«Con los ojos cerrados»: confesiones de un pederasta que se sabe intocable

Horacio Otheguy Riveira.

Bruno nos recibe con impecable ropa interior blanca. Impoluto, en un histórico piso de Roma en pleno verano. La agobiante temperatura de la ciudad no le alcanza, bien pertrechado de aire acondicionado a 18º. En su confortable hábitat de casa antigua, a menudo mira por la ventana y lamenta el sol romano, tan desangelado en comparación con el fascinante cielo de su Sicilia natal.

Acostumbrado a dar cátedra con apariencia de humilde caballero, desde el primer momento mantiene viva nuestra atención. Su sonrisa —que sabe convertirse en risa nerviosa o tiernamente cómplice— es un arma ejecutada con precisión; nos envuelve articulando una voz segura de su encanto. Se acompaña de maneras carentes de la menor sensualidad al ir y venir en calzoncillos —con elegancia, incluso de esa guisa— mientras nos cuenta algunos episodios de su vida cotidiana, al sentarse a tomar café, como gusta todas las mañanas, y relajadamente lee Yo Claudio, la novela histórica que el británico Robert Graves publicó por vez primera en 1934 —en primera persona— y en los 80 se convirtió en mundial éxito televisivo, y best seller indudable, con alguna versión teatral incluida (España, con Héctor Alterio).

«… Comenzaré con mi niñez más temprana y seguiré año tras año, hasta llegar al fatídico momento del cambio en que, hace unos ocho años, a la edad de cincuenta y uno, me encontré de pronto en lo que podría denominar «la jaula dorada» de la cual jamás he podido zafarme desde entonces…»

¿Qué encuentra Bruno en la biografía de un emperador discapacitado, denigrado tantas veces, tan bondadoso y a ratos feroz, finalmente asesinado “y deificado”? Le reconforta, sin duda. Nunca lo termina de leer, suspendiendo su lectura una y otra vez para alargar la llegada a la última página. Lee párrafos en voz alta con gran satisfacción. Como todo lo que sucede en escena se nos brinda la oportunidad de interpretarlo, analizarlo, sentirlo de cerca… Más aún cuando se pone los pantalones y modula tonalidades para detallar la clave de su relato…

Le interesa mucho que los espectadores seamos sus confesores; nosotros, los que le admiramos porque se emociona hasta las lágrimas al narrar cómo unos muchachos de la calle torturan a gatos recién nacidos y se enfrenta a ellos como un valiente, así como por su buen corazón al ayudar con la pesada compra a una anciana que, desde entonces, todos los domingos le invita a comer como agradecimiento. Y él se sacrifica con el pesadísimo plato de berenjenas rellenas de salami… Es que Bruno se nos presenta como un simpático tipo de buen corazón, muy culto, sensible… hasta que a través de aquella misma ventana, por la que desprecia el feo sol de Roma, descubre a un niño solitario, marginado por la violencia de otros: Flavio, con solo 10 años… a quien acabará invitando al frescor de su vivienda… Y el bueno de Bruno se nos mostrará con unos rasgos muy distintos…

[…] ¡Flavio! Lo llamé por primera vez, pero no me contestó. Entonces volví a llamarlo “Flavio, ¿todo bien?”. Tardó en contestar, pero cuando estaba a punto de levantarme dijo, “¿Qué pasa, Bruno?” (Ríe.) Lo soltó así… como chulo. (Pausa.) Lo invité a venir, pero no se movió. Tenía buenas piernas. Era un deportista y se notaban las horas que había pasado corriendo detrás del balón. Flavio no era como los dos niños con los que jugaba, unos niñatos maleducados que no sabían más que insultar y escupir. Flavio no. Con Flavio se podía hablar. Es timidillo, pero con su forma de mirarte ya sabes lo que está pensando. Flavio tenía alma, los otros dos no…

 

 

 

Una pelota muy presente, bajo una penumbra que enturbia la felicidad del niño que juega con ella.

 

En la silla, el imaginario niño que con sus ojos cerrados le incita a unas caricias que completará en el dormitorio…

 

La historia de Bruno habla de un punto de no retorno. De una frontera que, una vez cruzada, marca para siempre. El autor sigue los pensamientos de un personaje extraño, de apariencia tranquila. Un espectáculo que aborda un tema cada vez más actual y candente. Y lo hace tomando el punto de vista del verdugo. Con los ojos cerrados sumerge a sus invitados en la incertidumbre, dentro de una penumbra creada por Juanjo Llorens con un juego de luces que incluye cierta niebla, sombras de un pederasta que ejerce su potestad con baño de presunta generosidad ante el pobre niño solitario… y con la seguridad de sentirse tan intocable como un emperador que, a diferencia de su admirado Claudio nadie se atreverá a ejecutar.

Con una puesta en escena muy cuidada en todos los aspectos, a partir de la entrada imaginaria de Flavio la obra da un giro considerable, avanza por otro terreno con sorpresas muy bien integradas en un marco de interesantes simbolismos visuales, y música encantadora especialmente compuesta. En este ámbito, su único intérprete, Marc Parejo, realiza una delicadísima actuación, un esfuerzo mayúsculo con un material muy duro, que incluso debilita los aplausos finales, dado el impacto de las últimas escenas. Personaje que, a medida que avanza la acción, resulta más que detestable, pero se ofrece en un empeño creativo sorprendente, que ha obtenido victorias considerables tanto en España como en el extranjero, estrenado con éxito en Estados Unidos. Premios y giras para un teatro valiente, representado como obra de arte testimonial.

 

 

DRAMATURGO LUCA PIZZURRO

ADAPTACIÓN Y DIRECCIÓN SERGIO TOYOS

ACTOR MARC PAREJO (funciones de los domingos)  y GERMÁN TORRES (funciones de los viernes y los sábados).

VOZ EN OFF IMANOL ARIAS Y DANIEL AGUILAR

AYUDANTE DE DIRECCIÓN GABI DE MULDER

MÚSICA ORIGINAL NAIEL IBARROLA

PRODUCCIÓN MUSICAL IÑIGO ESCAURIAZA. MÚSICA GRABADA EN LOS ESTUDIOS EL SUBMARINO

DISEÑO DE ILUMINACIÓN JUANJO LLORENS

DISEÑO Y PRODUCCIÓN DE SONIDO JAVIER ISEQUILLA

FOTOGRAFÍA, DISEÑO Y VÍDEO PROMOCIONAL NACHO SWEET y MARÍA GARCÍA – SWEET MEDIA

ASESOR LEGAL MIGUEL ÁNGEL BEIGVEDER

PRODUCCIÓN NICOLAS DEGLIANTONI – MANIAC PRODUCCIONES

PRENSA Y COMUNICACIÓN MARÍA DÍAZ

MAKING OF Y TÉCNICO EN GIRA ANNA MIÑANA

DURACIÓN 60 MINUTOS

NO APTA PARA MENORES DE 16 AÑOS

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