El filósofo y el lobo

El filósofo y el lobo. Mark Rowlands. Seix-Barral (2009).

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

Lo normal en un profesor de filosofía es que entre en el aula acompañando de libros y no, como ocurre en esta historia, por un lobo.

Dicho animal se llamaba Brenin y estuvo al lado del filósofo galés Mark Rowlands –Doctor en Filosofía y actualmente profesor en la universidad de Miami- durante toda una década. De la convivencia entre ambos, de lo que juntos aprendieron y olvidaron, nace esta obra.

Que el mono sea nuestro antepasado más próximo nos marca con unas características determinadas. En primer lugar, entendemos el mundo en términos instrumentales, lo que implica que el valor de lo que nos rodea -y esto incluye a nuestros semejantes- esté definido en términos de utilidad. En segundo lugar, nuestra inteligencia social, también denominada por muchos investigadores como inteligencia maquiavélica, está esencialmente orientada a la intriga y al engaño. Otra característica es que entendemos el tiempo de una manera lineal, hecho que nos hace vivir proyectados hacia el futuro impidiéndonos disfrutar del presente. Por último, y a causa de nuestra manera instrumental de comprender el mundo, vivimos en la esfera del tener, actitud que tiene una consecuencia realmente tóxica: lo que tenemos y aquello que deseamos poseer nos hace estar en un estado permanente de miedo y de violencia.

Todas estas notas nos configuran como maestros del cálculo en términos de costes y beneficios y nos transforman en un ser que se siente incómodo con todo lo que no es susceptible de ser cuantificable.

Para Rowlands el lobo es el símbolo de aquel sustrato sobre el que se levantó la estructura símica, es decir, aquello que fuimos antes de ser monos y que en nosotros, ya que en la evolución no hay borrón y cuenta nueva sino que todo funciona por superposición, todavía permanece y que puede, por tanto, recuperarse.

Con ayuda de pensadores como Nietzsche, Camus, Heidegger, Sartre o Wittgenstein, nuestro filósofo descifra a Brenin al tiempo que revela lo que el hombre puede llegar a ser si aprende y practica la máxima de la sabiduría lupina: la rebeldía.

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