Son of Sofia (2017), de Elina Psikou

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Cada día que pasa dudo más de la calidad de los festivales. No sé si el problema está en los que seleccionan las obras, en el jurado que decide los premios o en la propia creatividad de los participantes. Misteriosamente, azarosamente, quién sabe por qué, Son of Sofia se llevó el premio a la Mejor Película en la Competición Internacional del Festival de Tribeca. Elina Psikou presenta la historia de un niño ruso, Misha, que se traslada a Grecia para vivir con su madre, Sofia. Los problemas surgen cuando ésta le dice que tiene un nuevo papá y que éste es más mayor que su abuelo. El niño tendrá que adaptarse a su nuevo hogar y a la disciplina que impone el anciano, lo que le llevará a evadirse a través de sus fantasías con animales y de su relación con un nuevo chico al que conoce.
Psikou establece algún paralelismo interesante. Durante toda la película está latente esa idea de relación parasitaria entre la mujer joven y el viejo. Supuestamente, ella le cuida a cambio de una estabilidad social, económica y doméstica que sin él no tendría. De hecho, Sofia es de procedencia rusa y si no se hubiera casado con él, no podría vivir ni trabajar en Grecia. En una dirección similar, el niño conoce a un chaval ucraniano que mantiene relaciones sexuales con viejos a cambio de dinero. Curiosamente, cuando el niño tiene la posibilidad de ejecutar su primer “intercambio”, lo rechaza. Aquí entreveo que esa “Sofia”, esa sabiduría, es en parte la que muestra el chaval al rechazar lo mismo que en definitiva hace su madre: mantener una relación con un anciano por intereses que nada tienen que ver con lo sentimental. Esto a su vez potencia el rechazo que siente el niño por el viejo. También se relacionan los deseos del chico ucraniano de ser medallista olímpico con las Olimpiadas de Atenas o el trabajo de la madre, que hace peluches, con las fantasías de Misha con animales, aunque la relación de todo esto no queda clara.
El principal problema de Son of Sofia es que pone sobre la mesa un batiburrillo de ideas que no acaban de explotar, quizás porque no están bien enlazadas entre sí. Las Olimpiadas, el sótano lleno de cosas, el viejo que es actor, los disfraces, el chaval ucraniano que quiere ser medallista olímpico, las fantasías, los animales… elementos que se van acumulando y que no apuntan a ninguna dirección clara. Un ejemplo: el abuelo le habla al chico de mitología y significados simbólicos, asegurando que su nombre viene del Arcángel Michael, aunque el niño dice que viene de la mascota de los Juegos Olímpicos de Rusia. Ahí se presenta una vaga idea sobre la pérdida de significados y el paso del tiempo, pero sin concretar. ¿Los Juegos Olímpicos son algo significativo para el anciano, mientras que los jóvenes lo ven como espectáculo? ¿El conflicto entre una percepción antigua que lo carga todo de significado y una realidad actual más pop y superficial? En lugar de presentar un discurso sólido, coherente, bien ensamblado, más bien parece un boceto con algunas líneas trazadas a lápiz con muñeca floja. Falta síntesis, especificidad y precisión.
Aparte de ese conglomerado de ideas sueltas mal relacionadas, Son of Sofia intenta desmarcarse de lo convencional con las fantasías de Misha, pero desgraciadamente, como sucede con el resto de elementos, no establece ninguna relación con el resto de la película. Este gesto me recuerda mucho al tramo final de Toni Erdmann, donde el disfraz del padre parece un intento por diferenciar una película que no es capaz de sobresalir por otros medios. Si quitamos las fantasías y los animales, la película sería exactamente la misma, pero sin la excentricidad gratuita que mendiga originalidad. En este sentido, el toque metaficcional, con esa película que se graba dentro de la película, también busca cierta frescura que no es capaz de lograr sin recurrir a este tipo de artificios.
A nivel técnico cabe destacar la fotografía, concretamente la iluminación. Aunque puede resultar algo estrambótica en algunos momentos, consigue que el ámbito doméstico, omnipresente durante todo el metraje, canse menos de lo que debería, dando una atmósfera inquietante y laberíntica a la casa. También hay que aplaudir la ambición de Psikou por intentar hacer algo diferente y con cierta densidad, absorbiendo bastante de los presupuestos de los cineastas griegos más recientes, aunque el resultado final no sea del todo satisfactorio.
Para terminar, dos apuntes negativos y una decepción. En primer lugar, hay una escena en la que el sonido apenas se oye, lo cual me parece inadmisible a estos niveles. En segundo lugar, la película se hace lenta porque el manejo del ritmo es algo deficiente y la edición tampoco simplifica todo lo que debería. La decepción: el final es forzadísimo, falso y artificial, acudiendo a un cliché y a la archiconocida escena con armas en la que la integridad física de uno de los personajes principales corre peligro. Este final puso la guinda a un pastel que ya me comí, pero que no volvería a repetir. Si el objetivo es meter el mayor número de sabores posibles, Psikou tendrá que cambiar de receta.

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