‘Orlando’, de Virginia Woolf

ANTONIO JORGE MEROÑO CAMPILLO.

Orlando, la más accesibe de las novelas de Virginia Woolf y una de las que mayor calidad atesora encierra tesoros que subsistirán mientras haya lectores curiosos que se quieran acercar a ella y disfrutar. La Woolf, en el fondo hija de la Inglaterra eduardiana en la que se crió, se muestra muy pudorosa a la hora de describirnos a este/a Orlando, este hombre eterno que transmuta en mujer eterna tras un desengaño y un largo sueño.

Nuestro Orlando es un rico noble de la Inglaterra isabelina, que escribe y lleva, por lo demás, una ociosa vida de lujo y placeres hasta que se enamora perdidamente de la hija de un diplomático ruso con la que quiere fugarse y que lo planta. Cae entonces en ese profundo sueño del que hablammos y despierta convertida en una noble dama. Una dama que sigue escribiendo sus tragedias en verso y que va viendo  pasar amores mientras pasan los siglos. Los poetas la desengañan, y acaba casándose con un marino del que está locamente enamorada. Sus posesiones y su riqueza se van evaporando, pues había marchado de embajador a Turquía cuando aún era Orlando hombre y al retornar los tribunales, en un litigio intemporal, la van despojando de su herencia.

Pero tiene sus perros, eternos compañeros, y los paseos por la naturaleza, mientras mueren los siglos XVII y XVIII y hasta el XIX y llega el XX con sus adelantos, sus coches, sus grandes almacenes. Y hace sus compras y recibe visitas, todo en el palacio que aún conserva como esplendor de tiempos pasados, esta criatura andrógina magistralmente interpretada en el filme de Sally Potter por Tilda Swinton, que ni pintiparada con su belleza hombruna y su característico savoir faire actoral.

Paul B Preciado acaba de estrenar otra versión que no he tenido ocasión de ver, y ahora que las cuestiones de género están tan candentes, quizá haya gente que descubra esta mágica obra maestra adelantada a su tiempo, que los nuevos fascistas españoles, con el beneplácito del sempiterno partido conservador, han prohibido este pasado verano en una versión para las tablas. Qué atrevida y zafia es la ignorancia¡.

Para nadie debería ser un secreto que la Woolf, de soltera Stephen y que toma su apellido al casarse con Leonard, hombre bueno que la comprendió y la cuidó con mimo de madre en sus  continuas crisis mentales, tenía una sexualidad compleja y gustaba a veces de las mujeres, sin ser abiertamente lesbiana ni salir rotundamente del armario. El libro está dedicado a Vita Sackville-West, su amiga y compañera de juegos amatorios, otra persona que estuvo al lado de este mente lúcida empañada cruelmente por lo que hoy llamaríamos bipolaridad, que entonces no tenía los paliativos de hoy.

La traducción de Borges es impecable, y asomarse a Orlando, en cuaquiera de sus manifestaciones, debe ser un gozo y, por qué no, rebledía.

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