La chica desconocida (2016), de Luc y Jean-Pierre Dardenne

 
Por Miguel Martín Maestro.

Abres la consulta, te quitas el abrigo, tu primer gesto diario es recogerte el pelo en una coleta, incluso abrir la ventana y encender un cigarro. Actos reflejos que funcionan como sinónimo de mecanicismo, puedes ser una buen médico, pero has transformado vida y trabajo en una rutina perezosa, repetitiva, emocionalmente neutra. Has perdido contacto con la gente para no asumir sus problemas personales como propios. Tu vida privada y tu vida profesional no las quieres mezclar, aunque tu vida privada no exista. No comprendes que quien está a punto de ser médico, reaccione lleno de impulsos emocionales ante un ataque de espasmos, o sufra como un tortazo cada recomendación de su supervisor para que mejore el diagnóstico de un paciente. Hay que eliminar la emoción, ser profesional pero no solidaria, así que si alguien llama a la puerta de tu consulta una hora después de la hora de cierre, tienes que decir al residente que no abra, que quien llega tan tarde es porque no tiene nada tan urgente como para hacer perder el tiempo libre de los demás. Cuando esa persona aparece muerta cerca del consultorio a la mañana siguiente, víctima de una caída, con signos de violencia externa, tu escala de valores y de convicciones sufre un colapso del que te cuesta salir, las verdades inmutables se tambalean y tus seguridades tienden a desaparecer.

No es la mejor película de los hermanos Dardenne, pero no es en absoluto despreciable su propuesta. Como casi siempre tienden a utilizar un personaje para reflejar un estado social en permanente crisis, desde el seno de la vieja Europa, una multiculturalidad mal aceptada y un envejecimiento que no tardará en pasar otro tipo de facturas inasumibles. Hay más reposo en la imagen, menos plano encima de la nuca de los personajes, menos nerviosismo, pero la cámara sigue encima de sus rostros o en planos medios, asfixiando al personaje sin permitirle respirar, quizás porque su movimiento es mucho menor por la calle y busquen sus respuestas circulando en automóvil. Quizás sea el primer personaje protagonista que no siente la asfixia económica, sino sólo la asfixia de la culpa, el pensar en si hubiera abierto esa puerta a la joven que llamó asustada, se hubiera evitado su muerte. No hay culpa legal, claro está, sino el peso moral de una decisión equivocada que produce un resultado irreparable. A la doctora Jenny Davin no le asedia el dinero, sino la necesidad de respuestas. Es su trabajo el que la pone en contacto con una inmensidad de personas que viven al día, a los que los problemas cotidianos les resultan una montaña muy difícil de superar y en los que no se ha parado a pensar. En sus viajes por las barriadas de Lieja asistimos al deterioro de entornos degradados donde se hacinan los desperdicios humanos del sistema capitalista. En esos ambientes no resulta extraño que una joven africana muera sin que nadie reclame su cuerpo, sin que su identidad sea descubierta, cuando Jenny asume una búsqueda que no le corresponde, su capucha y su jersey rojo la transforman en una caperucita roja que se va adentrando en los dominios del lobo.

El choque emocional que produce la revelación de la muerte, el abandono del futuro médico; impulsa a Jenny a un cambio radical en su vida; ya no hay horarios, duerme en la consulta, atiende cualquier aviso sea la hora que sea, se transforma en asistente social al tiempo que sigue siendo médico de cabecera renunciando a un mejor trabajo como especialista en un hospital de Lieja. Como si tratara de disminuir su culpa interior, lo que antes no era cuestionable, ahora se renegocia. Trata de entender las razones por las que Julien decide abandonar su trabajo al tiempo que trata de convencerle de que está dotado de la humanidad suficiente para ser buen médico, cambia su forma de relacionarse con los pacientes al mismo tiempo que se ve superada por situaciones violentas dentro de su propio consultorio. Jenny dedica el resto del día, fuera del trabajo, a buscar la respuesta que necesita, dar un nombre a la mujer fallecida, poner una lápida que sustituya una placa en blanco. El humanismo de la película deriva peligrosamente hacia un exceso de bonhomía, pensar que un buen acto, aunque tardío, puede conseguir mover en cadena a los demás, de tal suerte que todos expíen su culpa haciendo lo correcto. Exceso de optimismo o necesidad de proporcionar un mensaje optimista entre tanta miseria, los pecados ocultos de todos a quien recurre irán saliendo a la luz aprovechando el deber de secreto profesional de la médico. Dispuesta sólo a asumir su culpa personal, directa o indirectamente, intentará que los demás asuman la suya de la única manera correcta. No todos estamos capacitados para soportar el estrés, ni para enfrentarnos al dolor ajeno o al propio.

La médico cura, así, los males físicos de sus pacientes, pero al tiempo, cura los males de una Europa que está asediada por culpas incapaz de reconocerlas. Esas culpas construyen un cuerpo social enfermo que somatiza sus dudas y temores internos expresándolos como enfermedades reales. La doctora Davin transita por las arterias más colapsadas de este viejo mundo, esclerotizadas a fuerza de mentiras y silencios. Los paisajes externos de Lieja invitan a abandonar esa región cuanto antes, zonas industrializadas que se han venido abajo como consecuencia de la llamada deslocalización, bolsas marginales de pobreza que no pueden mantenerse a sí mismas. La parábola del samaritano tardío de los hermanos Dardenne, intenta convencernos de que estamos a tiempo, que si uno ayuda a otro a apoyarse y bajar unas escaleras, es posible que el ejemplo cunda y la solidaridad se extienda, que los errores pasados no tienen por qué repetirse indefinidamente, que hay que reconocerlos y evitarlos en el futuro. Esa humedad y lluvia permanente pueden dar lugar a un futuro de luz y calor, hay margen para una sonrisa (una única sonrisa de la protagonista a lo largo de la película da muestra del tono nada relajado de la propuesta), como en el último plano, hay margen para pensar en una sociedad capitalista más humanizada.

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