Instante de un momento

 

 

Por Miguel Ángel Albújar Escuredo

 

SparatoriaEl día 28 del mes pasado informativos de todo el mundo dieron la noticia de un tiroteo ocurrido en la sede del gobierno italiano en Roma, en él estaba prevista a esa misma hora la investidura del nuevo primer ministro italiano Enrico Letta. Un hombre armado con una pistola y con la intención de matar a cuantos más políticos mejor hirió a dos policías y a una mujer embarazada. Acto seguido fue reducido por las autoridades presentes. Uno de los heridos recibió un tiro en la garganta. Las imágenes de ese hombre estirado en el suelo, brazos y piernas inmóviles formando una desprotegida y frágil equis y una marabunta de uniforme y trajes orbitando a su alrededor, dio la vuelta al mundo a una velocidad equivalente a la duración del ataque inesperado. El agresor, varios policías inmovilizándolo, estaba a su vez también en el suelo, a la misma altura que las víctimas. Su cara mostraba una sonrisa extraña, casi hueca, de muñeco. Al parecer el pistolero era un parado del sur del país, se había quedado sin familia y tenía numerosas deudas. El ataque fue premeditado, ante la imposibilidad de disparar a políticos decidió enfrentarse a los policías que aguardaban en el exterior del edificio. Fruto del rebote de una bala una mujer embarazada que pasaba por allí también acabó herida. El consenso mediático lo calificó como la acción de un desesperado víctima de la crisis económica que baña la Europa mediterránea. Fin del asunto, excepto para los heridos y el detenido.

Hasta ahí lo informativo del suceso. Pero si aplazamos el contexto y los datos y nos acercamos a la imagen por sí misma se puede entrever mucho más. El fragmento que presenta la pieza que emitió TVE ese día revela una dimensión oculta:el hombre sigue en una postura definitiva, dando al ojo una visión directa de la herida extendida en continuación rojiza hasta el pavimento, tapada por una columna trajeada que limita el lateral derecho de la composición El traje sólido asemeja una rocosa construcción impasible ante la tragedia humana, el derrumbe de sangre y carne de enfrente apenas causa una leve sombra sobre la superficie árida de ese azuloscurocasinegro. En el lado opuesto superior una especie de baranda metálica taja de lado a lado la composición en diagonal descendente, casi como amenazando nuestra mirada acusadora. Nos aísla de una realidad que tenemos ante nosotros, apenas a unos metros de nuestros dedos que se toparían con la dureza de un pavimento cimentado en sangre. Y al mismo tiempo, esa misma baranda enmarca la parte inferior de un hombre que tal vez nunca más pueda volver a ponerse en pie, cercenando lo que instantes antes había sido una unidad en perfecto funcionamiento y que ahora recibe el peso sobre el pecho de un castigo metálico inmerecido. El hombre caído aprisionado por naturaleza ajena al hueso y el músculo, el metal que viste tanto la baranda como la columna y la piedad antropomórfica rodilla en suelo clamando ayuda. En el horizonte una mar de piedras sin fin. 

Déjenme apuntalar. CaixaForum Barcelona expone desde hace meses una muestra de pintura y fotografía resaltando las intrincadas relaciones de las que son objeto ambas artes. La muestra, organizada por la National Gallery de Londres, estará en Barcelona hasta el día 20 de Mayo. Una de las consecuciones de la exposición es mostrar como los prejuicios primerizos con los que se acogió la fotografía fueron desactivados rápidamente, sobre todo gracias a la maestría de sus usuarios: las acusaciones de falta de fuerza emotiva y de complejidad formal resultaron ridículas. La capacidad del nuevo arte por captar elementos intangibles de la realidad que en vivo pasaban desapercibidos atrajo la atención de la opinión pública y de críticos de arte, todo en un momento de estallido de los medios de comunicación de masas y del principio de una alfabetización generalizada de las sociedades occidentales.  La exposición presenta la toma de conciencia sobre la legitimidad de la fotografía para alcanzar cotas de significación artísticas.

 

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Desde este postulado la imagen antes comentada sufre una redimensión estructural. Lo que creíamos un episodio sintético de la tragedia individual amplía el marco de influencia con resonancias más generales. El intento de asesinato de dos símbolos de la autoridad por parte de un parado sin alternativas para salir de su precariedad conduce a reflexiones grandilocuentes. El patetismo formal de alto aprecio estético no enmascara la crisis moral que baña el continente de la razón, la justicia y la igualdad; Europa es el escenario de pequeños entremeses de duración, así están cifrados en los medios de comunicación, piezas cortas a las que apenas se le asoma un foco de luz superficial que a la misma velocidad que llega desaparece. La información masiva en serie corre el riesgo de banalizar los testimonios reales tomándolos como composiciones bellas de vacía significación humana. Nos equivocaríamos de quedarnos únicamente con el aspecto formal. La imagen de un hombre malherido en el suelo, sangrando, mientras otro sonríe de desesperación no debe tener cabida en la cotidianidad, aunque sí la tenga en el arte. Porque el arte es otra cosa, es el depósito de las posibilidades, pero el mundo debe ser el espacio de la justicia y la igualdad o nos arriesgamos a revivir los excesos sublimes del infierno.

Ilustración: panel derecho del tríptico de El jardín de las delicias de El Bosco. 

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