Feliz recuerdo entre aplausos a Verónica Forqué, «hada madre» en La respiración de Alfredo Sanzol

Por Horacio Otheguy Riveira

La noticia de un posible suicidio en la actriz, cumplidos 66 años, deja muy afectados a sus allegados, ya que tras despedirse de Masterchef Celebrity muy cansada, confesó encontrarse en baja forma anímicamente, probablemente víctima de una recaída de sus depresiones en 2014 y 2017.

Hija del director y productor José María Forqué y de la escritora Carmen Vázquez-Vigo, hermana del director Álvaro Forqué (1953-2014) y nieta del músico y compositor José Vázquez Vigo. Debutó en el mundo del cine trabajando en películas de su padre a inicios de los setenta, hasta llegar a convertirse en una actriz de comedia durante la década de los ochenta, período en el que consigue diversos Premios Goya, y otros galardones por trabajos en televisión.

Tuvo una importante trayectoria teatral con obras tan destacadas como El zoo de cristal, Ay, Carmela (estrenada en 1987 por vez primera, junto a José Luis Gómez), Agnus Dei, Divinas palabras, Doña Rosita la soltera… También dirigió algunas funciones, como Españolas, Franco ha muerto

La capilla ardiente de la actriz y directora Verónica Forqué se celebrará mañana miércoles 15 diciembre, de 11 a 16 horas, en la Sala principal del Teatro Español.

Su último gran personaje fue en una obra cuya crítica aquí reproduzco, fechada el 12 de junio de 2017. Después de esa fecha participó en varios espectáculos, pero en ningún caso con la envergadura de esta mujer singular creada por el hoy director del Centro Dramático Nacional.

Verónica Forqué, admirable «hada madre» en La respiración de Alfredo Sanzol

A la manera de un cuento de hadas desvergonzado, con una gran madre que es el hada mayor de las desventuras de su hija, La respiración, de Alfredo Sanzol, consolida un viaje interior/exterior con tal fuerza anímica y vital que consigue premios importantes y llenazos de un público agradecido. No es su mejor obra, y en muchos aspectos, su espectáculo más superficial incluso como director, pero recibe justas gratificaciones por tenderse al sol de la desesperación y crear puentes amorosos con actores y público.

La respiración se estrenó en 2016 con una sublime Gloria Muñoz en el papel de la madre todopoderosa, reina de un poliamor sereno y sabio con el que conduce a su hija hacia la aceptación de sí misma y la necesidad de los otros, para romper la dependencia de la pareja que la dejó por otro. Con este material aquella compañía fascinó a propios y ajenos (larga gira muy exitosa). Vuelve ahora con dos cambios en el reparto: José Ramón Iglesias sustituyendo a Pau Durà (fantástico también en La punta del iceberg, en esta misma sala), y Verónica Forqué en el dificilísimo trance de ponerse en lugar de la creación de la Muñoz —en la foto, instantánea de su primera aparición en la obra—. El resultado es óptimo, el corazón de la función, el motor de su proceso dramático, gira en torno a este personaje, el único con un amplio desarrollo, el más interesante de una función donde los excelentes actores han de bregar con meros estereotipos a los que con su talento les dan una vida superior a la establecida en el texto, una obra demasiado sostenida por monólogos más didácticos que ricos en matices. Y mucho menos elaborada que otras piezas del mismo autor (Delicadas, En la luna, La calma mágica…).

La Forqué logra una magia muy especial en la originalísima invención de un hada madre que va de cama en cama con amores de diversas generaciones (de cama en cama, excepto «para dormir, eso nunca, es demasiado íntimo»): aporta una frescura insólita en la encarnación sublime de un ser volátil y a la vez muy de pies en la tierra, su manera de andar, de sonreír, de cantar (en las escasas escenas que parece abordarse un musical), y sobre todo de hablar como si cantara entre susurros. Y qué manos las suyas cuando se erigen en maestras de caricias y silencios, dejando hacer a los demás para ella misma circular como si sobrevolara todas las situaciones, a caballo siempre del amor en todas sus vertientes, cual Lady Godiva vestidísima, pero transmitiendo una desnudez complaciente y adorable.

Camila Viyuela tiene una tonalidad similar por la deliciosa sensualidad que transmite entre su joven novio y la revelación de un amor lésbico. Aporta la vitalidad del juego de niños que descubren el sexo cuando ya superaron los 30 hasta alcanzar una edad indefinible. Martiño Rivas, José Ramón Iglesias, Pietro Olivera se mueven con la ligereza característica del director Sanzol, especialista en lograr que sus actores se sientan cómodos en cualquier situación, salvo que, como ya dije, esta vez ninguno de los tres hombres tiene suficiente personaje que defender, sólo lugares comunes en situaciones reiterativas.

Martiño Rivas, Camila Viyuela.

Por último, la protagonista, Nuria Mencía, asume con éxito un difícil empeño, ya que su Nagore, desesperada después de un año de separación-abandono, empieza muy arriba, en un estado de estrés agobiante, marcada a fuego con una especie de asexualidad con aire varonil que va transformándose emocionalmente en una niña en fase arbitraria y caprichosa, luego una adolescente ávida de cambios que no termina de aceptar, más tarde una mujer capaz de revolucionarias libertades, como la de haber sido carne de cañón de una experiencia fabulosa para aprender a ser ella misma y gustarse poco a poco, sin extravíos ni locas dependencias. Sumergida, sin culpa ni castigo, en un vendaval de deseos y pasiones consumadas, al fin puede brindar con su copa de vino, agradecer lo agradecible, gozar de las pequeñas cosas, y sobre todo, respirar, dormir…

La función comienza con un suplico a los espectadores: «Perdonen que no haya podido dormir», y acaba con un «Perdonen que me duerma». Entre uno y otro estado, un viaje sensorial, excesivamente discursivo, pero lleno de energía en las manos de un sobresaliente sexteto de intérpretes que llega al alma del público agradecido, todos ellos comandados por Alfredo Sanzol y Verónica Forqué: un autor-director que de esta manera exorcizó su propio drama ante la agonía de una separación sentimental, y una actriz que domina a su gran personaje como si dirigiera una sinfonía dentro de sí misma.

De izquierda a derecha: Martiño Rivas, José Ramón Iglesias, Nuria Mencía, Camila Viyuela, Pietro Olivera, Verónica Forqué.

Cuando me separé el dolor era tan grande que no me dejaba respirar, y creo que la falta de aire me tenía en un estado de alucinación. Esta comedia ha sido la manera que he tenido de volver a la realidad, de aceptar la nueva situación, y de ir reencontrándome con la alegría poco a poco. Si llego a ser chica me iba a llamar Nagore. Así que este nombre se ha quedado conmigo. Nagore es mi alter ego. Pero también lo son todos los personajes. La única referencia espacial al lugar en el que pasa la acción es la Cuesta de Santo Domingo y la plaza que hay al final de la cuesta. Tanto en Pamplona como en Madrid hay una Cuesta de Santo Domingo con una plaza al final. Me gusta haber encontrado una especie de fundido entre las dos ciudades.
La respiración es un regalo para todos los que hayan visto el pabellón de su autoestima en lo más alto gracias al amor. Y  para todos los que hayan visto el pabellón de su autoestima en lo más bajo gracias al amor. (Alfredo Sanzol)

 

Música Fernando Velázquez
Escenografía y vestuario Alejandro Andújar
Diseño de iluminación Pedro Yagüe
Diseño gráfico y fotografías Javier Naval
Ayudante de dirección Laura Galán
Ayyudante de producción Sara Brogueras
Producción ejecutiva Jair Souza-Ferreira
Director técnico Alfonso Ramos
Construcción decorado May Servicios
Realización vestuario Ángel Domingo / María Calderón
Dirección de Producción Nadia Corral / Miguel Cuerdo 

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