“Valle de sombras”: Grandilocuencia excesiva eclipsando la calidad

Por Judith Mata.

El cine hecho en casa se presentaba con una historia original, lejos de las típicas comedias que suelen invadir la cartelera. Había que darle una oportunidad. Valle de sombras tiene un inicio interesante y plantea una premisa atractiva, las vacaciones al Himalaya que Quique organiza junto a su novia y el hijo de ésta, Lucas, quedan interrumpidas por un ataque de bandidos despiadados. El argumento inicia, así, cuando Miguel Herrán, como único superviviente, busca hacer justicia. Pero la acción frena en seco cuando la historia queda pendiente de un factor externo como es la meteorología. El espectador queda atrapado junto con el protagonista en un pueblo perdido de la mano de Dios. La comunicación es difícil, nadie habla el mismo idioma, las culturas chocan, pero ninguno de ambos lados se abre al otro. Lo que podría haber sido un crecimiento personal, cambio, desarrollo de personaje, se queda en nada y termina cuando de verdad podría haber empezado el verdadero thriller de asesinos.

La misma grandilocuencia que desprenden los sensacionales planos paisajísticos del Himalaya se intenta reflejar en la acción de la trama, quitándole, sin embargo, el realismo que podría haber tenido.  Además, la calidad interpretativa de Miguel Herrán queda eclipsada por la búsqueda del sentido heroico constante del personaje y que rompe ese diálogo sensato que construía la historia en un inicio. Por ejemplo, en el viaje final a la ciudad, varios planos advierten de la peligrosidad de las corrientes del río, pero él puede tirarse, nadar y salvar al niño que yace en el fondo, plácido, sin riesgo alguno. Varios elementos de esta índole hacen evidente un tipo de deus ex machina para salvar la acción hacia donde los creadores quieren que vaya para cumplir las expectativas que necesita un estreno comercial.

Valle de sombras se queda, así, como lo que pudo haber sido, y no fue. El film muestra elementos interesantes (diferentes culturas, el paisaje, etc.) que salen a veces de lo más convencional. Pero vuelve a esa necesidad constante de hacerlo todo a lo grande y buscando la inmensidad de los planos – e incluso de las situaciones – por encima del conjunto entero. El discurso cinematográfico no casa con el viaje interno de perdón y duelo que atraviesa el protagonista, pero tampoco lo hace en el sentido aventurero del entorno exótico. Estas incongruencias restan, así, la oportunidad que tenía el film por contar algo extraordinario.

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