De cómo el community manager literario asesinó la narrativa en tiempos 2.0

Por Albert Calls.

Rilke era un señor que antes de escribir pensaba cada palabra compulsivamente. Concebía su obra como un corpus genérico, un elemento vivo que le vinculaba al mundo y a la existencia. Sus textos han trascendido el paso del tiempo.

Rilke no tenia móvil y si se lo hubieran regalado lo habría lanzado al mar en un acto simbólico y coherente. Y si hipotéticamente lo hubiera tenido y utilizado, jamás habría ido a escuchar un acto literario y mientras el ponente hablase, mandado WhatsApps incesantemente a sus colegas.

Rilke no sería un maleducado 2.0 con TDA superlativo ni habría utilizado las redes sociales –si hubiera tenido Internet en su época– para torturar a lectores, amigos y otras víctimas desprevenidas de la red. Tampoco las cartas que mandó al cadete Franz Xaver Kappus jamás habrían sido e-mails cargados de errores ortográficos descomunales.

El presunto escritor/a moderno 2.0 es un pesado crónico que va  al estilista para salir bien en la foto de la webcam. Le preocupa obsesivamente que la gente ponga un ‘me gusta’ en su Facebook o retuitee algun comentario ­sobré él. El Leviatán de la tecnología le ha dado más armas que a ningún otro autor de cualquier otro periodo de la historia. Pero miserablemente, las utiliza para alimentar su ego, no su obra; para ser trending topic del día en un foro literario de teenagers; para que su editor 2.0 –otro especimen al que la vida ha maltratado y que sabe que como no venda miles de ejemplares se va directamente al paro– babee de gozo por la presencia en la red de su nuevo autor con posibles.

El iPhone, la Blackberrry, la tablet, el puntero láser, el Netbook… son las armas del autor 2.0 en lugar del lápiz y el papel, o el antiguo bolígrafo Bic –“Puaj, qué asco, debía manchar las manos”, se dice a si mismo mientras sonríe falsamente y admite que los colecciona porque son vintage–.

Éste autor, producto de la más soez virtualidad, en vez de salir a la calle a buscar experiencias como Kerouac o Hemingway, prefiere organizar una quedada en Starbucks para hablar de series; o tal vez para visitar la nueva Apple Store para teclear el último Macintosh que habla 12 lenguas y ofrece la posibilidad de redactar mecánicamente las 52 primeras páginas de tu próxima novela, con el perfil de lectores potencial y un retrato robot en 3D, solamente introduciendo unos datos en la intranet.

Para el autor lobotomizado del siglo XXI Google es Dios y él es un mesías que legiones de adolescentes idolatran como a un cantante de rap de éxito y merecida fama, un conocido DJ o un creador de juegos virtuales punteros. ¡No lo ataques! Porqué en la red es el puto amo y te lanzará legiones de demonios informáticos, bloqueará tu blog, te borrará del universo digital hasta el punto que si te mueres no encuentres ni cementerio virtual donde dejar los despojos de tus hipertextos, tu cadáver digital.

Al escritor 2.0 Rilke le suena a grupo de rock. –¿“No era una marca de ropa?”–. Puede llenar cientos de folios y generar trilogías, pentalogías, heptalogías como la autora de Harry Potter… y en tiempo récord, con la impunidad de no mirar atrás cada línea que escribe. Le alimenta el sueño de que sus personajes se convertirán en iconos de la modernidad, serán portadas de las revistas de referencia, daran nombre a un perfume importado de Kalvin Clein. Kristen Stewart hablará de ellos en la gala de los Oscar.

Mientras escribe su obra te atormenta con correos y planificaciones producto de mapas mentales. Solicita, suplica a veces, tu participación virtual, te cuenta cada paso por mínimo que sea, hace de tu vida un infierno con el malévolo y perverso objetivo final que su producto pergueñado acabe siendo una marca en tu mente y compres su libro sin dudarlo.

Éste es el truco, el pacto con el diablo del mainstream de éstos tiempos de cambio en los que todo el mundo es profundamente bueno y todos amamos a todos en un acto de subliminal crueldad, evitando decir lo que verdaderamente pensamos por ser políticamente incorrecto.

El escritor 2.0 hace una campaña devastadora, con un book trail dirigido por un cineasta indie, llega a todos los rincones del planeta –traduce sus mensajes de autobombo al klingon y al élfico para obtener, así, más público potencial del mundo global.

Y cuando completamente agotado ha hecho su macrocampaña y todo la red sabe de que va su libro, ha visto su portada y está informada de cada acto de promoción que hará en dos años, se sienta, toma un gin tonic light de Bombay, mira los 50 folios que le ha escrito el ordenador inteligente –última generación– que compró y se dice a si mismo en un acto final de honestidad: “¿Cómo coño acabo yo ahora las 250 páginas de la novela que ya he vendido”?. Pero sin remordimientos cabezea y se duerme, no sin antes preguntarse: “¿Quién será el tal Rilke?”.

2 thoughts on “De cómo el community manager literario asesinó la narrativa en tiempos 2.0

  • el 9 enero, 2013 a las 12:55 pm
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    Tienes tanta razón que da miedo. Estos personajes son los más, todo se trata de vender.

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  • el 9 enero, 2013 a las 2:09 pm
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    Magnífico y lúcido artículo. La verdad es que pesados ha habido en todas las épocas. Gente con sus manuscritos de tertulia en tertulia para que le lean y entregando obras sin valor – o con solo el valor personal de sus emociones, pero escasas de buena literatura – los ha habido siempre. Solo que la virtualidad ha permitido que la mediocridad y las buenas intenciones – a menudo tan juntas – se hagan invasivas a nivel global. Es evidente que la tecnología es un cauce positivo para el progreso, incluso el literario, no de otra forma habría podido yo leer este artículo y poner este comentario. Pero la alucinación colectiva que supone escribir y poner tus «cositas» en la red para que los egos se sientan bien ( haciendo el rídículo tantas veces) convierte el planeta en un escaparate en el que hay un porcentaje ( benditos los que ponen poco y bien y no empujan a nadie a que les lea ) de buena literatura, y un océano de aficionados con ínfulas que no tienen criterio – entre otras cosas porque solo se han leído a si mismos y de las grandes obras y autores no conocen ni las tapas – y que nos martirizan, sí, nos martirizan en facebook ( campo de exposición y también de minas ) con sus ocurrencias. Esto, en el terreno de la Poesía es casi insufrible. No tiene la culpa el medio, que es bueno en sí ( otra cosa son los móviles, los wasaps y todas esas invenciones maléficas y controladoras ) y ni siquiera algunas webs, redes temáticas, páginas informativas y formativas. La culpa la tiene la espantosa formación recibida, la vulgaridad de los programas de los mass media en general y, sobre todo, una sociedad regida por valores estúpidos como la fama, el sentirse admirado, etc. Claro que uno siempre puede tomar decisiones personales e intentar aislarse un poco, pero la realidad es que, a veces, es casi imposible. Todo fb es un gran sábado noche ( o viernes, que es casi peor) en la que todos toman copas al son del «¿te gusta?».

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