Imagen de la India

Imagen de la India

Julián Marías

LA LÍNEA DEL HORIZONTE
 

“La India me había dejado una huella perdurable. La recorrí con los ojos abiertos, absorbiendo su realidad por todos los poros, intentando comprender, con avidez de penetrar lo más posible en aquel mundo radicalmente distinto al mío”, escribió Julián Marías. La Línea del Horizonte publica Imagen de la India, la mirada nada convencional del filósofo tan solo una década después de la independencia del gran país asiático.

EL VICEPRESIDENTE Y LOS CUERVOS

Gran salón de actos del Ayuntamiento de Mysore. Sesión inaugural de los Coloquios del Instituto Internacional de Filosofía y del Congreso Filosófico Indio. En el alto estrado, con los filósofos indios y occidentales, el vicepresidente
de la India, doctor Sarvepalli Radhakrishnan; el Maharajá y gobernador de Mysore, Su Alteza Sri Jaya Chamaraja Wadiyar Bahadur; el ministro Humayun Kabir; todos ellos intelectuales y autores de libros filosóficos. Claro es que el
Maharajá corona su corpulencia con un fabuloso turbante rojo, y Radhakrishnan remata su rostro fino y agudo con un turbante blanco. Y los saris multicolores de las damas, de las muchachas, recuerdan que se está muy lejos de Occidente. Además, en esta ceremonia intelectual, ¿qué significa este penetrante olor? No solo hay ornato visual, tapices, hasta flores; no solo guirnaldas de estas, como enormes collares, se ciñen a nuestro cuello y cuelgan sobre el pecho, sino que el enorme salón está intensamente perfumado. Y el primer discurso… no es un discurso:
es el recitado, la salmodia mejor dicho, de unas estrofas casi cantadas, en que se da la bienvenida a los extranjeros y se invoca la luz y la verdad. Parece que no solo la vista, sino el oído y el olfato, tienen su parte, se sienten llamados a intervenir donde en otros lugares están ociosos.

Y mientras el vicepresidente Radhakrishnan pronuncia su discurso y vierte conceptos filosóficos, en plena solemnidad, los cuervos vuelan por la sala, se ciernen sobre él, uno de ellos se posa en una cornisa y desde allí parece escuchar. ¿No es una fábula viejísima, la Fábula del vicepresidente filósofo y los cuervos? ¿Qué le van a contestar? Porque de seguro le dicen algo, y los entiende.

Esto es la India. Los perfumes, violentos, acompañan a las ceremonias: lo mismo un doctorado honoris causa en la Universidad de Mysore que una comida con el Maharajá en Lalitha Mahal, el gran palacio que mira hacia la ciudad
desde una colina. Y los animales…

«En Occidente, el animal doméstico es la «res», y res es en latín la «cosa». En la India parece mucho más cerca de la persona»

Salgo del lujoso hotel Connemara en Madrás. Enorme comedor blanco y verde, con grandes ventiladores que giran en silencio, camareros de aire militar, túnicas y turbantes, blanco y verde; camas con mosquitero bajo la rotación constante de las aspas; jardín tropical. En la puerta, una vaca avanza por la calle, perezosa, distraída, con aire de ir indolentemente a asuntos propios, quizá de paseo. La vaca llega a la cancela del hotel y entra apaciblemente. Me queda la sospecha de si acaso preguntará por mí, o se sentará en el lobby y beberá un refresco.

Las vacas de la India, todo el mundo sabe de ellas, son una de las cosas «consabidas». Pero hasta que se las ve no se entiende bien lo que son. Hay que comprenderlas desde lo rural, desde la hermandad de la bestia y el hombre en los campos. He visto, en las aldeas y hasta en las calles de Mysore, animales y hombres «en grupo»,
quiero decir, juntos como nunca están en Occidente; la distancia vital entre el pastor castellano y sus ovejas, entre el vaquero argentino o californiano y su ganado, parece mucho mayor. En Occidente, el animal doméstico es la «res», y res es en latín la «cosa». En la India parece mucho más cerca de la persona. Estoy seguro de que el animal da más «compañía», de que hay casi «amistad». Acaso, entre nosotros, se da algo así con el perro, en alguna ocasión con el caballo, pero en forma más «individual»; tal vez el niño sea capaz de esa relación. Y se entiende la parábola evangélica del Buen Pastor. Hay tantas cosas del cristianismo que se entienden mucho más en este país no cristiano… Me vienen al pensamiento, casi hasta la obsesión, las olvidadas bienaventuranzas, los desatendidos dones del Espíritu Santo.

«Las vacas discurren
por todas partes. A las altas horas de la noche, en la vieja Delhi, pastan silenciosas, al lado de los puentes donde yace algún leproso»

Esa hermandad del hombre y la bestia penetra en la ciudad, como penetra en ella el campo —la India es toda rural, la tierra llega a todas partes, y el indio, con tanta frecuencia descalzo, no pierde su contacto—. Las vacas discurren
por todas partes. A las altas horas de la noche, en la vieja Delhi, pastan silenciosas, al lado de los puentes donde yace algún leproso, junto a las casas a cuya puerta duermen centenares de hombres y mujeres, en camas, sobre esteras o encima del santo suelo. Pero también pastan en los parques suntuosos de la Nueva Delhi, entre las
embajadas, junto a las avenidas de perspectivas interminables como solo se encuentran en Washington o en París, a dos pasos del Palacio del Presidente, o del de Nehru, o del Parlamento, cruzándose con el primer ministro de Mongolia o con el del Bután, que acaba de entrar seguido de un dignatario vestido de corto, traje negro y una especie de gorguera, entre caballero del Greco y pertiguero de una catedral.

Las vacas pasean aburridas, o duermen en las aceras de Calcuta, concurridas como la rue Royale o la Carrera San Jerónimo. Y en Chowringee Road, en el corazón de Calcuta, a dos pasos del suntuoso Oberoi Grand, entre automóviles y tranvías que se apresuran, y miles de personas que cruzan, una vaca blanca, solemne, melancólica, come pausadamente unas hierbas caídas, que verdean sobre el asfalto de la calzada.

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