Cuestionario literario: Sergio del Molino

 

sergioLa lógica y la coherencia, por mucho que se declare como Unamuno la libertad de contradicción, impide oponerse al canon literario, cada vez más caduco, y contemporáneamente establecer, en una supuesta escala de valores y sin derecho a réplica los autores de indiscutible preeminencia del presente. Asimismo, como bien señalaba Borges, quien ya decía que incluso el poeta más infame tenía un verso bueno, el valor máximo para un autor es la eternidad, es decir, su capacidad de imponerse al transcurso del tiempo con una obra imperecedera. Si aceptamos las palabras de Borges como la mejor definición posible de clásico y el tiempo como el verdadero legislador literario, resulta difícil, una vez más, contradictorio, establecer escalas de valores con autores no sólo contemporáneos, sino que se hayan en plena configuración de su propia obra. Sin  embargo, como solía repetir en sus clases el profesor Jordi Llovet, leer es comparar y actualmente resulta casi imposible ser un lector de literatura española contemporánea y no detenerse en la narrativa de Sergio del Molino, uno de los autores que más ha sido destacado por la crítica por el valor literario de su prosa así como por la propuesta narrativa de unas novelas: en concreto, cabe destacar su última novela, Lo que a nadie le importa, que, en parte en diálogo con el proyecto narrativo de Isaac Rosa, reconstruye a través de la figura del abuelo del autor los cuarenta años de la dictadura, dibujando los cambios sociales que se iban verificando con la progresiva y lenta mejora económica así como con la tenue apertura que se verificó a finales de los ’60. Lo que a nadie le importa es una novela que juega con la autoficción, término tan recurrente como difícil de concretar, así como en el ensayismo, puesto que se trata de una novela, cuyo narrador se identifica con el propio autor, que propone no sólo una lectura de la historia de España, una lectura disonante en gran parte con el relato oficial y en constante diálogo crítico con el presente, sino un modo y una perspectiva desde donde analizar la historia: alejado de los grandes nombres y de los grandes acontecimientos. La dialéctica que establece Del Molino entre Madrid y Zaragoza y, asimismo, entre la vida urbana y la vida de provincias le sirve para trazar, con mirada atenta en lo cotidiano y en todo lo nimio, pero rico de significación, los cambios paulatinos en las costumbres, en la mentalidad, en la relación individuo-sociedad e individuo-colectividad. El silencio define aquellos años de censura, la obediencia y el constante eco de los años bélicos transcurridos; el Corte Inglés, centro comercial donde trabaja el abuelo del narrador, se convierte en metáfora del cambio de los tiempos, reflejo de la modernización y del auge del consumismo, pero también en metáfora de la estructura estatal: la jerarquía, la obediencia, los méritos adquiridos por el silencioso cumplimiento del deber….

Si bien Lo que a nadie le importe es una de las novelas más destacables del último año y medio, al menos en lo referente a las letras españolas, es injusto detenerse únicamente en ella, puesto que Sergio del Molino, que durante años dirigió el suplemento cultural del Heraldo de Aragón, tiene a sus espaldas otras cinco obras: su primera publicación se remonta al 2009, una serie de relatos reunidos bajo el título de Malas influencias; ese mismo año publicaba un ensayo de corte histórico, Soldados en el jardín de la paz, donde rastreaba la historia de los 347 internados alemanes que, provenientes de Camerún, llegaron en 1916 a Zaragoza. Tras publicar en el 2010 un libro de crónicas –El restaurante favorito de Nina Hagen- en el 2012 daba el salto a la novela con una novela negra – No habrá más enemigogénero que hasta el momento no ha vuelto a trabajar. El éxito y el reconocimiento crítico le llegó con La hora violeta, el excepcional testimonio de su experiencia como padre ante la muerte de su hijo de apenas dos años con leucemia. Con dicha obra Sergio del Molino fue galardonado con el Premio Ojo Crítico y recibió el aplauso unánime de la crítica que reconoció el mérito del autor por hilvanar un relato extremadamente descorazonador, duro y doloroso, sin caer en ningún momento en el fácil sentimentalismo, sin exagerar los tonos en busca de efectismo y con un narrador –él mismo- que no esconde, que no es condescendiente consigo mismo, un narrador que se muestra débil y fuerte, contradictorio. Sergio del Molino no se presenta como un héroe ni tampoco convierte La hora violeta en un libro con moraleja: como hará en Lo que a nadie le importa, recurre a la autoficción para relatar, siempre con un sustrato ensayístico y siempre con constantes y evidentes referencias a la tradición literaria, una experiencia, una historia que nace del ámbito más íntimo y más familiar del autor y que, sin embargo, en su construcción narrativa se convierte en la historia de un nosotros. Porque, como el propio Sergio del Molino afirma, no debe olvidarse que sus obras son obras literarias, obras que juegan con la ficción. Y, como ya dijo Beatriz Sarlo, no hay mejor medio para conocer la historia y, podríamos añadir, la vida que la literatura. El transcurso del tiempo será quien trace el mapa literario de los imperecederos; es imposible prever dicho mapa, pero de lo que no cabe duda es que en el presente Sergio del Molino es una voz indiscutible de nuestras letras: el valor literario de su obra es la prueba de ello.

 

sergio del molino 

 

¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?

Algo muy simple y fugaz. Una cena y unas copas con buenos amigos, una buena conversación y algo de borrachera, con una billetera y unas perspectivas financieras suficientes para pagar la cuenta sin mirarla y para que la conversación nunca trate de lo muy pobres que somos.

¿Cuál es su gran miedo?

Que muera la gente a la que quiero. En un plano más personal, el dolor. No me preocupa la muerte, pero, cuando llegue, no quiero que se haga de rogar ni que me torture durante años con sufrimientos. Que me maten pronto y bien. Convivo con algunos dolores crónicos y la idea de que crezcan y no respondan a la analgesia me aterra. El dolor te transforma en un monstruo. La gente dolorida no puede relacionarse con el mundo.

¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?

Follar bien. Hay mucha gente que presume de follar bien y me parece estupendo, pero tampoco creo que a la gente que folla mal le cueste aprender a follar bien si se lo propone. Es una mecánica muy simple, no es una disciplina olímpica ni una ciencia. Follar bien está al alcance de cualquier persona con genitales. La gente no debería dejarse acomplejar por las estrellas del porno. En serio, no es para tanto.

¿En qué ocasiones recurre a la mentira? (en el caso que confiese mentir)

Hay muchos grados y estilos de mentira y todos los humanos recurrimos a una amplia variedad constantemente. Narrar es mentir, no hay narración sin mentira. Pero, si hablamos de la mentira como engaño consciente con el objetivo de manipular a otros, la verdad es que, desde que soy trabajador autónomo, miento muy poco. Cuando trabajaba por cuenta ajena sí que mentía. Nadie sobrevive en un entorno laboral si no miente muchas veces al día. El día que a alguien se le ocurra contar verdades en los edificios de oficinas, estos se desmoronarán. Todo el sistema laboral se basa en el intercambio consentido, fluido y constante de mentiras.

¿Se muerde la lengua antes de expresar determinadas opiniones por temor al qué dirán?

No, me la muerdo por otros motivos. Por no herir a gente a la que quiero o que me importa de algún modo, por no poner en compromisos ni bretes a personas con las que tengo relación profesional y, también, claro, por cortesía y educación. No me gustan los que presumen de contar las verdades o de ir con la verdad por delante. Generalmente, sólo son groseros sociópatas sin consideración hacia los demás. Creo en el decoro y en cierta forma de hipocresía social. Si me han de criticar, que sea a mis espaldas. Pero el qué dirán, en el sentido de que me preocupe la imagen que se tiene de mí, no es una variable que considere, porque hay pocas opiniones que exprese en privado que no pueda defender en público, y las que no puedo defender no son en realidad opiniones, sino cotilleos, chismes e insidias que pertenecen a la sobremesa y a la broma entre amigos.

¿Cuándo fue la última vez que tuiteó o publicó algún comentario en las redes sociales con plena libertad?

Hace un par de minutos.

¿Qué es para usted la libertad?

No temer ni sufrir represalias por hacer y decir lo que me dé la gana, excluyendo de lo primero el homicidio y todas esas cosas tan desagradables.

¿Siente el ser una persona reconocida públicamente le resta libertad con respecto a la persona anónima?

No hay personas anónimas, todos tenemos nombre. Además, el reconocimiento público en el ámbito literario, excluyendo cuatro o cinco figuras, es tan poquita cosa que apenas puede considerarse reconocimiento. Es casi una caricatura de la fama, y tampoco estoy tan seguro de disfrutar de ese reconocimiento. Dicho todo lo cual, sí, desde que soy un escritor con presencia pública pienso más lo que digo y me impongo algunas censuras. La más importante tiene que ver con los juicios literarios. Sólo comento los libros que me gustan y me abstengo de criticar los que me disgustan. Porque detrás de un libro, incluso de un libro malo, hay mucho esfuerzo y mucha voluntad. Se escribe, casi siempre, contra el mundo. Y es injusto ver cómo el trabajo y la entrega de años y de vidas enteras se desdeñan en dos ocurrencias crueles fruto de una lectura en diagonal. No digo que no haya que criticar los libros malos ni que la gente deba pisar huevos al escribir u opinar sobre ellos. Sólo digo que no quiero ser el autor de un comentario que amargue el día a un escritor que ha sufrido tanto o más que yo por escribir su obra y verla difundida. Antes de publicar era mucho más procaz y libre para expresar mi desdén por la literatura que no me gusta.

¿Hablar y expresar públicamente opiniones políticas o silenciarlas?

Retomando el sentido de la libertad de la otra pregunta, lo que cada cual decida. Pero lo importante aquí es que, quien decida expresarse lo haga sin cortapisas ni miedo, y quien decida callar no sufra reproches por su silencio. Los límites de la propia expresión no pueden venir condicionados por el ambiente: los marca uno mismo. Obligar a la gente a hablar o a callar es ejercer una violencia que me repugna mucho. Me molesta cuando dicen de alguien: ¿por qué no habla sobre tal tema? Pues porque no le da la gana. Hay mucho inquisidor suelto. A veces, me dan un poco de miedo. Yo tiendo a opinar mucho sobre muchas cuestiones porque, desgraciadamente, nada humano, salvo el fútbol, me es ajeno. Quizás opino demasiado. Soy un bocazas y a veces lo lamento. Pero basta con que quieran saber mi postura sobre algo para que me la guarde. Opino siempre desde mi propia iniciativa, cuando, como y donde me apetece. Me parecen requisitos imprescindibles.

¿Activismo público o compromiso privado?

Me gustaría militar, pero no sé. Las pocas veces que he estado cerca de organizaciones me he sentido muy fuera de sitio. No sé qué es el compromiso privado. No estoy seguro de que hoy exista algo que pueda llamarse privado. Nuestra vida es privada y pública a la vez, en proporciones que apenas podemos controlar. En cualquier caso, a veces vivo mis decisiones como triunfos políticos. Mi forma de vida, mi relación de pareja, cómo quiero y educo o no educo a mi hijo. Hay días en que pienso que vivir como se quiere, simplemente eso, es una forma de lucha, una afirmación en el mundo que requiere de una voluntad propia de un militante. Y es muy fatigoso que tengamos que dar significado político a lo que pasa en nuestra casa, pero yo siento que no me queda otro remedio.

¿Informarse o ser informado?

Ser informado. Lo echo de menos. Echo de menos la información jerarquizada, las decisiones, el criterio. Echo de menos el criterio periodístico. Me educaron en él. No me manejo bien en el mogollón, no quiero pescar en el océano, echo de menos los periódicos que transmitían una visión del mundo. Manipulada, subjetiva, interesada, pero visión al fin y al cabo, no un bombardeo de cosas inconexas. Había un relato. Me gustaría ser informado, volver a ser un lector pasivo de café y croissant.

¿Qué es para usted y qué valor tiene la información?

Creo que ya he contestado en la anterior pregunta: una narración, una construcción literaria de eso que místicamente llamamos actualidad.

nadieLa cultura, ¿cuestión de esnobismo o conocimiento transversal?

Ni una cosa ni la otra. Una manera de estar en el mundo.

¿Todo es cultura? O, mejor dicho, ¿qué no es cultura para usted?

Todo es cultura salvo el bádminton, los cuadros de Sorolla, el flamenquito chill-out, cualquier cosa que se haga en Ibiza, la gastronomía y, en general, cualquier producto que necesite etiquetarse como cultural para legitimar un estatus o subir su precio. Ah, y las frases de Boamistura en los pasos de peatones de Madrid. Eso, tampoco.

¿Sus referentes culturales son literarios, musicales, artísticos, cinematográficos…?

Por este orden: literarios, musicales y cinematográficos.

¿Un autor para releer?

Nabokov. En bucle.

¿Un autor recién descubierto?

Rodrigo Hasbún. Muy notable. Especial.

¿Una película, una obra de teatro o un espectáculo recientemente visto y que no olvidará?

Los Minions. Porque es la primera película que he visto en el cine con mi hijo. A él se le olvidará, pero yo me quedaré para siempre con su cara cuando se apagaron las luces.

La creación, ¿un arte, una pasión o un ofició que se puede aprender?

Las tres cosas a la vez. No sólo se puede aprender, sino que requiere un duro y largo aprendizaje. En el caso de la escritura, de lo que no estoy tan seguro es que se pueda enseñar. Es un aprendizaje solitario.

¿Todos podemos escribir un libro?

Claro. Que ese libro merezca una lectura o sea simplemente legible ya es otra cosa.

¿Todos podemos publicar?

Supongo que te refieres a libros tradicionales, no a digitales ni a blogs ni nada más. Por cuenta ajena, no, lógicamente, porque es el editor quien decide a quién publica. Si tienes dinero y quieres autoeditarte, sí, claro, todo el mundo puede publicar. Pero, si bien en otros ámbitos, como la música o el audiovisual, la autoedición o autoproducción tiene cierto sentido (e, incluso, tradición), en la literatura no se lo veo.

¿Todos podemos ser artistas?

No tengo claro ni siquiera qué es un artista, pero supongo que es un ser humano como cualquier otro. Creo en el talento, creo que hay gente que nace con más talento que otra, pero también creo que ese talento se reparte al azar y que no hay una clase social o un tipo de gente especialmente dotada para el arte. Otra cuestión es que los chicos de barrio como yo sigamos siendo minoritarios en las escenas artísticas y literarias, que se nutren aún, mayoritariamente, de las capas con rentas medias y tirando a altas. Pero eso no quiere decir que en mi barrio periférico estuvieran menos dotados para la creación que en Pedralbes.

El éxito, ¿personal o profesional?

¿Por qué elegir? ¿No se pueden tener ambos? ¿Son incompatibles?

El éxito, ¿fama, dinero, reconocimiento o no necesariamente?

El éxito es, fundamentalmente, reconocimiento. Y, como soy escritor, me temo que con eso me tendré que conformar. Advierto de que el aporte calórico del reconocimiento es muy escaso. Nadie se alimenta de él.

¿Cuál considera que es su gran logro?

Seguir vivo y mantenerme, más o menos, en los límites de la cordura.

¿Cuál es su lema?

Unos versillos de Rosendo Mercado: no hay sitio que controles mejor que lo que abarcan tus brazos.

 

 

2 thoughts on “Cuestionario literario: Sergio del Molino

  • el 5 septiembre, 2015 a las 9:27 am
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    Cuando empecé a seguir por facebook a Sergio me pareció un tipo algo prepotente, me costo captar au fina ironía, tengo que disculparme por eso. Dicho esto creo que es una de las mentes mas lúcidas que circulan por este abismo. Sergio, gracias por tus palabras que nos ayudan a ser mejores y a valorar mas lo que tenemos.

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