El humor y la literatura de Alejandro Dolina

ANDRÉS G. MUGLIA.

Alejandro Dolina es famoso en Argentina y el mundo de habla hispana por talentos que exceden lo literario. Escritor pero también músico, actor, humorista y, sobre todo, pensador originalísimo, como pocos Dolina ha tenido el privilegio de crear su propio género.

Dolina debutó con su propio programa radial Demasiado tarde para lágrimas en 1985 junto a otro gigante del humor argentino: Adolfo Castelo. Junto a Dolina, Castelo popularizó un tipo de humor diferente al que los argentinos estaban acostumbrados. Un humor inteligente que tenía que ver con lo insólito, lo irreverente, lo surrealista, lo irónico y con otra mirada desde la cual ver la realidad. Dolina se cristalizó como un artista cuyo espacio natural era y es la radio. Durante décadas sus programas nocturnos, que comenzaban invariablemente a la medianoche, coparon más de la mitad del encendido total de las radiodifusoras en Argentina. Este suceso y la naturaleza de su trabajo hacen de sus creaciones radiales un fenómeno único. 

Se sabe, grandes artistas han sido subestimados por su vinculación con el humor. Por ejemplo Mark Twain. Su obra y su valía como escritor, a pesar de popular, no fue reconocida sino por las generaciones que lo sucedieron. Hoy en día referencia obligada de la literatura norteamericana, Twain no fue en su época considerado más que como humorista. Su vinculación con el humor y, tal vez, con el arte popular, le evitaron entrar en el parnaso de la literatura americana de sus días. 

A mi juicio ocurre con Alejandro Dolina un fenómeno análogo al de Twain. Su identificación con el humor irreverente que ya dejó su marca en la historia de la radiofonía, su carácter de artista popular y masivo, su inclasificable talento, lo han marginado de ser considerado un escritor serio. A despecho de la enorme cantidad de premios con los que ha sido reconocido en sus múltiples facetas, de su convocatoria popular que no declina con los años, el Dolina escritor no ha tenido el reconocimiento que se merece por su aporte a la cultura.

El mundo literario de Dolina comienza, inconfundiblemente, en el de su admirado Jorge Luis Borges. Pero aunque la influencia borgeana es evidente en la literatura de Dolina, un punto de partida no significa un camino. Como Schopenhauer es impensable sin Kant, Dolina lo es sin Borges; pero como en el pensador alemán, su obra no tiene menos mérito por su deuda. El humor que Borges ocultaba para la intimidad Dolina lo hace uno de los protagonistas explícitos de su obra. Sin embargo, aunque en una primera mirada superficial pueda confundirse este elemento con el eje central de sus textos, abundando en las lecturas advertiremos que otros aspectos, más oscuros y tortuosos, tienen tanta o más importancia que el humor. 

El conjunto de personajes que el artista crea en un fantaseado barrio de Flores: Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores; Jorge Allen, poeta romántico y melancólico; el pintoresco músico Yves Castagnino; transitan esas calles nacidas de la fastuosa fantasía de Dolina que se nutre de su propios recuerdos de juventud, pero también de su amor por la mitología y las superstición, la historia, la literatura; y atraviesan ese escenario no como marionetas dispuestas a hacer reír al lector, sino como personajes melancólicos que si son graciosos es a pesar de ellos mismos. 

El universo del barrio de Flores está cruzado por esta variada fauna de personajes que el lector reconoce con placer en cada reencuentro, quienes establecen relaciones entre ellos y con las múltiples organizaciones, instituciones y personajes mitológicos del barrio. Así se da noticias de la existencia del Ángel Gris, quien tiene la idea de que es positivo obsequiar a sus beneficiados con tristezas; de los Refutadores de Leyendas, suerte de positivistas de nuevo cuño empeñados en dar respuesta a todo en base a la pura racionalidad; de los Hombres Sensibles, los Vendedores de Elixires, los Brujos de Chiclana o las murgas mucha veces funestas y cientos de elementos que juegan en este universo compuesto de fantasía, evocaciones a un mundo que vivieron los nacidos por el año ´40 (tranvías, bailongos, billares, vigilantes, señores de sombrero) y referencias literarias e históricas para quien se quiera entretener en descubrirlas.

Este entrañable mundo dolinesco tiene a pesar de su apariencia chusca (como diría Dolina) el trasfondo tortuoso de un código moral muy particular. Tras las desventuras surrealistas de sus personajes pervive un sustrato que bordea el existencialismo y que poco tiene de humorístico. Al final del ensayo Fuentes de la juventud, perteneciente a El libro del fantasma, Dolina concluye:

“Dejo para el final el obvio resultado de haber bebido de las fuentes de la verdad: nunca seremos más jóvenes que hoy; jamás volveremos a ver a nuestros muertos; el tiempo no retrocede; el amor perfecto no existe; hay un verso que está siempre a punto de revelársenos y que no escribiremos nunca. Para los hombres de verdad, este no es el final de sus sueños, sino más bien el principio”.

Es difícil pensar en una minúscula intensión de hacer reír con un texto como éste.

Dolina configura una verdadera épica (o ética, como se prefiera) con elementos recurrentes: el amor imposible o la novia pérdida; la amistad como valor imperturbable; la tristeza y la melancolía, como estados más deseables que la grosera felicidad; la poesía o la superstición preferibles a la racionalidad; la tristeza y la angustia como condiciones del arte; la poética del renunciamiento y hasta del fracaso contrapuesta al vacío del éxito efímero. Cómo éstas, se pueden rastrear en lo textos de Dolina ideas de cuño personalísimo, contrapuestas a muchas de las que el mundo contemporáneo, con su héroes y heroínas bellos y superficiales, con su epopeya del materialismo como meta, utiliza para modelar nuestro imaginario consumista. Algunas ideas son esbozadas como un chiste, otras son explícitas. ¿Convicciones íntimas del autor o mero simbolismo? Cómo sea, configuradoras de un universo original donde las reglas no son las rígidas de este mundo, ni los premios los imaginados por los buscadores del éxito.

Sería deseable que Dolina no tuviese que esperar la posteridad para recibir no sólo el reconocimiento popular, con la amorosa paciencia con que en cada show espera hasta que su último fan se saque una selfie con él (lo he visto); sino que por fin se ubique su obra literaria codo a codo con la de otros escritores “serios” de nuestro país, como el propio Borges, su alter ego Bioy Casares, Cortazar, Arlt y otros indiscutidos. ¿Será mucho pedir? No lo creo.   

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