La pasión por el conocimiento de los destinos nos ha conducido, consecuentemente, al ejercicio de la adivinación. Quizá paradójicamente esa práctica tan antigua como la filosofía misma devuelve al hombre, sumido en su tarea espiritual, a reflexionar sobre su presente –es el presente el punto medio entre pasado y futuro. Este, de hecho, es el punto esencial de la adivinación: si logramos decodificar el augurio, entonces entenderemos en todo momento ese estado intermedio que, paradójicamente, corresponde a nuestro presente.
Las artes adivinatorias han encontrado incontables cauces para manifestarse, desde la intuición hasta la observación detallada, pasando por los antiguos oráculos pronunciados en templos, hasta la lectura de objetos varios, entre ellos libros, calendarios, tableros y líneas del tiempo dibujadas o encriptadas en glifos y las sobras de café en una taza.
Pero el deseo de articular los porvenires –tanto universales como personales– va más allá de un oficio originalmente antiguo. Porque, como alguna vez sugirió el escritor Giovanni Papini, el destino no reina sin la complicidad secreta del instinto (y, por ende, de la voluntad). De esta posición debemos partir para comprender y admirar las prácticas adivinatorias, más allá de su magia, por su capacidad de análisis y, con suerte, por su extrema precisión.
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Lectura del téEs muy común oír sobre la adivinación del futuro por medio de las sobras de café que quedan impresas en la taza. Sin embargo, poco se ha oído de la lectura de las hojas sobrantes en los posos de té (taseografía), una práctica tan compleja como milenaria. Se trata de una versión muy similar a la del café, sólo que las formas que halla el lector son distintas y más numerosas. Por ejemplo, la figura de un pez es señal de buena suerte, mientras que la montaña augura una serie de obstáculos futuros.
 
Adivinación por medio de arena
La geomancia o lectura de formas en la arena o piedras es una de las artes mánticas más bellas. Fue usada de manera frecuente en el antiguo oriente musulmán, según indican varios vestigios encontrados. Quienes creen en la geomancia están convencidos de que existe una “energía vital” que aureola la tierra que es arrojada al azar, ya sea en el desierto o en un tablero diseñado para la adivinación. Para su lectura es necesario conocer el código de figuras geométricas, mismo que en su momento se comparó con los hexagramas del texto del I Ching.
 
Tarot
Si bien no se tiene la certeza de quién elaboró la primer juego, los naipes del tarot han funcionado como el método de adivinación popular por excelencia. Se han creado alrededor de 7,000 distintas barajas, todas bajo el mismo código escatológico, que incluso el propio mago podría no acabar de comprender del todo. Pero más allá de su fin adivinatorio, la cartomancia –en especial la del tarot– es una técnica para hacer visibles todas nuestras conexiones actuales y todas las posibles, ya que como advirtió el ocultista Eliphas Lévi: el tarot es un “libro que resume toda la ciencia y donde todas las combinaciones infinitas pueden resolver todos los problemas”.
 
Adivinación por medio del reflejo (scrying)
Este es probablemente el más antiguo de los métodos de adivinación. Muchas de las culturas primigenias practicaron esta mancia, inclusive con el mismo reflejo del agua. Civilizaciones como la egipcia la practicaron con la ayuda de tinta, mientras que en la antigua Mesopotamia lo hacían con cuencos abarrotados de aceite. Los griegos también encontraron un sentido a esta forma de adivinación, y penetraban el reflejo de espejos y metales, mientras que los tlatoanis aztecas llegaron a hacerlo por el reflejo de la obsidiana. De esta práctica surgió también la cristalomancia, que utiliza la característica bola de cristal para mirar y analizar el futuro.
 
Adivinación con granos de maíz
Las civilizaciones prehispánicas poseían conocimientos avanzados de adivinación, de entrada porque aliaban esta práctica con ciencias como la astronomía y la meteorología, sobre todo para contar el tiempo en calendarios y augurar la vida de sus cosechas. La predicción por granos de maíz era más bien una adivinación personal, un método muy similar al de arena: se arrojan los granos en una superficie, de preferencia un lienzo blanco (aunque también podían ser tirados al agua) y se traducen dependiendo la posición en que caigan o si flotan o se hunden. Los granos pueden o no ser de diferentes colores y entre las culturas indígenas varia el número entre cuatro y 100 granos.  La maravilla de esta lectura se encuentra, como en muchas otras, en la posibilidad de descodificar lo que orbita a nuestra energía en esos momentos.
 
*Fotografías: Toniese Gamblin Fontaine ©