‘Nómadas’, de Anthony Sattin

RICARDO MARTÍNEZ.

El nomadismo ha conformado siempre una buena parte del devenir del género humano. Y ello por distintas razones. “Espero demostrar –escribe el autor, a modo de presentación de su obra- que los nómadas se han  visto reducidos a las anécdotas y reflexiones de nuestros literatos e historiadores, como si se empeñaran en confirmar la observación de Giles Deleuze: ‘Los nómadas no tienen historia, solo tienen geografía’ (…) Se trata de una omisión engañosa, que además quiere decir que nos hemos perdido la orgullosa y meritoria historia de esos pueblos (…) ellos, que han constituido siempre la mitad de la historia humana y han hecho contribuciones esenciales al progreso de lo que muchos historiadores tradicionalmente han llamado civilización. Aunque la suya parece estar a la sombra de la nuestra, la propia crónica nómada no es ni menos maravillosa ni menos relevante” y alude a Roma (siglo II a.e.c.) que, después de derrotar a Cartago, se convierte en ama y señora del Mediterráneo, o cuando China florecía con el emperador Wu de Han y a lo largo de las Rutas de la Seda comenzaban las primeras aunque escasas relaciones comerciales entre el río Amarillo y Europa.

Como testimonio escrito relevante de lo que ha sido la vida de los pueblos nómadas a través de sus narradores, junto a Herodoto, escribe Sattin, cabe citar a Sima Qian, quien, al otro lado del mundo, en su obra Shih Chi (Shiji), completada alrededor del año 80 a.e.c.) ‘Si Herodoto ha sido mi guía para conocer la historia de los nómadas griegos, persas y escitas, Sima lo ha sido para conocer la de los chinos.

Tal vez constituya una cierta sorpresa esta alusión, por cuanto nosotros solemos asociar al nómada como aquel que, por razones de necesidad, se ha visto obligado a abandonar sus tierras en procura de mejor vida, ahora bien, también ha sido una razón de movilidad a lo largo de la historia la voluntad de poder y dominio, el peso de la fuerza y la audacia de unos pueblos sobre otros (el eterno referente de la montaña y el valle, interior y orilla, por ejemplo) para ganar protagonismo y con ello el dominio en procura de mayores riquezas y bienestar; esa eterna actividad del hombre como dominante natural: el poder del más fuerte, la supervivencia  como fin natural.

A este respecto leemos (p. 149) una alusión expresiva a una sociología, digamos, de la situación: Los pueblos sedentarios carecen de la simplicidad, de la reciedumbre y de las otras muchas virtudes que Ibn Jaldún admiraba de los que viven en continua mudanza: “las gentes de la ciudad se acostumbran a la comodidad y la pereza, se hunden en el bienestar y el lujo. Confían la defensa de sus propiedades y su vida al gobernador que les rige y a la milicia que tiene la tarea de custodiarlos. Encuentran seguridad en los muros que los rodean y en las fortificaciones que los protegen, pero esta confianza –concluye- los vuelve vulnerables, en especial a los nómadas, ‘más capaces de alcanzar la superioridad y arrebatarles a otras naciones cosas que tienen en sus manos”

Voluntad, inteligencia, progreso técnico, necesidades materiales, afán de conquista y mejora acaso muevan con mayor ímpetu a aquellos que han de arriesgar para alcanzar cotas de poder, procura de bienes materiales para vivir mejor, más holgadamente según sus aspiraciones y deseos.

No confundir, eso sí, con el hoy día desplazamiento necesario y cruel por causa del opresor de las libertades en algunos países, con la necesidad imperiosa de haber de comer, de estancia en territorios de paz, sino como reivindicación ineludible tantas veces, y ahí se confunde, se imbrica  el relato para hacer de la historia una narración humana de razones vinculadas. En este sentido leemos (p. 296) la migración de los Bajtaris. “Cincuenta mil hombres, mujeres y niños se disponían a trasladar medio millón de animales unos doscientos cincuenta kilómetros de terrenos difíciles para desplazarse desde los pastos de invierno en los márgenes de la llanura de Mesopotamia a los pastos de verano en los montes Zagros. No porque quisieran ir, aunque muchos de ellos sí lo deseaban, sino porque tenían que hacerlo: ‘No hay nada verde y los rebaños van a morir, y después de ellos, las mujeres, los niños y, por último, los hombres”

Lo curioso, a día de hoy, es que nos podríamos plantear como premisa, como dilema ante la vida: narraciones de ayer, pero también narraciones de hoy.

El hombre en la historia a merced de sus necesidades y pasiones; y así continúa.

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