Este es mi regalo

Por Cristóbal Vergara Muñoz.

Dentro de la sociedad en que todos vivimos y nos localizamos, nuestra conducta va guiada por una serie de costumbres y prácticas establecidas mucho tiempo atrás, inclusive en nuestro trato diario y cotidiano con las cosas y los otros. Siendo esto así, creo que podemos estar todos de acuerdo en que la desconfianza de unos hacia otros es una convención social que todos practicamos continua y diariamente debido a nuestro modo de vida. Y realmente no lo encontramos raro y tenemos argumentos para ello, vivimos tiempos muy duros, sobre todo desde 2008 con el comienzo de la llamada “crisis”. Sin embargo, “tiempos duros” han sido todos los tiempos de la historia de la humanidad, vividos por todas las generaciones que atraviesan nuestra historia en este planeta.

Remontándonos un poco hacia el pasado, todos recordamos esos ideales propios de la revolución francesa, en la que al cambiar el fundamento de la sociedad desde la tradición (el rey absoluto) hacia el derecho (la ley) se invocaban como los más nuevos y altos ideales la igualdad, la libertad y la fraternidad. Si esa transición de la tradición a la ley se ha realizado correctamente, no es mi pretensión analizarla aquí. Sin embargo, es ya históricamente reconocido que una de las ideas que nos han quedado pendientes y con una realización muy pobre, es la idea de fraternidad. Ese afecto entre personas “hermanadas” es algo que hoy únicamente somos capaces de poner en práctica con nuestros más profundos amigos y familiares.

El individualismo posesivo incardinado en nuestras costumbres en el que la hostilidad hacia el otro es una norma clara es también una directriz incluida e inculcada en nosotros desde las instancias políticas y ámbitos de poder, especialmente desde el auge del neoliberalismo a finales del S. XX. Al sistema económico y político le es imperante también entrar en el ámbito privado de los individuos de manera que nuestras ideas y creencias internas casen con los mandamientos de agresividad y competitividad requeridos por el orden social, en que cada semejante nos aparece cómo un enemigo a batir y superar.

La realización fallida de la idea de fraternidad anula las ideas anteriores previas en las que se fundamenta este concepto, como pueden ser las ideas de “comunidad”, “empatía” y “amor” y por tanto las excluye de nuestra civilización. Dicho esto, mi intención en este artículo es explicar y plantear el inicio de una alternativa a este problema, poniendo sobre la mesa el concepto de “regalo” extraído de la tradición filosófica del Personalismo Comunitario.

Intentando ponernos bajo la perspectiva de la concepción filosófica del Personalismo Comunitario, la idea de regalo desde un primer momento debería aparecernos incompatible y contraria al concepto de “transacción comercial” en que todo es intercambiable porque tiene un precio. Si bien es cierto que lo que podemos entender por “regalo” es muy distinto si miramos muchas superficies comerciales que se frotan las manos y nos animan a participar en el sistema en forma de “consumo”, la manera en que quiero plantearlo no participa de este ideario.

Me refiero al “regalo” desde la perspectiva de las relaciones personales de unos humanos con otros. El individualismo al que estamos tan habituados tiene tal efecto en nosotros, que cuando alguien se nos acerca o nos muestra buenas intenciones, nuestro automatizado modo de actuar nos lleva a desconfiar de él y pensar aquello de “este algo quiere…”. No concebimos la idea de gratuidad ni siquiera con quien compartimos bastante afecto y operamos con una especie de “alarma” a partir de la cual tratamos todo vínculo humano como un interminable intercambio comercial en el que si el otro tiene interés en nosotros, va a exigir algo de uno.

Lo que quiero expresar nos quedará claro con un simple ejemplo muy comprensible. Por ejemplo si una persona en una concurrida plaza pública comenzara a regalar flores a los transeúntes, de seguro es que una gran mayoría de éstos lo rechazarían por desconfianza, al activarse ese automatismo interno antes mencionado que reza: “este algo quiere…”. Muchos automáticamente asumiríamos que las flores no son un regalo sino que trata de vendérnoslas

Un “regalo” es dar algo a alguien por voluntad propia y sin esperar nada a cambio, simplemente a modo de muestra de afecto o amor (en sentido amplio), dando evidencia al otro de que lo reconocemos como semejante. Y esto puede que nos resulte muy difícil en la vida cotidiana. A todos nos gusta también recibir, de hecho ¿quién dijo que amar y ayudar a los demás fuese incluso agradable o placentero?

Nuestra civilización tiene un serio problema en torno a este asunto que gira alrededor de la empatía. Es más, la civilización occidental hoy día se fundamenta en el frontal rechazo a la idea de “fraternidad” y de “regalo” entre los seres (hay que distinguir como muy bien hizo Max Scheler el mundo del ser del mundo del valor).

Para salir de la dinámica en la que nuestras costumbres y pensamientos están insertos debería ser necesario un replanteamiento en la manera de tratar, interactuar y entender a nuestros semejantes, y dejar atrás el mundo de “medios a usar” y la extendida idea de “intercambio comercial” de modo que las relaciones entre los seres no se reduzcan a una transacción de afectos como si fueran bienes económicos. No todo es reducible a lo económico. Si bien a todos nos parece imposible cambiar 6 abrazos y 2 “te quiero” por 3 besos, si que obramos de esa forma al esperar siempre que nos pidan o exijan algo cuando nos dan otra cosa.

Hemos de regresar al concepto de empatía e incluso al de “comunidad” y meditar profundamente sobre lo que nos une y asemeja al resto de seres (tanto humanos cómo no) y reformular la cuestión del individualismo. Hay que pasar del “yo contra todos” al “yo con el todo”, porque entonces, el yo se convierte en un “nosotros”.  

Esta práctica es algo inusual y mal entendida ya que todos nos presuponemos malintencionados al obrar. El cambio pues reside únicamente en nosotros. Mi propuesta es entender que la idea de regalo supone una pequeña “revolución” dentro de la conciencia interna de cada uno si se intenta aplicar. Una sociedad en la que los individuos “diesen” sin exigir nada a cambio y sin mostrar hostilidad unos hacia otros sería sin duda el comienzo en el ámbito privado de un nuevo modo de ver la esfera pública, hoy tan distante y viciada.

¿Nos compensa entonces dar sin esperar nada a cambio? ¿Estaríamos dispuestos a plantearnos semejante forma de entender la vida? Bien es cierto que aquí estoy hablando siempre en el terreno de lo afectivo y en cualesquiera de sus manifestaciones. Comenzando a dar ese giro empático a nuestras conciencias el ideario de la revolución francesa sin duda quedaría actualizado, ya que por fin nos haríamos cargo del pendiente concepto de fraternidad.   

One thought on “Este es mi regalo

  • el 6 julio, 2012 a las 7:42 pm
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    Recuerdo perfectamente que llevaba un traje de chaqueta rosa con un buzo negro.
    Era el primer día de trabajo junto a seis compañeros también primerizos.
    Sobre las 11 de la mañana llegó un ramo de flores precioso. No era para mí sino para un compañero varón que se incorporaba ese día conmigo.

    Un regalo que lo etiquetó de homosexual. Nunca supe si lo era pero lo que si vi fue que lo trataron con una corrección fria

    Los regalos sobrepujan el ámbito privado siendo malevolamente indiscretos

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