Mientras dure la guerra (2019), de Alejandro Amenábar – Crítica

 

Por José Luis Muñoz.

Abundan las películas sobre la guerra civil española, lo que no está de más teniendo en cuenta que los programas de estudio escolares casi nunca llegan a esa etapa histórica y los jóvenes que suben se quedan sin saber de qué iba eso.. Echando la vista atrás recuerdo Libertarias, del fallecido Vicente Aranda, que ponía el ojo en la brutalidad del conflicto armado que se ceba especialmente en las mujeres; Las 13 rosas, de Emilio Martínez Lázaro, centrada en ese grupo de luchadoras republicanas fusiladas por los franquistas; La voz dormida, de Benito Zambrano, basada en la novela de Dulce Chacón; Soldados de Salamina, sobre la novela de Javier Cercas y dirigida por David Trueba; ¡Ay, Carmela!, de Carlos Saura, para mí una de las mejores; La vaquilla, la gamberrada antibelicista de Luis G. Berlanga que nos ofrecía el lado amable del conflicto cuando las balas dejaban de silbar; Pan negro de Agustí Villaronga, y algunas más. El por mi admirado Ken Loach no acertó ni de lejos en el tratamiento de Tierra y libertad, y Sam Wood convirtió la novela de Hemingway Por quién doblan las campanas en una supreproducción hollywoodiense para que se luciera en su papel el maccarthista Gary Cooper en las antípodas ideológicas del personaje que interpretaba. Sí hubo mucho cine hagiográfico del conflicto durante el franquismo.

Alejandro Amenábar, uno de los grandes directores españoles del momento, vuelve a ese sangriento conflicto centrándose no en él específicamente sino en sus aledaños. Mientras dure la guerra, una coproducción hispano-argentina dirigida con su solvencia profesional no defrauda pero tampoco entusiasma por su academicismo, su ambigüedad y su falta de fuerza. El director hispano chileno se mete en nuestra incivil contienda sin que la sangre ni las balas lleguen a platea (sólo los cadáveres de unos fusilados ocultos en la maleza mientras avanzan los legionarios cantando Los novios de la muerte y Millán Astray los arenga desde su coche), lo que es una opción tan personal como que Woody Allen hable de sexo en sus películas pero no salga ninguna escena sexual en ellas. La violencia fratricida está en un segundo plano para centrarse el director de Ágora y Los otros en la caída del caballo del contradictorio intelectual Miguel de Unamuno cuando era rector de la Universidad de Salamanca y apoyó el Alzamiento Nacional, de lo que luego se arrepintió.

El film se ubica en Salamanca y en el momento en que esa Junta Militar que dio el golpe de estado contra la República, pero sin renunciar a ella al principio, cambió su transitoriedad (iba a poner caos en el desorden imperante mientras durara la guerra) por la perennidad de una dictadura militar que duró 36 años, hasta la muerte de Franco. Asiste el espectador a las maniobras en la sombra de Nicolás Franco, el hermano del dictador y uno de los personajes más influyentes, y del general de la legión Millán Astray, el máximo valedor de ese oscuro y brillante general que sobrevivió a mil batallas en África. Se obvia la brutalidad de esos militares, los baños de sangre que se dieron en su alzamiento contra la legalidad republicana.

La película está exquisitamente ambientada y bien rodada, aunque los historiadores sesudos hagan hincapié en las muchas licencias que se toma el director para que el drama funcione. Junto a Miguel de Unamuno, al que Karra Elejalde pone voz, cuerpo y cara en la que es su mejor interpretación, porque está sorprendentemente comedido ese actor que nos tiene acostumbrados a la sobreactuación, asistimos a los tejemanejes de Franco (clonado por Santi Priego, que borda ese personaje mediocre de voz meliflua) con la Junta Militar para hacerse proclamar Generalísimo y jefe de estado, y al enfrentamiento de Millán Astray (otro aplauso para Eduard Fernández que confesó empatizar con el legionario mutilado) y Unamuno entre los que existe una cierta complicidad y camaradería a pesar de las diferencias. La cinta de Amenábar tiene momentos emotivos (la discusión retórica de Unamuno con su amigo y profesor de literatura antes de que lo detengan; la magistral conferencia impartida por Unamuno en la Universidad de Salamanca y su profético “Venceréis pero no convenceréis”, que realmente fue “Vencer no es convencer”, con que se cierra el film.

Le sobra a Mientras dure la guerra subrayados musicales, made in Amenábar, innecesarios en las escenas más relevantes, y esa ambigüedad de la que hablaba al principio. Convierte el director, imagino que en una autoimpuesta neutralidad, a insignes liberticidas con las manos manchadas de sangre en personajes entrañables. Franco es corto, de estatura y de miras, pero le salva ese humor a la gallega; la elegante Carmen Polo de Franco salva a Miguel de Unamuno de las hordas legionarias y falangistas que amartillan sus pistolas tras su discurso porque admira al literato y pensador por cristiano; Millán Astray es un tipo simpático y carismático que asusta a los niños con su cuenca de ojo vacía y el muñón que tiene por brazo y le reprocha a Miguel de Unamuno, casi su colega, que hable de los legionarios como cortadores de cabezas. La suciedad y la brutalidad de la guerra incivil, los fusilamientos, las violaciones, las decapitaciones a las que se entregaban las hordas de moros que acompañaban a Franco, todo eso queda fuera de plano, como si no existiera. Tampoco las nuevas generaciones se van a enterar de que iba la guerra civil si ven la película de Alejandro Amenábar, pero disfrutarán de un espectáculo cinematográfico bien condimentado.

 

2 thoughts on “Mientras dure la guerra (2019), de Alejandro Amenábar – Crítica

  • el 8 octubre, 2019 a las 1:02 am
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    Entre los que pretender rehacer la historia a su medida, y los que pretenden hacernos creer que nada de aquello sucedió, en poco tiempo seremos un país sin libros de historia.

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  • el 26 diciembre, 2019 a las 11:35 am
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    Tampoco habla de las barbaridades cometidas por los milicianos, de las chekas, de las fosas en las que no se busca. Y es que ese no era el tema de la película, como tampoco era ese otro de los moros y demás. Nos empeñamos en decirle a los demás lo que tienen que hacer y pensar para estar nosotros contentos.

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