Entrevista a Carmen Camacho

Entrevista a Carmen Camacho

Por Cristina Consuerga

Inventar los géneros, difuminarlos, hacerlos dudar de su propia identidad es responsabilidad de las nuevas voces poéticas, aquéllas que están llamadas a escribir un tiempo distinto al impuesto por la desidia de los que, en este país, andan estableciendo relaciones circulares entre unos y unos, y otros con otros, utilizando a la palabra como arma de autodefensa, atajo rápido o instrumento monocorde para descubrir algún principio o regla que indique el (buen) camino a transitar. Pues entre ese reducido número de voces que anda reinventando (y reventando) fronteras, se encuentra la de Carmen Camacho, poeta que vivescribe en Sevilla y que, recientemente, ha publicado la segunda edición de Minimás (Baile del Sol, 2010).

En Minimás, Carmen Camacho nos muestra su poesía de la mejor forma posible: «Desnuda soy y desnuda digo», siendo esta poesía fruto de la reflexión libre, de «las noches que son un mundo» y de una libertad elegida. Una poesía que la lleva a encontrar espacios íntimos alejados del pensamiento uniformado, de raquíticas propuestas poéticas y lenguajes basados en la visión esquemática de la experiencia de la palabra.

Y es que su impulso poético es capaz de sostener raíces y tradiciones, barras de labios y de bar, sujetadores con relleno, hermenéuticas teológicas de fin de siglo y todo esto mientras «despioja prejuicios». Quien conoce a Carmen Camacho sabe que tiene algo: ángel, inteligencia, sabiduría, sensibilidad, saber mirar a las cosas, o cómo queramos decirlo, pero sea como sea, en la poesía de Carmen Camacho reside una mirada valiente y brillante que arroja luz a este mundo y se enfrenta a la pesadumbre de vivir con la mejor arma que posee: la palabra y el corazón.

La poesía, ¿abre o parcela horizontes?

Los abre, sin duda. No puedo concebir la poesía como una habitación cerrada o tapia o coto. Ella no entiende de terrenos ni aduanas. José Viñals, maestro de poetas, solía decir que la poesía o pasa de contrabando, o no pasa.

Creo, además, que la poesía abre horizontes en más de un sentido. Enseña a quien la prueba a entender con algo más que con la cabeza, implica al sentimiento, a la intuición, a las glándulas. La poesía enseña incluso a reconocer que tantas veces no sabemos lo que va a decir la que nos vive dentro. Esta incertidumbre, lejos de angustiarme, me parece alegre. Así escribo. Como diría Carlos Edmundo de Ory, «di algo que no sepas decir».

Eso sí, la poesía, que abre horizontes, es (o quiere ser) a la vez muy precisa (más que cualquier fórmula matemática) en intentar nombrarlos. ¡Cómo va a ser la metáfora sólo figura retórica! Jamás. La metáfora es la pieza de ingeniería más precisa y avanzada que existe para acariciar las cosas.

¿Dónde y cómo nace Minimás?

Minimás (el libro) nace de mi voluntad (esa flaca) de recopilar las minimás (esos poemas de un solo verso, haikus subbéticos, aerolitos, voces de la calle o calambres exquisitos) que tenía por ahí desperdigadas. Las minimás me asaltan desde siempre. Y digo «me asaltan» porque yo no me siento a escribirlas, yo sólo las apunto, algunas, al vuelo. Son ellas las que me vienen, me entran, me bajan, casi físicamente. Son como estornudos o como un asombro. O mejor, como una picadura. Si las avispas fueran poetas escribirían minimás. Siempre he anotado minimás. También siempre he dejado de anotarlas, las he dejado ir, y eso resulta irreversible: una minimás viene y no vuelve, dura un microinstante en el pensamiento.

Componer el libro no fue tarea fácil. En primer lugar, tuve que encontrar las tantísimas minimás que tenía por ahí desperdigadas. Puse la casa patas arriba. Salieron minimás de los bolsillos de los abrigos, los bolsos viejos, los libros; los bonobuses, los tickets del cajero; de entre las pelusas, los cuadernos, el móvil, las cajas de zapatos sin zapatos. Lo más difícil fue seleccionarlas y ordenar todo aquello. Para mí, cada minimás es un poema independiente; componer el libro fue como dar orden a cerca de 400 poemas. Una compañera de trabajo me hizo una tabla excell para catalogar minimás. Obviamente, aquello no sirvió para nada. Di forma al libro a golpe de intuición. Fue así como tomó sentido. Cada minimás cuenta y canta lo suyo independientemente, pero todas ellas, tal cual quedaron dispuestas en el libro, hablan de un devenir. ¡Qué bien supo captar esto Marta Altieri, la autora de la ilustración de la portada!

¿Cuándo descubres que «lo tuyo» está en el verso y en el ritmo?

Desde pequeña he sabido que la vida me resulta más vida entre palabras, jugando con ellas, con el ritmo y el tremendo sentido, o clavándomelas. Sin embargo, durante años creí que yo no estaba destinada al amor, ni a la vida, ni a la verdadera letra. La plena existencia y la poesía eran cosas que les pasaba a otros. Tenía mis motivos para sentir así. Siempre he sido mujer de poca fe, sobre todo conmigo misma. Además, mi entorno familiar y social por mucho tiempo no ha sido precisamente motivador. Una mañana, la del 21 de marzo de 2005, (¿qué desayunaría?) dije «se acabó». Fue un firme impulso vital. Lo dejé todo y me di a vivir, a sacar lo que escondían mis cajones, a querer y a escribir. Hasta hoy.

La versatilidad creativa, ¿pasa por lo femenino?

Pasa por lo libre, sobre todo. Así, cuando se maneja la libertad para escribir, cuando lo que manda es la letra misma, brota lo que de mujer, de pueblo, de entendimiento, de vanguardia o de valiente, poco o mucho, haya en una. Ya lo decía García Calvo y con él estoy: libre me quiero, ni mía siquiera. Cuando dejo hablar a la que, dentro, conmigo va y no le pongo cortapisas (racionalidades, moralinas, estrategias, lenguajes políticamente correctos…), esa de aquí abajo dice lo suyo, a veces hasta lo nuestro. En ese entonces habla, lo tengo comprobado, una mujer.

Y no estamos acostumbrados, o muy poco, a la voz poética de mujer. Será porque hasta hace poco casi ni se había visto. Lo público y publicado ha sido hasta hace nada cosa de hombres. La poesía de mujer, riquísima por cierto, ha quedado históricamente guardada en la alacena. Menos mal que al menos allí hemos mamado, mujeres y hombres, su belleza. La nana que canta o inventa una abuela es, en rama, poesía de mujer.


Las mujeres que nos dedicamos a alguna disciplina artística, ¿hemos roto el techo de cristal?

Más que romper el techo hemos cruzado el dintel de la puerta que separa lo privado (el lugar que nos reservaron a las mujeres y a los niños) de lo público (escenario tradicional de los hombres). Hemos salido a la calle, con nuestros propios andares, y hemos entrado a casa, también, tan campantes. Debemos a otras mujeres, que nos precedieron, y también a otros hombres libres, que abrieran (con sufrimiento, tantas veces) muchas de esas puertas. Hay que continuar abriendo postigos y reventando candados en nombre de la libertad. Y sobre todo, hay que estar alerta: que ni una se cierre.

Además de poeta, eres una agitadora cultural, ¿qué opinión te merece el panorama andaluz?

Es variopinto, heterogéneo, y eso me parece muy bien. Me refiero a los movimientos del panorama andaluz que no surgen en el seno de lo institucional ni de lo empresarial, sino de lo ciudadano. Estoy muy atenta a los proyectos socioculturales de estos colectivos.

De todo lo habido en el panorama andaluz pienso a menudo en tres cosas. Primero, en la visibilidad: que no siempre lo más notable es lo más visible; no siempre lo más visible es lo más notable. Segundo, en que los proyectos sean realmente de cultura y para la cosa pública. (Nada me molesta más que descubrir detrás de una iniciativa supuestamente cultural afanes de mercado o de ego o de poder). Y tercero, el calado: que las propuestas culturales ojalá comiencen pronto a permear con fuerza en esta sociedad cada vez más teledirigida y por tanto más conservadora.

Y en el campo de la animación a la lectura, ¿se hace lo suficiente?

Nunca es suficiente. Me pregunto, por tanto, si se hace lo posible. Creo que se debería hacer mucho más desde la escuela, la casa, la calle, los medios de comunicación, las instituciones, las empresas. No se aúnan las fuerzas. Tampoco se le da al tema la importancia que tiene. Me quedo pasmada ante la llamada desde prensa, radios y televisiones para que todo el mundo compre el aparatito que hace falta para ver la TDT. El apagón analógico es casi un Apocalipsis. Más grave que quedarse sin tele es quedarse sin leer, digo yo, y de esto no nos alarman.

La animación a la lectura, por falta de juntura, se queda corta en su acción. Pero creo que también en su contenido: leer en sí es bueno para el entendimiento, para el desarrollo de capacidades intelectuales. Hasta ahí bien. Alcanzado ese punto, habría que animar no sólo a leer, sino a bien leer, a saltar a piola el stand de los best seller, a buscar y saborear los libros que traen belleza, despiertan el sentido crítico, cuestionan el mundo, nos hacen más humanos.

Además, eres colaboradora en el programa de Jesús Vigorra, ¿cómo llegaste a ese espacio?

Gracias a la poesía. Hace poco más de un año le hice llegar a Jesús Vigorra, recién horneada, la primera edición de Minimás. Según me contó después, el libro le causó muy buena impresión. Comenzó a recitar algunas minimás en antena y me llamó para entrevistarme en El Público, de Canal Sur Radio. Aquella entrevista transcurrió con gusto y entendimiento. A raíz de aquel encuentro me fue proponiendo que me pasara, de cuando en cuando, a jugar con los oyentes a cazar metáforas: yo decía una metáfora y el público tenía que pensar a qué cosa remitía, o yo proponía un objeto sobre el que los oyentes escribían sus metáforas. La experiencia me entusiasmó; me conmovió compartir poesía con muchas personas que probablemente no sean lectores habituales de poesía, pero que sabían poner una mirada poética sobre las cosas. Fuera de la radio, desarrollamos una obra escénico-poética basada en grandes textos de autores de todos los tiempos. A principios de la nueva temporada de radio, Jesús me encargó que llevara una sección de poesía, a mi manera. Me inventé Poesía lo serás tú. Con ese espacio de radio pretendemos acercar a los oyentes la poesía en sus tantísimas formas expresivas, con anchura y con desenfado.

En definitiva, llegué al programa de Jesús Vigorra con poesía, pasándomelo bien y allí continuamos, con poesía, pasándonoslo bien.

¿Pasa el futuro de la poesía por alguna (o por todas) de las 23 Pandoras?

No tengo ni idea del futuro de la poesía ni de la poesía del futuro. Prefiero no pensar en esas cosas. Sólo confío en que la poesía siga su cauce, visible o invisible, ajena a prisas y mercadotecnias. Pensar en un futuro sin poesía es pensar en un futuro sin seres humanos. (Se llamarían de otro modo, Ecce Humo a lo mejor, como propusiera el poeta Justo Alejo).

Si me preguntas por el presente, yo sí sé que el presente de la poesía hace estación en la en la obra de poetas que están recogidas en 23 Pandoras. No me cabe duda. En la antología hay voces (no mencionaré, por no dejar ninguna atrás) sin duda interesantes, distintas, prometedoras.

http://www.carmencamacho.net/

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