Leonard Cohen en Chelsea Hotel

Foto: David Gahr

Por Antonio Costa Gómez.

Parecía una broma. Yo iba por la calle 23 y entré en el Chelsea Hotel. Solo me asomé al vestíbulo, miré unas cuantas fotos. Quería ver a Dylan Thomas, a Arthur Miller, a Patti Smith. Y quería con fuerza ver a Leonard Cohen. Pero en realidad no sé a quien vi, fue muy rápido. Me quedé pasmado ante aquella marquesina que parecía el techo de un coche, ante el cartel que colgaba sobre los pisos. Me acordaba de mujeres desnudas fotografiadas en los balcones. Era como una especie de broma, si venía alguien de recepción le diría que había entrado allí por equivocación. Pero, en el fondo, quería que me entrara en el cuerpo toda la vida y el arte.

Y también la canción de Leonard Cohen «Chelsea Hotel» era como una broma. En una habitación Leonard Cohen le echó a Janis Joplin un polvo intenso y rápido como un verso de Rimbaud mientras la limusina de ella esperaba. Ella le decía que eran feos pero tenían la música. Y vaya si tenían la música en el Chelsea Hotel. Ella le dice espasmódica «Te necesito, no te necesito». Él le canta que no piensa mucho en ella. La canción es como una broma, pero es una canción inolvidable y nostálgica.

Y toda la poesía de Leonard Cohen es como una broma. Cuando yo tenía quince años mi padre tenía en su biblioteca Flores para Hitler de Leonard Cohen y me alucinaba ese título. Porque él siempre hizo bromas descarnadas, que abrían el hueco de heridas profundas. Le mandaba flores judías a Hitler. Le escribía a la reina Victoria. Le decía al conductor de un autobús que se fueran juntos a Florida. Todo parecía una broma, pero estaba lleno de anhelo. Por eso quizá su libro más hondo fuera El libro del anhelo. Y en ese libro se burla de sí mismo y de sus escaseces pero habla de bajar a un abismo de vida: «Recogemos nuestros corazones y vamos / a mil besos de profundidad».

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