Teatro en el cine: «Mi crimen», gozosa comedia de los años 30, dirigida por François Ozon

Horacio Otheguy Riveira.

François Ozon tiene debilidad por el teatro, especialmente el teatro de los años 30 a 50, época de comedias con su dosis moderada de sobreactuación, parodias de policiacos, romances contrariados y hombres violentos junto a mansos corderitos mientras ellas se elevan a categorías de diosas fascinantes  o jóvenes capaces de andar en pantuflas y también dejarnos embobados.

En su haber, entre otras: la admirable En la casa, adaptación de la obra del español Juan Mayorga, El chico de la última fila; 8 mujeres, con un reparto excepcional, o Swimming Pool, que es cine puro con una estructura teatral tan especial que bien podría ser un envolvente monólogo… Adaptaciones del teatro o visiones teatrales de una realidad palpable, el gran director acaba por aterrizar entre nosotros con Mi Crimen, original de dos autores de enorme éxito, de los años 30 y 40: Georges Berr (1867-1942), Louis Verneuil (1893-1952). De hecho, esta elegante sátira del mundo de «La Justice» data de 1935, el mismo año en que transcurre la acción de la película, aprovechando al máximo los barrios de la capital gala que aún respiran el aroma de aquellos tiempos, la pieza teatral se expande y consigue entusiasmar con sus estupendas ramificaciones, ya que hay toques de cine mudo, homenaje a la primerísima actriz, fallecida centenaria, Danielle Darrieux —con quien trabajó el director en 8 mujeres—, farsa olímpica para retratar a un juez, ambicioso y torpe como pocos, a un fiscal que se regodea en el Yo Acuso de la manera más estúpida: el film no titubea ante la bobalicona presencia de la policía; se embelesa con las dos protagonistas que comienzan muy ingenuas y se convierten en pícaras de manual, hasta que una canalla originalísima parece que se las va a comer, pero ninguna apariencia se queda donde está, carrusel de situaciones interesantes, intrigantes, divertidas… haciendo honor al esplendor de las mayores comedias francesas donde la sociedad se ve retratada con su carga de cinismo, ironía, comicidad directa, y afán de supervivientes caiga quien caiga.

Una actriz y su gran amiga, una abogada, están pasando una muy mala racha, con varios meses debiendo el alquiler cuando, de pronto se verán obligadas a enfrentarse a una acusación de asesinato en un marco de teatralidad absoluta, ya que hay obra en escenario, al tiempo que representación de gran éxito en un juzgado. Pintorescos personajes entrelazan sus titubeos y alardes de paladines en muy variados contextos en los que el teatro y el cine se hermanan felizmente.

Con un reparto excepcional de jóvenes y veteranos, François Ozon consigue una nueva película muy recomendable: Nadia Tereszkiewicz, Rebecca Murder, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, Dany Boon, Andrè Dussollier…

 

En un reparto chispeante, forjado por profesionales que componen sus personajes con excepcional filigrana, cuando aparece Isabelle Huppert, bien avanzada la trama, se produce un cambio considerable de recorrido, y la actriz nos brinda una diva del cine mudo ansiosa por volver a brillar… esta vez en el teatro, y su plan, aderezado con muchas curvas, aportará un final inesperado y regocijante.

La Huppert entre las jóvenes protagonistas entregándoles un objeto masculino, clave para sorprender a propios y extraños, y hacer dudar de todo a los espectadores.

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