Mustang (2015), de Deniz Gamze Ergüven

 

Por Jaime Fa de Lucas.

mustang cartelLlegó a mis oídos como un rumor veloz, sobre todo tras su nominación a mejor película extranjera en los Oscar. Si tuviéramos que juzgar la calidad de la película en función de la cantidad de premios y nominaciones que tiene, seguramente sería una obra maestra, no obstante, el veredicto cambia después de verla: un mero vapor. Es un ejemplo de lo que viene sucediendo en los Premios Nobel de literatura de los últimos años: no ganan los mejores escritores sino los más “comprometidos” social y políticamente. Lo único que puede hacer que la mediocridad de esta película pase desapercibida es su crítica social y su “compromiso” con la libertad de las mujeres turcas.

Esta película se apoya generosamente en Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola, algo que se aprecia tanto en las semejanzas con el núcleo argumental como en la composición de algunos planos. El propio título, Mustang, hace referencia a un comentario que hace el padre de las niñas en el film de Coppola sobre el avión Mustang P-51 cuya aparición fue determinante en la Segunda Guerra Mundial, en favor de los aliados. Al menos la directora es honesta y no esconde sus influencias. Mi interpretación, a raíz de esto, es que la película funcionaría como un arma frente a la guerra del sexismo en Turquía. Además, habría que mencionar el guiño más que evidente a la película iraní Offside (2005), de Jafar Panahi, a través de la escena en la que las niñas se suben a un autobús para ir a ver un partido de fútbol –la película de Panahi también denuncia la falta de derechos de la mujer–.

Uno de los problemas de Mustang es el tempo. Es una película con unas elipsis brutales, en apenas 15 minutos ya hemos asistido a la entrada del verano, a la “inmoralidad” de las chicas, ha dado tiempo a que se corra la voz por el pueblo, los familiares ya las preparan para convertirse en mujeres, ellas ya aceptan la situación, etc. Además, los acontecimientos suceden de repente, sin desarrollo previo, y generan un ritmo tan acelerado que apenas da tiempo a digerir lo sucedido o a reflexionar sobre ello. Paradójicamente, la película resulta lenta y parsimoniosa, lo que muestra las dificultades que tiene la directora para manejar los tiempos narrativos. Es inaceptable que se minimice al máximo la duración de los sucesos y que al mismo tiempo la película resulte lenta. La última media hora de película alcanza cotas de aburrimiento bastante elevadas.

mustangOtro problema es el guión. Aparte de inundar la pantalla con estereotipos de la situación y no profundizar en absoluto, llega a ser forzado en algunas situaciones, ejemplo: una de las niñas, mientras espera en el coche a que vuelva su padre, deja entrar a un chico al que acaba de conocer y se ponen al asunto; y luego el chico va con sus amigotes a casa de la niña como si estuviera enamorado. Todo esto no encaja en el relato que hasta ese momento se había desarrollado. Este tipo de escenas busca el efecto ignorando su propia inverosimilitud.

Al hilo de lo problemático, el retrato emocional de las niñas es débil y más si nos centramos en la situación posterior al suicidio de una de las hermanas. Ni siquiera el ritmo narrativo muestra respeto por el suicidio, no se detiene, el movimiento acelerado continúa, no hay hueco para las emociones. Entiendo que hay que seguir adelante con el guión, pero vuelve a resultar inverosímil. La película de Coppola también adolece en cierta medida de esa profundidad emocional, pero lo resuelve de forma acertada al final, mostrando que todo ese dolor iba por dentro. En el caso de Ergüven no es así, falta carga e intensidad para que resulte creíble.

Me parece inexplicable que esta película, que no presenta ninguna reflexión profunda más allá de esbozar estereotipos, que flaquea a niveles cinematográficos elementales y que además no es original, pues es un calco de Las vírgenes suicidas, tenga tantas alabanzas, tantos premios y tantas nominaciones. Bueno, en realidad no me extraña, hace tiempo que las disciplinas artísticas perdieron su pureza gracias a todos esos críticos que validan ciertos discursos guiándose por factores ideológicos –cuando no se trata de amiguismos o beneficio económico–. Como si el arte consistiera en dar una palmadita en la espalda a todo el que piensa igual que uno mismo. Está bien que se reivindiquen ciertos valores, pero lo que hay que premiar es la calidad artística, no la homogeneidad ideológica, dos aspectos que últimamente muchos confunden.

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