El ‘Pensamiento breve reunido’, de Miguel Catalán

RICARDO MARTÍNEZ.

Sin afán de definición alguna, creo que, en ocasiones cuando menos, correspondería decir que el pensamiento breve no existe per se. Sería como el valor de la música para Duke Ellington: o es buena o es mala. Y el lector, cada lector, sabrá.

Esta Suma (nunca mejor acuñada) que nos ofrece, a la que nos invita el autor, es cuando menos una lectura, un pensamiento, no solo prolífico (el buen lector no tendrá motivos para quejarse de soledad) sino cualificada, selecta, incitadora, alusiva a lo más importante, aquella que no está fuera de uno, sino que, procediendo de dentro, conforma, estimula, define un ánimo reflexivo, observador, que invita sin duda a una apreciación más distinguida del entorno y, por extensión, de lo que somos cada cual.

Los ejemplos a esgrimir son varios, de distinto jaez. Si aludimos al contenido irónico-didáctico podemos citar: “En un mundo de simuladores (1), el individuo sincero (0) será considerado un cínico (2)” A quien leyere que entienda, y si no, que repare en su entorno pseudopoliticamente tan viciado.

Si aludimos a la parte escolar, más entroncada con lo cotidiano, podemos leer: “Tenía toda la razón con faltas de ortografía” O, tal vez “Los primeros esclavos fueron los animales domésticos”

El criterio fundado, el sentido común nos dictaría que “Una cosa es no soportar, y otra odiar”. O bien a deducir, muy oportunamente, que “La escritura digital lleva de la nada a la nada sin los dilatorios y engañosos soportes físicos de antaño” Y poco más se puede añadir.

El observador atento, en fin, y perspicaz (esto es, el que repara con criterio) es, como el autor, quien puede hacernos recapacitar en una curiosa paradoja: “Los papas vociferantes de Roger Bacon ponen el corazón en un puño. El concepto es cómico, y, sin embargo, su plasmación es trágica”.

Dado que el texto nos ofrece la labor crítico-reflexiva de alguien que ha venido analizando la realidad y sus significados con sutileza y sensibilidad, el contenido es tan rico como complementario, y, a buen seguro, no habrá lector que, en uno u otro modo, pueda no sentirse aludido. Es una cuestión de inteligencia. Nos va mucho en ello, porque, a la postre, el contenido del libro pudiera parodiar de algún modo aquel título tan alusivo: ‘La vida, instrucciones de uso’, que un día acuñó el extraordinario Perec.

Por último, de querer el lector seguir algún camino exclusivo, para sí, déjese llevar por estas páginas, manteniéndose, sencillamente, “Fieles por pura pereza”

Saldrá ganando

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