'Vida de Pi', una novela que hace aguas

Por Sara Roma  

Vida de Pi, Yann Martel, Destino, 2003, 335 pp., 17 euros

vida de Pi

Vida de Pi resuena estos días con más fuerza tras la última edición de los Oscar en la que la cinta, dirigida por Ang Lee, ha obtenido algunas de las más importantes estatuillas. La película, que narra la historia de Piscine Molitor Patel y su rocambolesca aventura tras un naufragio, está basada en la obra homónima que Yann Martel publicada en 2003 y que, con motivo de su adaptación cinematográfica, ha vuelto a reeditar Destino.

Pi Patel es un joven que vive en Pondicherry (India), donde su padre regenta un zoológico. Un día, con el objetivo de prosperar económicamente, su familia decide emigrar a Canadá. Tras complejos trámites, los Patel inician una travesía que se verá truncada por la tragedia: una terrible tormenta hace naufragar el barco donde viajaban. En la inmensidad del océano Pacífico, una solitaria barcaza de salvamento continúa flotando a la deriva con cinco tripulantes: una hiena, un orangután, una cebra herida, un enorme macho de tigre de Bengala y Pi. A partir de ese momento, el joven tendrá que echar mano de su ingenio y su fe, para mantenerse a salvo y defender su liderazgo frente al único animal que quedará vivo.

Piscine Molitor Patel es un joven singular marcado por el destino desde su nacimiento y su bautismo. Su nombre, tan poco común, se debe a un amigo de la familia fallecido que adoraba nadar y que encontró la verdadera “gloria acuática suprema” en París: la Piscine Molitor. A pesar de las burlas y las mofas que recibe, Piscine demuestra ser un chico cabal y sensato que utiliza el ingenio para salirse por la tangente y epatar a sus compañeros de pupitre con su nuevo nombre, simplemente Pi, una sílaba que simboliza al hombre que crece y crece de manera irracional, sin un principio ni un fin.

El estudio académico y la práctica constante y reflexiva de la religión me devolvieron la vida. Todavía mantengo lo que alguna gente consideraría mis extrañas prácticas religiosas.

Narrativamente la novela se estructura desde dos puntos de vista alternantes: uno es la narración de Pi en primera persona y otro la del narrador, que destaca y se diferencia por el empleo de la cursiva. Ambos nos cuentan esta historia que se divide en tres partes. La primera está dedicada a su infancia en la India y a sus recuerdos del zoológico que dirigía su padre en Ponchiderry. La segunda y la última, en cambio, se centran en los siete meses de supervivencia en el Pacífico y en su rescate y traslado al Hospital Benito Juárez de México. Sin embargo, la historia es una verdadera montaña rusa. El interés va en aumento durante la primera parte, cuando conocemos al protagonista, sabemos sobre su pasión por los animales y conocemos su gran religiosidad. El momento del naufragio representa un giro inesperado y consigue enganchar aún más al lector, sin embargo, la narración de las jornadas en alta mar se vuelve sosa, aburrida e intrascendente. Esta segunda parte, “El océano pacífico”, es la más larga y la más desastrosa. Los días en el bote son prácticamente iguales. Lo único que concede cierto impulso e interés a la narración son pequeños episodios. No es, sino al final de ella y con el inicio de la última parte cuando la novela vuelve a despertar el interés en el lector.

Personalmente creo que las cien primeras páginas son las mejores. En ellas conocemos su entorno y su familia. Sin embargo, Yann Martel no se centra solo en los aspectos anecdóticos (su vida como niño y las horas que pasa en el zoológico) sino que prefiere destacar su faceta religiosa y espiritual, pues como se verá a lo largo de la novela es la que lo salva. Pi es tan irracional como su propio nombre, por eso necesita la fe. Su profunda religiosidad se demuestra a prueba de bomba en diversos pasajes. Primero, durante su infancia y adolescencia, tiene que oponerse a un padre racional cuya mente científica representa la nueva India y para quien la religión supone oscuridad. Pi piensa que los animales tienen alma pero su padre se empeña constantemente en mostrarle el lado salvaje de la vida encarnado en Richard Parker, el tigre de bengala que recibió el nombre de su cazador por un error burocrático. No obstante, la espiritualidad de Pi crece cada vez más hasta sentir necesidad de conocer las grandes religiones. Cuando las ha estudiado, las cuestiona (“¿qué clase de amor sacrifica a un inocente?”, se pregunta), por eso no se contenta con profesar devoción a una única y, dado que todas son “incompletas” y a la vez perfectas, decide abrazar las tres más importantes: Cristianismo, Hinduismo e Islam. La narración de esta conversión centra las primeras cien páginas de la novela y es clave para comprender esta bella parábola en la que la fe es la verdadera tabla de salvación que lo guía durante su travesía oceánica.

A esa fe incuestionable es a lo único que puede acogerse en las siguientes ciento cincuenta páginas de la novela, las más tediosas y aburridas. Por eso es inevitable plantearse cuestiones como: ¿Era necesario para Martel alargar excesivamente esta parte? ¿No podía haber sacrificado muchos pasajes repetitivos y aburridos hasta el extremo?

fotograma Vida de Pi

 

En cuanto a la técnica y el estilo, hay que reconocer que Vida de Pi bebe de otras fuentes literarias, algunas reconocidas por el propio autor. Lo primero que llama la atención es el arranque, para el que emplea la técnica del “manuscrito encontrado” para conceder mayor verismo literario, aunque en el caso del narrador se refiera a una conversación que mantuvo en la India con una persona que le habló de Pi. Asimismo, hay continuas alusiones a clásicos como La isla del tesoro, de Stevenson e incluso a Las aventuras de Arthur Gordon Pym, de Edgar Allan Poe, protagonizada por un marinero llamado Richard Parker que ante el inminente naufragio de su ballenero propone a sus compañeros que uno de los cuatro supervivientes sirva de alimento a los otros.

En lo que respecta al estilo, cabe destacar el esfuerzo del autor por emplear un discurso y un tono elevado, a pesar de que la traducción le hace un flaco favor. De hecho, el gran fallo de la novela reside en el trabajo de Bianca Southwood. El traductor debe traducir una obra de una lengua extranjera a la materna; nunca al revés. En cambio, me temo que en este caso lo que ha ocurrido es que se encargó la traducción al español a una persona de habla inglesa. Este es uno de los motivos por los que la novela pierde calidad a cada página.

El lector −el riguroso que no hace una lectura rápida y superficial− encontrará fallos por doquier: incorrectas concordancias temporales («No paraba hasta que Richard Parker oyera los gemidos y jadeos desde el fondo del bote», p. 217; «Si mi presencia hacía que un millón de suricatas huían aterrorizados, el caos sería inmensurable», p. 272) y formas verbales («Ves a hablar con tu padre» p. 86), desconocimiento del uso correcto de las preposiciones («Se acerca a su padre y me espía de detrás de sus piernas», p. 106; «para llamarlo de alguna manera»,, p. 183; «para decirlo de alguna manera». p. 186), sin dejar de mencionar giros que en español suenan forzados y no se emplean («Pero la pérdida no se me presentó un golpe terrible», p. 188; «Mis recuerdos me vuelven todos revueltos», p. 201; «Mi pequeño pueblo marino había desvanecido», p. 237) y traducciones literales del inglés delatadas por el empleo del gerundio («El sol estaba corriendo las cortinas al día, resultando en una explosión plácida de naranja y rojo», p. 135).

Su final, tan enigmático y espiritual como el principio, es lo único que nos deja un buen sabor de boca. Al lector se le ofrecen dos versiones, de él dependerá con cuál decide quedarse. Sin embargo, la moraleja que trasciende de esta historia es la misma para todas las personas −ateos o creyentes−: aunque las cosas no salgan como esperamos “hay que aceptar la vida como venga y sacarle el mejor partido posible” (p. 105).

Vida de Pi es una fábula sobre la fe que promete mucho más de lo que ofrece y que solo se salva gracias a la adaptación cinematográfica. La novela hace aguas.

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