Canino

Por Rubén Sánchez Trigos.

Aviso para navegantes: la siguiente columna contiene algunos spoilers (pocos). Canino, film griego de Yorgos Lanthimos que acaba de ser (mal) estrenado en España, es una película deliciosamente sórdida, en un momento de la historia del cine en que hasta el porno pretende pasar por limpio. Se agradece la voluntad de su autor por no subrayar el subtexto del film, la metáfora de unos padres griegos empeñados en salvaguardar la inocencia de sus hijos ocultándoles el mundo exterior. La película, siguiendo un hallazgo de Haneke ya convertido en cliché –la cámara apostada como con cemento-, obliga al espectador a asistir al espectáculo de la violencia, el sexo y el pudor descarnado sin posibilidad de apartar la mirada, lo cual, de entrada, no debería escandalizar a nadie desde Funny Games –o quizá desde mucho antes- sino fuera porque Lanthimos se atreve a dar un paso más allá: el de no ofrecer al espectador punto de vista alguno al que aferrarse. Dicho de otra manera: en Canino no hay personajes que procesen, desde lo que consideraríamos una moral convencional, el universo creado por los protagonistas. La cotidianeidad de lo sórdido se convierte entonces en la norma del relato.

Pienso, por ejemplo, en el instante en que una de las hijas practica sexo oral a la chica contratada para satisfacer las necesidades de su hermano, filmada con la fuerza de un banal diálogo. Pienso en una secuencia de incesto entre hermanos, rodada de forma tan aséptica que acaba suponiendo el instante más violento del film. Es el cómo, pero por primera vez en mucho tiempo también es el qué. En un momento de la película, la intrusa regala a su nueva amiga dos cintas de vídeo. Una de ellas es Rocky. El padre, poco después, tomará serias represalias cuando descubra que el film de Stallone ha contaminado la recta educación de sus hijos. Veo esto y me acuerdo de que hace poco una serie de personas, encargadas de velar por la moral de nuestros niños, multaron a un canal autonómico por emitir Rocky 5 en horario infantil. Los mamporros de Sylvester resultaban, al parecer, demasiados violentos para la generación de youtube. Más o menos a la misma hora, cada día, Telecinco emite un programa donde hombres y mujeres –ellos, pasto de gimnasio, ellas de quirófano- pasean su palmito por plató y hablan sin tapujos de lo que les gusta en la cama. El mercado de la carne. Por la tarde, en Antena 3, un conocido talk show muestra a dos jóvenes que se acaban de conocer magreándose en una suite dispuesta para la ocasión, con la que la presentadora conecta de vez en cuando para deleite, supongo, de los espectadores.

Uno sopesa todo esto y tiene la impresión de que al cine se le niega la sordidez que a la televisión se le exige, de que nos estamos volviendo todos un poco más locos. Por eso, entre otras razones, agradezco Canino, porque supone un involuntario corte de mangas a una sociedad que consiente la pornografía emocional pero censura, y muy duramente, la violencia a veinticuatro fotogramas por segundo, sin cuestionarse siquiera que esa misma violencia pueda darse de muchas y variadas formas. Buñuel, que la tuvo con Tristana, habría amado esta película: los noventa minutos de Canino son más perturbadores que toda la temporada de Sálvame junta.

Aunque, bien mirado, tampoco hace falta irse a la televisión para encontrar ejemplos de este doble rasero. El año pasado, quizá lo recuerden, el Ministerio de Cultura otorgó a Saw VI la calificación X, impidiendo su estreno en salas comerciales convencionales. Fuimos el hazme reír de Europa y Estados Unidos. Con Canino hemos tenido un poco más de suerte. Deberíamos sentirnos como esos niños a los que los padres prohíben ver Viernes 13, pero permiten ver otras películas, mucho más perturbadoras y oscuras, pero en las que, eso sí, no se mata a nadie, y si se hace no hay casquería. Una de dos: o en el ministerio tienen algo personal contra la saga Saw y las películas gore en general o no se enteran de nada, porque, veamos ¿qué resulta más violento: un psicópata que idea mil y un cachivaches para mutilar y torturas personas, o un padre que encierra a sus hijos en casa y promueve el incesto entre ellos? Y ya puestos, ¿alguien tiene la más remota idea de lo que hoy consideramos violencia?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *