‘Primer amor’, ¿Hasta qué punto somos libres?

FRANCISCO JOSÉ GARCÍA CARBONELL.

Tras la sutileza de la escritura de Turguénev en esta obra, nos encontramos ese adolescente al que se le va la vida por un amor imposible. Un tormento delicioso que experimenta aquellos que durante esa  transición hacia la madurez  reciben el flechazo de Cupido.

Si bien es cierto que a día de hoy ningún joven a nuestro alrededor se puede identificar con esas expresiones superlativas con las que el escritor ruso describe los sentimientos del protagonista, esa amargura indescriptible que se siente por ese propio amor imposible es algo universal, es un sentimiento natural que está intrincado en lo más profundo de nuestro corazón, una situación que explora el descontrol de esa incipiente  voluntad juvenil y, lo mismo,  nos enseña que es a través del discurrir de la madurez como podemos aprender a querer.

Nuestra  mente sabe filtrar el dolor de una pasión no correspondida para evitar, de este modo, que el dolor nos consuma, y en  esto Vladímir Petróvich,  ese hombre maduro que va recordando a aquel joven moscovita de dieciséis años que era entonces, no es una excepción. A la par que recordamos, que echamos a andar la añoranza, nuestra memoria consigue cambiar la relevancia del pasado. El dolor abrupto de antes no muere, pero ahora es algo que se puede interpretar desde la distancia, sin ese apego irracional que nos puede llegar a arrastrar a la esclavitud de unos sentimientos desmedidos.

Al igual que ocurre con La muerte de Iván Llich, la novela de Tolstoi, la visión de la muerte es lo que lleva al protagonista a reflexionar sobre ese pasado que jamás podrá cambiar, a no asimilarlo como una etapa suya, de su propia historia. Aún así fue en esta etapa, igual pienso que en la nuestra, que Iván empieza a aprender a amar la vida, y es por eso que siempre su memoria intenta volver a ese encuentro de la princesa Zinaída Aleksándrovna.

El padre cumple aquí un papel crucial, la figura de este se entromete entre el hijo y ese objeto de su deseo que es la joven aristócrata. Al descubrir que su progenitor es el amante de esta, cae en una tremenda angustia. De aquí, precisamente de la destrucción de esos sentimientos arrastrados, y a pesar que nunca deja de ser un derrumbamiento hermoso, surge una sabiduría frente al dolor que pueda volver a experimentar  en un futuro este joven. A pesar que no logra superar en cierta medida esta crisis adolescente, si que consigue las herramientas para poder afrontar los sinsabores próximos.

Al final, tras una vorágines de sucesos que conducen a la fatalidad de todos los protagonistas, la reflexión final que nos suscita la obra, al menos a mí, nos sitúa ante los siguientes interrogantes: ¿hasta qué punto somos libres?  ¿Hasta qué punto estamos determinados por nuestro entorno? ¿Es necesario aprender a cuidar este?

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