Mi gran novela sobre La Vaguada

Por Daniel Ruiz García.

Mi gran novela sobre La Vaguada. Fernando San Basilio. Editorial Caballo de Troya, 2010. 134 pp., 12,90 euros.

Leyendo la novela que nos ocupa, parece hacerse evidente aquella aseveración de ese enorme poeta callejero que es Tote King: la naturalidad es la más difícil de las poses. También otra que pongo de mi propia cosecha: sólo desde la naturalidad es posible fabricar un humor de verdadera calidad. La pretensión, las ínfulas intelectuales, la necesidad de rizar el rizo construyendo artefactos creativos con ansias de trascendencia, son fuelles ineficaces para abordar el género humorístico. En cualquiera de sus variantes: cuando Jaques Tati se volvió relamido, autorreferencial, consciente de la fuerza de su humorismo plástico y acústico, perdió comba: su celuloide ya no hacía tantas cosquillas en el estómago.

Mi gran novela sobre La Vaguada es sobre todo la evidencia de una postura ante el hecho literario. Algo que va más allá del estilo y del punto de vista, y que tiene que ver con una actitud. Fernando San Basilio ofrece en su segunda novela toda una tesis sobre la forma de enfrentarse al mundo a través del humor. El humor, y esa es la conclusión que uno extrae después de su lectura, es la tabla de salvación frente al mundo, y especialmente frente a las miserias del hombre moderno urbano. Un hombre sometido a los rigores y servidumbres del capital, de la búsqueda de empleo, de la relación en pareja, y también, cómo no, de la propia creación literaria. Porque estamos hablando de la novela de un tipo común que aspira a escribir una gran novela, una novela cosmos, en torno al Centro Comercial La Vaguada. La novela se conduce por esa obsesión única, escribir una gran obra aglutinante de una sensibilidad, de una forma de mirar el mundo, que sirva al protagonista para abandonar de una vez su vida de ciudadano gris y adocenado. Con esa obsesión comienza y con esa obsesión termina, sin que el protagonista llegue finalmente a escribir su obra. O más bien sí: porque en la pretensión de escribir esa gran novela está la propia novela, que es a la vez una burla de la propia pretensión. Fernando San Basilio se ríe del propio protagonista, pero en realidad se ríe de absolutamente todo. Y lo hace de la forma más inteligente y más difícil que se me ocurre: despojado de toda pretensión, de todo artificio estilístico que no sea el humor, el reflejo del absurdo cotidiano.

El gran acierto de San Basilio es la voz. Esa forma de contar, con una prosa que el escritor Román Piña ha definido como “hipnótica, humilde y musical” (hay una evidente confluencia de tonos entre Piña y San Basilio), demuestra una inteligencia fuera de lo común. Una inteligencia que no es explícita, sino que es inherente al propio texto literario. Como eran inteligentes los gags de Tati en Días de Fiesta o en M. Hulot o incluso en Mi Tío, antes de volverse relamido. Creo que es muy difícil conseguir la frescura estilística de San Basilio, esa forma tan natural de contar, sin ser muy consciente de que lo que cuenta es altamente inflamable, disparatadamente chistoso. Lleva razón el Tote cuando canta que ninguna pose es más difícil que la naturalidad.

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