‘Ojos de fuego’, de Stephen King

HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.

Ojos de fuego es una novela de Stephen King publicada en 1980.  En esta ocasión, el motivo de reseñar una obra de tan largo recorrido (mayor que mi propio arco vital, para ser preciso), es la adaptación cinematográfica que la ha devuelto a la vanguardia literaria. El 13 de mayo del presente año se ha estrenado la película homónima, un remake de la que ya se estrenó en 1984.

Y la he visto. Apenas cinco días antes de ir al cine, puse punto final a esta novela densa (la edición de bolsillo tiene casi 600 páginas, y os adelanto que la acción, superada los compases iniciales, es tediosa y lenta).

La obra comienza como una road novel. Un padre (Andy McGee) huye junto a su hija (Charlie McGee) de los servicios secretos norteamericanos (La Tienda). Hasta ahí poco tiene de novedoso, y he de resaltar que esta novela fue una de las influencias de la actual Stranger Things. Lo que realmente la convierte en una obra interesante es la relación entre los personajes y su construcción psicológica.

El motivo de dicha huida se nos explica a través de flashbacks. Andy, cuando aún era un universitario, se somete por 200 dólares a unas pruebas experimentales de la sustancia conocida como Lote Seis. Allí conoce a su mujer (la madre de Charlie). Varios de los demás sujetos del experimento mueren en circunstancias terribles. Andy y su mujer obtienen poderes parapsiquícos.  En el caso de ella, se manifiestan como una débil telekinesis; en el de él, puede empujar a las personas para que obedezcan sus órdenes.

La nota discordante suena al nacer su hija Charlie. Ella manifiesta poderes piroquinéticos, es decir, la capacidad de provocar incendios con la mente. La Tienda la persigue para experimentar con ella por… bueno, por motivos evidentes que descubriréis al leer la obra. La novela es un verdadero ejemplo de la relación entre un padre y su hija, de la psique infantil, de la locura llevada al extremo de ciertos personajes (Rainbird es un villano memorable. Sus métodos, aunque cuestionables, están descritos con la destreza propia del maestro King). Los lectores que busquen una novela de ciencia ficción al estilo de super héroes la encontrarán aburrida, ya que una vez superado el inicio de road novel, nos damos de bruces con un drama claustrofóbico donde la progresión es lenta y se produce mediante diálogos densos y pequeñas acciones.

Y ahí es donde la novela contrasta totalmente con la película. Tras salir del cine… bueno, no puedo negar que me entretuve. No soy especialmente exigente con las películas comerciales. Si me dan un par de horas de efectos especiales, luces, y alguna que otra emoción, me vale. Arramplé con un cubo de palomitas y noté el paladar agridulce.

La cinta, lejos de centrarse en los aspectos que resalta la novela (esas relaciones entre personajes, el delicado equilibrio entre el bien y el mal, un gran poder conlleva una gran responsabilidad…), se enfoca en intentar crear una película sosa de antihéroes. Rainbird, principal antagonista, ni siquiera es tuerto. Toda su profundidad psicológica queda pulverizada a convertirlo en un vulgar sicario traicionado por los suyos. El debate interno de Charlie también desaparece: es una pirómana sin remordimientos. En cuanto tiene la más mínima oportunidad de calcinar algo, lo hace encantada. La acción, prolongada durante meses en la novela, aquí se traduce en poco menos de una semana. Y se le da una importancia al arco inicial de la película que en la novela es inexistente.

En resumen, más allá de una pataleta fanática de King y de su obra, me gustaría resaltar que, si bien la novela es lenta (Dios santo, lo he dicho seiscientas veces, a una por página), está bien construida. Se centra en la moral. La película, por el contrario, es un videotutorial acerca del uso impropio de un lanzallamas. Como escritor (y lector), me quedo con la primera. Lo mejor es que, gracias a la promoción cinematográfica, Ojos de fuego vuelve a estar de moda.

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