Parábolas de sabiduría.

Parábolas de sabiduría I y II, de la editorial Obelisco, nos acerca a la raíz misma del pensamiento judío. De una manera clara, sencilla y amena, a través de cuentos breves, el sabio oriental Jafetz Jaim (1838-1933) nos da las claves para descubrir la sabiduría judía, la cual, por su riqueza y complejidad, es poco accesible. Cada pequeña parábola va acompañada de la interpretación que más la conviene revelándonos una enseñanza llena de lucidez y conectada con lo cotidiano.

Para que degustéis esta obra aquí os dejamos dos de sus muchos textos:

 

El préstamo no usado.

Una vez un hombre pobre se acercó a un rico comerciante para pedir un préstamo de diez mil dólares por seis meses. El rico dijo que preferiría dar diez prestamos de mil dólares a diez personas diferentes que dar un préstamo grande a una sola persona.

El pobre replicó: “Debes escuchar mi historia. Tú sabes que yo solía ser muy rico hasta que pasé unos tiempos muy duros. Ahora tengo la oportunidad de hacer un negocio con el que espero mejorar mi situación. El único obstáculo es que debo dar un avance de diez mil dólares.

“Bueno, si se trata de rehabilitar a alguien”, contestó el rico, “vale la pena invertir. Te daré el préstamo”.

El hombre rico cumplió con su palabra y el pobre recibió su préstamo. ¿Qué hizo con el dinero? En lugar de invertirlo, como dijo, lo escondió en un cajón.

Cuando pasó el tiempo acordado, el rico pidió su dinero de vuelta. El pobre abrió el cajón, sacó el dineroque había escondido y se lo entregó al rico. El rico notó que eran exactamente los mismos billetes que él le había dado.

“Parece que no usaste el dinero que te presté”, dijo asombrado.

“Es cierto”, admitió el pobre, “pero tú no has perdido nada por ello”.

El rico estaba furioso “¡Si supiera que no te beneficiarías con mi dinero, no te lo hubiera dejado ahí juntando polvo!”

 

Quitándose las vestimentas del rey.

Imaginad que un rey grande y poderoso ve a un hombre enfermo yaciendo sobre un montículo de desperdicios. El rey decide apiadarse de su alma infortunada y ordena que lo bañen y atiendan hasta que cobre sus fuerzas. El rey viste al hombre con galas reales y lo cubre de joyas de la colección real. Pone sus tesoros a su disposición y ordena que se pase el control del reino a su protegido. Le da a su propia hija por esposa y lo pone por encima de sus ministros. Finalmente ordena a todos los nobles del reino que sirvan a su protegido y que cumplan todos sus caprichos. Un día, mientras el joven paseaba, vestido con sus mejores galas y rodeado de nobles con antorchas que iluminaban su camino, ve una bandada de chiquillos jugando con piedras acuclillados en la tierra. Repentinamente siente una enorme envidia. Se quita sus ropajes lujosos y todos esos ornamentos a los que se ha acostumbrado. Abandona a los nobles y se reúne con los niños en el lodo. No le lleva mucho tiempo regresar a su estado original.

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