Suicidio de ‘Hamlet’ en el Matadero

Por Carmen Garrido 

[Los actores] tratan de agradar como siempre, pero ha aparecido una cría de chiquillos, de unos polluelos que chillan a más no poder, y se les aplaude frenéticamente. Ahora están de moda, y vociferan de tal suerte en los teatros públicos (como ellos les llaman), que actores de espada en cinto han cogido miedo a la crítica de ciertas plumas de ganso, y apenas se atreven a presentarse en ellos.

Rosencratnz a Hamlet. Acto II, escena II.  

Todo aquel que haya acudido alguna vez a una representación de Hamlet, la obra de teatro más famosa de todos los tiempos, sabe, ineludiblemente, dos cosas. Por un lado, que lo que aparecerá ante él tendrá algo de la tabla El Infierno de El Bosco: multitud de personajes atormentados, afligidos y angustiados por las dudas morales con las que la vida y su condición de royals les examina. Por otro, que el director ha arriesgado mucho al poner en marcha un Hamlet, la más representada obra shakesperiana, con un largo recorrido de actores que han hecho de fidedignos espejos del Príncipe de Dinamarca: desde un Olivier, un Brannagh, un Burton, un Irving, un Chamberlain, un Barrymore… Hasta una Sarah Bernhardt. Y ya en España, nada menos que la Espert, Marsillach, Gómez o Portillo.

Por mucho que se relea Hamlet, siempre se espera que el actor que lo encarna ( en esta caso Alberto San Juan) te ofrezca una visión distinta del personaje: que te obligue a dudar, una vez más, entre su locura real o su locura fingida, a la manera de un maquiavélico político; que te revele la clase de juego amoroso mantenido con Ofelia; que ofrezca más un aspecto melancólico y desconsolado o uno más artero y falaz. Cuando uno acude a una representación de Hamlet quiere –y debe– salir con preguntas, con un debate interno sobre la psicología del personaje, ese recorrido mental que se renueva cada vez que se acude a un teatro en donde se recrea Elsinor. En este caso, Mario Gas se despide como director del Español con un shakespeare dirigido por el reputado Will Keen, un clásico de la Royal Shakespeare Company, discípulo de Declan Donnellan e Ian MacKellen y uno de los mayores conocedores de la obra del bardo isabelino. Keen ya es un habitual de los escenarios madrileños, en calidad de actor, y dirigió con acierto Traición de Pinter a comienzos de temporada, también con San Juan de protagonista.

 

Los actores, como representantes de la corte danesa

 

Sea bienvenido todo buen director, sea de la procedencia que sea. El caso es que la dirección del Español vuelve a usar el prestigio de un nombre para atraer espectadores. Un nombre, magnífico como intérprete, pero que, hasta ahora, sólo ha dirigido una obra en la escena nacional. ¿Cuántos actores españoles están formados, asimismo, para regir un montaje? Muchos. Perfectamente preparados. Sin embargo, se pensaría que es una locura ofrecerles las Naves del Matadero para crecer en la faceta de directores. ¿Es una cuestión de chauvinismo español lo que planteo? En absoluto. Recientemente, también estuvo en el Matadero Tys pity she´s a whore, de la siempre espléndida Cheek by Jowl (de la que Keen, por cierto, es intérprete habitual) y el montaje fue, sencillamente, inolvidable.

Hamlet, tras ver el espectro de su padre

En todo caso, y a la luz de los resultados de este Hamlet, cabría aplicar aquella frase del refranero español de “zapatero, a tus zapatos”. Keen, repito, es un excelente actor pero como director deja que desear. Necesita crecer. Quizá una alternativa más creativa –y más barata que poner a su servicio un teatro público español –sería la de capitanear sus obras en salas pequeñas a la manera de los numerosísimos espacios del West End londinense.

Mi crítica hacia Keen nace de la tortura que supone estar viendo cómo se despieza una obra magna de la mano de un elenco al que faltan adjetivos para describir. Larguísimas, pues, las 2 horas y 45 minutos. A la cabeza, un Alberto San Juan que interpreta a Hamlet cual muñeco articulado, con una dicción que debería ya revisar (su manera de narrar tiene demasiada linealidad, ya lo vimos en Penumbra, Marat-Sade Tito Andrónico), con unos altibajos en las octavas de voz desquiciantes y un amaneramiento en sus movimientos que no nos conduce a ninguna pregunta, leitmotiv principal de la obra. San Juan nos sirve en bandeja la locura de Hamlet. Desconocemos si es supuesta o fingida, no deja resquicio al espectador a dudar de ella. El danés está loco, lejos de la imagen de ese sagaz príncipe que en momentos de lucidez llega, incluso, a urdir una surtil venganza contra los traidores Rosencrantz y Guildenstern, Ergo, cual enajenado, San Juan vaga por la escena, corta las frases por la mitad, con lo que el texto shakesperiano se vuelve incomprensible, entra en estados de euforia que traduce en gritos y desafueros, escupiendo las palabras sin ahondar en la profundidad del texto. Excepto el clásico parlamento del “ser o no ser”, falla en un papel que no rellena.

San Juan, en medio del clásico monólogo del «ser o no ser»

Al presentar la obra, Keen habla de la “modernidad del texto”, del paralelismo entre la corrupción moral de la corte danesa y la escasa ética de la clase política en la actualidad. A vueltas con la necesidad de “actualizar el texto” y proponerle (en este caso, cuasi sinónimo de «obligarle”) al espectador a que reflexione. Dejémosle la posibilidad, no tan remota, de que las conclusiones las pueda extraer por sí mismo. Para ser una obra moderna, ¿hay que vestir a Gertrudis (Yolanda Vázquez) y Ofelia (Ana Villa) como dos secretarias de Mad Men? ¿Hay que montar una rueda de prensa para anunciar la boda entre Claudio (Pedro Casablanc) y Gertrudis? ¿Hay que escenificar un aeropuerto para la marcha de Laertes (Pau Roca) y su aleccionadora conversación con Ofelia? ¿Hay que convertir al rey Claudio más en un personaje de la “Operación Malaya” o de la “Trama Gürtel” que en un rey que carece de toda astucia política? ¿Hay que reducir al consejero Polonio (Javivi Gil Valle) al papel de un bufón con el que arrancar la risa al espectador? La risa. La cuestión de la risa. Hamlet, señores, es una tragedia. Sobran las gracietas en los diálogos de Javivi, en algunas respuestas de Hamlet. Pero, sobre todo, sobran en la maravillosa escena de los enterradores, convertidos en unos jornaleros de chiste que, literalmente, destrozan uno de los monólogos más bellos de la dramaturgia. Dejo ahí el tema de convertir el acento de dos enterradores daneses (de baja extracción social, obviamente en comparación con Hamlet y Horacio) en el de unos andaluces o extremeños.

San Juan y Vázquez, como Hamlet y Gertrudis

Más preguntas sin respuesta: Sabemos que Ofelia se suicida. ¿Es necesario que mientras la reina explica su muerte, la actriz aparezca al final del escenario con una bolsa de plástico en la cabeza? ¿Es necesario que en el bellísimo momento del monólogo de las flores lleve unos cascos de mp3? Secun de la Rosa, que, en compañía de Antonio Gil, llega a marear con tanta entrada y salida, no logra despojarse de su vis cómica. ¿Tiene órdenes del director de que esos gestos sean graciosos o sus gestos son producto de fábrica?

De entre todo el elenco, se salva el siempre brillante Pedro Casablanc en el papel de un rey sátiro y artero al principio, cuya pasión se va apagando luego. No es culpa del actor que se vaya desvaneciendo su actuación, simplemente, se pierde en medio de un montaje que llega a  tener momentos casi folklóricos, como el de la actuación de los cómicos ante los monarcas. También Yolanda Vázquez (actriz desconocida aquí, pero de gran prestigio en Reino Unido), como la reina Gertrudis, actúa sin salirse de los cánones. Asimismo, hay que destacar el rol de Pablo Messiez como el fiel Horacio. Del resto, nada que decir y todo que objetar.

La obra se estrenó el 8 de junio y finalizará el 29 de julio, con gira posterior. El día en que fue esta periodista no había espectadores ni en las dos gradas laterales ni en la parte alta de las gradas centrales y hubo quien se retiró en el descanso. ¿A qué precio, viendo  la situación económica actual, se puede mantener una obra de escaso éxito en escena, teniendo en cuenta, además, las malas críticas de los medios, excepto las de ciertos periodistas institucionalizados?

Pienso en las obras de excelente calidad que se están representando con escaso presupuesto y de modo privado en Madrid, con tantos actores y directores llenos de talento y de pasión. Fracasan y se levantan, intentando buscar un hueco. Debe de ser descorazonador ver cómo los escenarios públicos se vuelven a llenar (una y otra vez, con honrosas excepciones como la del brillante Miguel del Arco) con las mismas caras. Es hora de renovar y de respetar a los clásicos. Un Shakespeare es un Shakespeare. Ya fue soporífero el Macbeth de Pimenta en los Teatros del Canal. Vuelve a repetirse en el Matadero. Desearía haber salido con preguntas sobre Hamlet y el poder y no con preguntas sobre lo visto en escena. Realmente, no importa si este Hamlet finge su locura o no. Cabe cuestionarse,  y los tiempos son óptimos para ello, si los prebostes de los teatros públicos padecen sordera o la fingen realmente.

 

(Hamlet)

De William Shakespeare

Dirección: Will Keen

Codirección, versión y traducción: María Fernández Ache

Reparto: Alberto San Juan (Hamlet); Pedro Casablanc (Claudio); Yolanda Vázquez (Gertrudis); Ana Villa (Ofelia); Javivi Gil Valle (Polonio); Pablo Messiez (Horacio); Secun de la Rosa (Marcelo/ Guildenstern/ Actor 2/ Caballero/ Enterrador 2/ Cura/ Osric; Antonio Gil (Bernardo)/ Rosencrantz/ Actor 1/ Caballero/ Enterrador 1/ Reinaldo).

Lugar: Matadero (Naves del Español)

Fechas: Del 8 de junio al 29 de julio. Miércoles a domingo, 20.30 horas.

Duración: 2 horas y 45 minutos.

Créditos de las fotos: Javier Naval. Teatro Español

 

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