Wild (2016), de Nicolette Krebitz

 

Por Rafael S. Casademont.

wildSin duda, una de las películas más sorprendentes de la temporada, Wild, de Nicolette Krebitz, no llegará a nuestros cines salvo milagrosa excepción (se ha movido por festivales como Sundance o Rotterdam y, hasta hace poco se podía ver online en Artekino) pero no por ello deja de merecer la pena hablar de una película capaz de generar debates tan diversos. La obra alemana se podría definir en torno a dos grandes rasgos complementarios, el feminismo y la relectura de un clásico literario y cinematográfico como es La bella y la bestia.

Para ello, la directora aborda en el que es su segundo largometraje la historia de Ania (impresionante y entregada Lilith Stangenberg), una joven informática que se encuentra retraída física y socialmente. En paralelo a la progresiva muerte de su abuelo y su cambio de vivienda, la ensimismada joven se encuentra con un lobo en un parque cercano. Su soledad e incomodad social, tanto en el trabajo (con un jefe tan arrogante como claramente atraído por ella), como con su familia, con una hermana menor mucho más incrustada en la sociedad, con pareja y usual vida sexual (magnifica escena inicial), provocan que la atracción con el solitario y desubicado animal vaya avanzando hasta que, finalmente, se decide a capturarlo y convivir con él.

Mediante un evidente pero subyugante juego de metáforas se desarrolla esta chocante deriva de la protagonista hacia una unión que no solo llega en una primera lectura, erróneamente entendible como sexualidad zoófila, sino que amplía sus lecturas al entenderse como una liberación sexual del lado más libre, natural y existencialista de la protagonista. De esta forma, salvaje y sorprendente, aunque, literalmente natural, la protagonista abraza su lado más animal en un relato que acompaña en consonancia este camino, avanzando cada vez más con golpes de efecto radicales y atrevidos, andando por continuas arenas movedizas para crear un relato que, guste o no, no deja indiferente.

bildschirmfoto-2016-04-11-um-15Es, sin embargo, en la potencia de estos giros donde el relato de Krebitz encuentra sus más bellos atributos. Y es que, pese a contar toda la obra con un apartado visual realista, todo el conjunto funciona como estimulantes metáforas a lo largo de un viaje de autodescubrimiento personal que no hay que juzgar según la más estricta y cómoda lógica sino mediante el gusto de encontrar una obra cuyos derroteros nos hacen sorprendernos y nos dificultan cualquier lectura universal e irrebatible de un relato que, por ello, se siente tal y como desea sentirse, muy vivo y muy salvaje. A esto ayuda también una planificación visual que, desde el realismo, consigue crear una atmosfera estética poderosa, favoreciendo esta dualidad de interpretaciones.

Finalmente, este poderoso y atrevido relato de liberación sexual y social de una mujer alienada llega a su culmen cuando sus acciones empiezan a chocar con el mundo real. Es en estos momentos cuando la película corre el peligro de caer, dentro de la mente de muchos espectadores, en la falsedad ridícula de unos hechos profundamente artificiosos que mezclan por igual lo realista (el mundo) con lo fantástico (su protagonista y el lobo) en forma de metáfora. Nicolette Krebitz llega, sin embargo, airosa al final del camino subida a este coche sin frenos con un final satisfactorio que declina hacia la mente del espectador el cierre narrativo, que no emocional, de esta estimulante película que acaba su trayecto con un idílico e incorregible viaje hacia el precipicio, pero con una sonrisa. Así, en una serie de comparaciones atrevidas, podríamos decir que Wild es Thelma y Louise (1991, Ridley Scott) llevado al límite de la postmodernidad.

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