Marcharse de Omelas (o no hacerlo)

DAVID LORENZO CARDIEL.

«Como quieran. Yo me inclino a pesar que, en los últimos días, la gente de las ciudades costeras ha ido llegando a Omelas desde el norte y desde el sur en trenes rapidísimos y tranvías de dos pisos, y que la estación de tren de Omelas es realmente el edificio más bonito de la ciudad, aunque más sencillo que el soberbio mercado de aldeanos. Pero, incluso con trenes, temo que a muchos Omelas les parezca un lugar demasiado beatífico».

Las chincharras aúllan bajo el insoportable calor. Las familias salen a pasear por la ribera, por los parques y jardines, por las sosegadas calles con escaparates perezosos. Sólo por la mañana y a última hora de la tarde, claro, porque cuando el sol aprieta es imposible mantener la pose al aire libre. Como en tantos y tantos municipios, en esta ciudad se celebra un festival para aplaudir al renovado estío. Todos parecen felices. Los visitantes abarrotan la ciudad. Sin embargo, alguien sigue sufriendo las consecuencias de una verdad escondida bajo el tapiz de la apariencia.

Tolkien, Poe, Bradbury, Heinlein, Dick, Clarke, Lem, Asimov. Ante, sobre o junto a tantas voces masculinas -cada cual que rellene el texto con la preposición que más plazca a su «sensibilidad»-, Ursula K. Le Guin destaca con idéntica trascendencia, si no incluso con una mayor importancia. La autora norteamericana fue heredera y precursora de un género inmortal, que se lleva cultivando desde los primeros engranajes de la civilización. La literatura fantástica y la ciencia ficción, impulsada magistralmente por Julio Verne, se encuentra hoy en día en horas bajas ante el público en general. Pero otrora ha sido esencial para la pervivencia humana. Porque esta es la gran naturaleza de la ficción. ¿Qué sentido tiene contar algo de lo que se sabe que no ha sucedido y que quizá no suceda nunca si no es para permitirnos soñar con otras posibilidades que las que reconocemos en la realidad? Reelaboramos pensamientos para descubrir caminos en apariencia imposibles.

Desde el Poema de Gilgamesh y Sinuhé el Egipcio hasta la novela medieval y bizantina, repletas de monstruos y retos que sólo los héroes o los locos son capaces de enfrentar, pasando por las obras del romano Luciano. La creación de mundos imposibles, aberrantes y ficticios, donde lo mejor y lo peor de la naturaleza humana convergen irremediablemente, sobrevive gracias al apoyo de multitudes de personas que se niegan a renunciar a la imaginación. El frikismo, la rareza, es en verdad lo natural. Deberíamos desconfiar de quienes, tras las sombras, como en un tétrico relato de Lovecraft, urde y agita a los voceras de la actualidad para pregonar una nueva religión, el discurso mediático. Así, vivir bajo el mazazo de unos acontecimientos decepcionantes y pueriles se convierte en lo deseable, e imaginar viajes interestelares deseando larga vida y prosperidad, lo desechable, infantil e inmaduro.

Verne nos llevó a la Luna. Le Guin nos devuelve a sombríos rincones de nuestra civilización. Quienes se marchan de Omelas, Premio Hugo al mejor relato en 1974, es una de las célebres narraciones de la creadora del ficticio mundo de Terramar. En Omelas, ciudad utópica en el puro sentido del término y en que le dio el filósofo Tomás Moro a su libro, todo el mundo parece feliz. Crece la abundancia, los visitantes quedan maravillados. La sociedad omelana parece deseable. Y seguramente lo sea en comparación con otros lugares. Pero bajo la apariencia se esconde un terrible secreto: para que los habitantes de la ciudad obtengan una amplia prosperidad, uno de sus ciudadanos debe ser miserable.

¿Seríamos capaces de abandonar a uno de nuestros iguales a cambio de vivir con comodidad? ¿Puede considerarse «civilización» una sociedad que se sostiene a costa de otros? Como ya habrá adivinado el lector, Omelas son las calles de cualquiera de nuestras ciudades. Un paraíso corroído por el egoísmo de la ciudadanía y el desarraigo de transeúntes y personas sin techo que sobreviven como pueden justo al lado de quienes habitan la fortuna de poder ganar un sueldo y pasar sus días sin angustias económicas.

Nórdica Libros ha editado Quienes se marchan de Omelas en una edición en cartoné, tamaño discreto y manejable, y papel de muy alta calidad. A esta fantástica versión hay que añadir el magnífico trabajo de Eva Vázquez como ilustradora y de Maite Fernández como traductora del libro. Como regalo propio o ajeno, por placer o para leer un libro diferente: Quienes se marchan de Omelas les ensimismará con la destreza de los grandes narradores. Una alegría lectora que les espera, sin lugar a dudas, en su librería de confianza.

La ficha:

Quienes se marchan de Omelas

Ursula K. Le Guin

Ilustraciones de Eva Vázquez.

Traducción de Maite Fernández

Nórdica, Madrid, 2022. 40 páginas. 16,50 euros.

© David Lorenzo Cardiel, 2022.

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