Las solidaridades misteriosas, Pascal Quignard.

I. CLAIRE

Donde él vaya, yo iré.
Donde él viva, me quedaré.
Donde él muera, seré enterrada.
Libro de Ruth

 

Mireille Methuen se casó en Dinard el sábado 3 de febrero de 2007. Claire fue allí el viernes. Paul no quiso acompañarla. No conservaba ningún vínculo con lo que quedaba de la familia. Hacia las once, Claire sintió apetito. Estaba siguiendo el río Avre. Prefirió dejar atrás Breux, Tillières, Verneuil. A la salida de Verneuil, se detuvo a comer en un área arenosa y vacía. Era el bosque de L’Aigle. Atraviesa el parking en dirección a una mesita de hierro posada ante un chalet alpino. En la mesita habían colocado una maceta con forsythias amarillas. Ante la maceta de forsythiaS está el menú del día, escrito con tiza en un pizarrón. Examina el menú. Un hombre de unos cincuenta años sale tímidamente del albergue. Lleva un delantal a grandes cuadros rojos y blancos.
–Señor, ¿puedo comer ahí, al sol?
Claire señala la mesita de hierro en el exterior.
–¿Pero se da cuenta de que aún no es mediodía?
–¿Le causa un problema cocinar ahora mismo?
–No.
–Entonces me gustaría instalarme ahí, en ese rayo de sol,aunque aún no sea mediodía.
El hombre parece algo remiso. No responde. Se comporta de forma extraña. Examina a Claire atentamente. Ésta se le acerca, le toma del brazo, casi le dobla en altura.
–Estoy hablando con usted, le estoy preguntando si puedo sentarme ahí, al sol.
–¿Ahí? –Sí, ahí, donde da el sol.
El posadero alza sus ojos azules hacia ella.
–Señor, quisiera comer algo, aunque sólo sea una ensalada, ahí, a pleno sol, a las once, en pleno mes de febrero –repite ella.Silencio.
–Señor, me parece que debería usted responderme.
Entonces el posadero se adelanta, retira el letrero, el pizarrón donde figura el menú del día, y el tiesto de las forsythias. Lo lleva todo al chalet.Regresa con una esponja. Limpia lentamente la mesa. Al limpiarla, se nota que la mesa está coja.El posadero se arrodilla. Las raíces han levantado la tierra. Desliza un guijarro bajo una de las patas de la mesa. Aún con la rodilla en tierra, enarcando las cejas, alza la vista hacia Claire y dice, en tono tranquilo:
–Estaba indeciso, señorita, porque hay un autillo. Señala con el dedo hacia la copa del árbol.Los dos al mismo tiempo alzan la mirada.
El aire es ligero y azul.El roble parece desnudo, pese a que los rayos de sol acarician sus hojitas tiernas. –Supongo que a estas horas el autillo estará dormido –dice Claire.
–¿Usted cree? Claire asiente.
–¿De verdad lo cree? El posadero, aún con una rodilla en tierra y los brazos cruzados sobre la otra, la observa en silencio.
–Estoy segura –dice Claire. Toma la silla, se sienta ante la mesita, y se echa, suavemente, a llorar. La cita en la alcaldía es a las diez y media. Claire ha tomado el desayuno lo más temprano posible (en cuanto la patrona del hotel ha ido a buscar el pan a la panadería), a las siete y cuarto. A las nueve, va al mercado. Deambula. Contempla una cestita de fresas perfectamente fuera de temporada. No resiste las ganas de tomar una fresa, metérsela en la boca, sentir su perfume. Cierra los ojos. La paladea.

PASCAL QUIGNARD (Francia, 1948) nació en una familia de gramáticos y de organistas. Cursó estudios de filosofía en Nanterre con Immanuel Lèvinas, Jean-François Lyotard y Paul Ricoeur. Comenzó una tesis sobre el estatuto del lenguaje en el pensamiento de Henri Bergson, pero los acontecimientos de mayo de 1968 lo alejaron de la filosofía y lo acercaron a la literatura. Entre sus inquietudes destaca entonces su pasión por la música barroca y los textos de Lacan, Foucault o Derrida. Quignard trabajó para la editorial Gallimard, desempeñando varios cargos. Recibió el Premio de la Crítica en 1980 y el Premio Goncourt en 2002 por Las sombras errantes.

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