Arte y muerte en Morille

Por Fernando García Malmierca.

El curso “Arte y Muerte” perteneciente al programa de Cursos Extraordinarios de la Universidad de Salamanca que se ha celebrado reciente en la localidad salmantina de Morille, ha convocado a distintos ponentes que desarrollaron la tarea de relacionar el hecho existencial de la Muerte con la producción artística a lo largo de la Historia.

El Curso dirigido por Fernando Rodríguez de la Flor, presentó a través de los distintos ponentes, una visión global de las intrincadas e inagotables relaciones del arte con la muerte, y la necesidad humana de simbolizar y representar el final  de la vida. El hecho de que en el nacimiento del arte estuviera presente la consciencia del ser humano como un ser finito, ha hecho del Arte y la Muerte una pareja indisoluble que se ha ido adaptando a las necesidades de representación, durante siglos,  producidas por la superestructura del dogma o más recientemente por las reflexiones y dudas existenciales del individuo moderno.

Destaco dos intervenciones, a las que pude asistir. En primer lugar la de Fernando Broncano que abordó el tema del la cultura material como necesidad humana de utilizar artefactos para autodefinirse y sus relaciones de dicha cultura de lo concreto con el momento impreciso de la muerte y su simbolización. Argumentó la renuncia del arte contemporáneo a la respuesta narrativa diciendo que si un cementerio es arte, es porque arte ya es silencio.Analizó los mensajes encriptados del pintor Pousain sobre el tema.
Por otro lado, Fernando Castro Flores hizo un exhaustivo recorrido a lo largo de la historia del Arte y la Cultura, en la temática  relacionada con la Muerte.

Tambien resalto las acciones artísticas que se produjeron durante el curso, Fernando Sinaga colocó unas pequeñas placas de bronce en el exterior de distintas casas de la localidad de Morille, con la idea de integración visual, que obliga a al espectador a realizar un ejercicio de búsqueda y de construcción del significado, pues en sus “God Dog” hace un guiño a los perros de Dios dominicos que debían incendiar el mundo, pero a la vez al compañero fiel en lo terrenal y en la transición del más allá.

Un capitulo aparte merecería el Museo Mausoleo de Morille, creado entre otros por Domingo Sanchez Blanco y Fabio Rodríguez de la Flor, donde desde hace varios años se entierran tanto personas como obras.

Iniciativa artística donde el ritual del enterramiento tiene un componente catártico para el artísta que se desprende del lastre del objeto, para que el arte vivo descanse, a la vez que se cierra un ciclo vital.

El enterramiento de la pieza de Bernardí Roig estuvo lleno de emoción y sorpresa, porque el realizador de la pieza (Antonio Morán) destruyo el cadáver, aún intacto, en forma de escultura, en un herético rito salvaje de matar al objeto del sepelio.

Un enterramiento más tuvo lugar a cargo de Juan Hidalgo, encajando su piano en una especie de monumento mortuorio que permitió hasta el final arrancar notas al instrumento, siendo el golpe final de cerrar la tapa el ritual de apagar la luz para siempre, como si de párpados del cadáver se tratara después de haber exhalado el último suspiro musical.

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