora ha conseguido acumular en su palmarés. Pero ya sabemos que esto no se trata de premios.

Espíritu Sagrado (2021) es su primer largometraje y la prueba de que es posible crear cine de primer nivel sin contar con caras conocidas ni presupuestos multimillonarios. Localizada en la ciudad alicantina de Elche, cuenta dos historias paralelas: por un lado, la desaparición y búsqueda de una niña; por otro, las andanzas de OVNI Levante, una asociación de ufología que se reúne semanalmente para intercambiar información sobre extraterrestres y abducciones. Cuando Julio, su líder, muere inesperadamente, José Manuel se convierte en su único sucesor y trata de cumplir con una supuesta voluntad cósmica que va más allá del conocimiento humano.

Las primeras imágenes que presenciamos como espectadores nos muestran a unas niñas pequeñas que leen, a trompicones, unos textos aberrantes que traen escritos de casa. Textos que, por muy aberrantes que sean, no entienden. Así es como Chema García Ibarra nos introduce una singular dirección de actores que permanecerá como una aterradora constante durante toda la película: todos los personajes se comunican entre ellos como si estuvieran leyendo un guion, como si sólo fueran capaces de emitir oraciones prefabricadas que se limitan a replicar. Si añadimos a la ecuación esos rostros apagados y abrumados por el desencanto que mantienen los actores (no profesionales, por cierto) en cada plano, en cada confuso diálogo, el resultado es una atmósfera plagada de escenas inquietantes y preguntas sin respuesta.

No en vano, la banda sonora de la película no se caracteriza por su música, sino por el continuo ruido de fondo de las televisiones, las radios, lo vídeos de internet y otros aparatos electrónicos que no cesan ni un segundo de arrojar informaciones falsas, sesgos ideológicos, bulos y paranoias conspiranoicas sin fundamento con el único objetivo de transformar sus audiencias en dinero, independientemente de las consecuencias. Los personajes contemplan las pantallas tal y como las niñas, sentadas en sus pupitres, asisten a una clase magistral en el colegio: parece que no están prestando atención, pero ese esquema unidireccional donde una autoridad (la profesora) transmite una serie de datos que deben asumir como ciertos, hace mella en sus inconscientes.

Sin embargo, no sólo la ausencia de pensamiento crítico es la causa que permite plantar la semilla del engaño en la mente de los personajes. No hay más que fijarse en esas miradas tristes, interpretadas a la perfección, para darse cuenta de que tenemos que prestar atención a algo incluso más profundo: se trata de esa necesidad humana que les empuja a agarrarse a algo, a lo que sea, con tal de dar respuesta a sus inquietudes.

En primer lugar, la religión, otro elemento de presencia ininterrumpida en la película, se convierte en el principal refugio dogmático de la civilización, que necesita dotar de un sentido a sus vidas y dar alivio a su inevitable miedo a la muerte. Mientras tanto, como muestra uno de los programas de entrevistas emitidos en el bar de José Manuel, los presidentes y las juntas mayores de las cofradías que organizan las festividades religiosas se frotan las manos con el dinero de los feligreses. Por otra parte, los propios creyentes acuden a eruditos y médiums que no consideran incompatibles con su fe, como la madre de la niña desaparecida o muchas otras mujeres del barrio, tratando de buscar esas respuestas que no les ha brindado la religión en el espiritismo y las prácticas sobrenaturales.

No podemos dejar de lado la realidad material de los personajes. Se trata de gente de barrio, con trabajos precarios, vidas insignificantes y un entorno marcado por el crimen, la desgracia y la enfermedad. Ante todo, la motivación esencial para continuar con una existencia que parece no tener relevancia alguna la encuentran en aquello que les permite evadirse de su entorno. Así lo plasma en sus palabras uno de los miembros del grupo de ufología con un discurso tan duro como esclarecedor:

“Yo quería deciros que esto es de lo poco que tengo de bueno en la vida. De lo poco que me da algo de esperanza. Y os quería dar las gracias por hacerlo posible. (…) El día de más avistamientos es el Miércoles y lo más habitual es que el testigo esté conduciendo fuera de los núcleos urbanos entre las 00:00 h. y las 03:30 h. Pues bien, yo cada Miércoles cojo el coche y me recorro alguna carretera por mitad del campo. Esperando. Esperando a que pase. Que es lo que más deseo. Que pase”.

Entre otros muchos elementos de enorme maestría narrativa, estas palabras son el colofón que consagra a Espíritu Sagrado (2021) como una obra maestra del cine español reciente. Sus recursos formales, alejados de los clichés y las convenciones de la industria, la convierten en un pastiche que bien podría inaugurar un género propio: el thriller de ciencia-ficción costumbrista espolvoreado con toques de surrealismo. Hacia el final del filme, la gran cantidad de recursos desplegados logra alcanzar una cohesión sólida que no deja ningún cabo suelto, convirtiéndose así en un vivo retrato de nuestro extraño tiempo. Ese tiempo que combina la mayor accesibilidad de la historia a la información con el retorno voluntario a los dogmatismos, a las vías de escape de una realidad que no nos brinda satisfacción por verse infestada de intereses, de crímenes inimaginables, de vidas estancadas en la soledad que no van a ningún sitio si no es un líder carismático quien lo sugiere. Una película, en definitiva, que hablándonos de realidades paralelas, nos reconecta con la nuestra.

De ahora en adelante, habrá que prestar una seria atención a los próximos proyectos de Chema García Ibarra, porque, aviso, no tendrán una gran difusión en los medios, en las instituciones, ni en las salas de cine comercial. ¿Será por voluntad cósmica?

One thought on “Espíritu sagrado (2021), de Chema García Ibarra – Crítica

  • el 26 abril, 2023 a las 1:33 pm
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    Gran entrada para una gran película, de las ultimas con las que he salido del cine plenamente satisfecho. Ojala Chema siga haciéndolo tan bien!!

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